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Poesía

Enrique

'La voz de los difuntos nos mantendrá al corriente de la agenda/ y advertirá, en su momento justo, que la carne en el horno/ quizá podría cocinarse de más.'

Ciudad de México
Piedras bajo el agua.
Piedras bajo el agua. Teahub

 

Teníamos la sospecha de que eso ni siquiera se acercaba,
que de la larga caminata a través de los soportales decía un poco más
la indiferencia de las manchas en la piel con que la luz grababa
que bajo aquella sombra lo inestable en su aparente develamiento.
Y estábamos, por un acaso, dispuestos a sostener la vista en
el entre carne sana y carne achicharrada donde un contorno
hace por emerger.

Mientras envejecía, la madre suplicaba que la devolvieran
al barrio donde había nacido, pero, en realidad, no tuvo
por qué suceder de esa manera. El reflejo plateado del bisturí
hizo clic en sus pupilas. Eras un niño y la celebración había quedado
en suspenso. Nos lo contabas dándole sorbos lentos a la gaseosa,
como quien se felicita porque la buena fortuna, esa tarde
en el hipódromo, ha tenido con él un aparte.

Y ahora que la piel se ha consumido para dar paso a una amplia red
de oleoductos, podemos bien que decidirnos por el camino fácil.
Estimar, si todas las rutas circulatorias han quedado al descubierto,
que tal vez podría adoptarse un nuevo método de ensamblaje:
el interior busca sus propias maneras de exudar y el amasijo de
lo que creíamos ser ha pegado de forma tal sobre la mesa
que los especialistas emiten un pronóstico reservado
de la continuidad.

Entonces nos decías de aquella sobremesa en la cabaña
del pastor y su mujer. De cómo el insomnio era la fórmula
que había encontrado para atenuar esa vitalidad tan suya que
de otro modo acabaría por cegarnos. Nunca volvió a hacer
una luz igual que la de aquel verano, cuando, usualmente,
a las cuatro se sirve la cena en estas regiones y casi, sin que
nos percatemos, ha comenzado a oscurecer.

Y cuánta importancia podemos en realidad atribuir a aquella charla
sobre si la sonata se debe ejecutar en tal o cual postura.
¿Quién sabe? Tal vez nos podría costar toda una vida asumir
que hemos dado de bruces a la evidencia de algo así
como un tono elegíaco. Encima de la mesa de azulejos las venas
de las manos y una preocupación: discriminar lecturas, no malgastar
en naderías el tiempo que nos queda.

No creo que se trate, después de todo lo pasado, en ese asunto
de una vida superior acerca de con cuántas lecciones nos vamos
a quedar. En todo caso, la muerte ya no es lo que solía ser.
Una bombilla que se pone roja y, poco después, comienza
a parpadear, un aviso de que las reservas han comenzado a agotarse
y ya es tiempo de reunir el coraje suficiente para largarnos
a las playas donde gastamos nuestros primeros años.

Solo llegarás a ser lo que los demás piensen de ti, dice a su amante
Warhol en el último documental basado en sus diarios
o, en su lugar, el filtro de inteligencia artificial donde su voz
ha sido recreada. No obstante, un actor ha asumido el encargo
de abarcar, en lo que se pueda, todo el espectro de sus inflexiones.

Incluso aún, pronto seremos capaces de escuchar cómo
sonaban los muertos que nos fueron cercanos a partir
de una nueva característica en nuestros dispositivos personales.
La voz de los difuntos nos mantendrá al corriente de la agenda
y advertirá, en su momento justo, que la carne en el horno
quizá podría cocinarse de más.

Mezclar una píldora con el último vodka de la noche para alejar
el riesgo de las apariciones dejará de ser una opción, y los sueños
en que había creído terminaran desmembrando su función conductora.

No parece, sin embargo, que haya manera de salvar esa expresión
muy de ti donde se juntan las corrientes en una mueca ambigua,
como divertido ante el espectáculo de la estupidez general,
pero a la vez enfadado por el camino a donde vienen a morir
cada uno de sus desarrollos concretos.

Y qué tanto se puede recuperar de una vida narrada sobre lo pixelado.
Gastó, en definitiva, sus últimos días difundiendo rumores
acerca de guardias que terminan por perder la razón cuando la luz
del amanecer comienza a golpear de todos lados y a la vez de ninguno
tras una noche en vela hacia el centro del panóptico.

Finalmente, el loco se dio a la fuga luego de darle muerte
con sus propios instrumentos. Un asunto solo para tratar como
si a todos nos hubiera sucedido. Lo encontraron a la orilla del río,
las botas desabrochadas a su lado como dos depredadores inertes.
Te contaron que las tejas metálicas de la nave de presidio a lo lejos
refractaban los rayos de sol ese día de una manera nunca vista
dando la impresión de que allí se tramará algún culto preternatural.
Un resplandor de otro mundo y sus pies dentro del agua
que jugaban a acariciar, la sensación secular de lo liso
en la roca pulida. No tenía memoria de lo que había hecho
y menos podía apurar alguna explicación al respecto.
Entre las piedras, los helechos comentaban al margen
sobre un tiempo siniestro, anterior a la idea misma
de los hechos de sangre y a la noción del mal. Una nota
de color. Muchacho, ¿ya te conté la historia de cuando
asesinaron a mi madre?

 


Ibrahim Hernández Oramas nació en Matanzas, en 1988. Es fundador y miembro del equipo del sello editorial cubano con asiento en México Rialta Ediciones. Este poema pertenece a un libro inédito.

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