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América Latina

El abuelo Evo

En los años 90 Pedro Luis Ferrer compuso varias canciones de fuerte contenido contestatario que le valieron la 'muerte social'. Una de ellas hablaba de un viejo negado a ceder el poder.

Miami

En los años 90 el trovador Pedro Luis Ferrer compuso varias canciones de fuerte contenido contestatario. Eso le valió la "muerte social" que, para el caso de los artistas, se traduce en la no difusión de su obra en los medios de comunicación insulares.

Pedro Luis entonces inventó una serie de conciertos por nuestros "patios y azoteas" de La Habana, lugares donde se daban citan otros artistas y público en general. De aquellos duros años previos al final del milenio es "El abuelo Paco". Entre otras estrofas, la canción dice: "Ten paciencia con abuelo/ recuerda bien cuánto hizo/no contradigas su afán/ ponle atención a su juicio/ gasta un poco de tu tiempo complaciendo su egoísmo".

Y remata con el estribillo: "Aunque sepas que no, dile que sí/ si lo contradices, peor para ti".

Para ningún cubano hace aclarar quién era el abuelo Paco. Pero ese anciano testarudo, inflexible, que se niega a ceder el poder aunque perjudique a su propia gente, puede ser cualquiera de nosotros. Nadie está exento de ser secuestrado por las "mieles del poder", magnífica cita de quien sufriera un empalago sideral. En una familia, el poder absoluto e infinito es la ruina de todos. Imaginemos cuánto daño causaría a todo un país.

Todo parece indicar que el Paco boliviano se llama Evo. El Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) acaba de cargarse el referéndum que negaba la reelección indefinida y le ha concedido al exdirigente cocalero la posibilidad de competir por un tercer mandato —y tal vez otro y otro—.

No han cesado las voces de protesta dentro y fuera de Bolivia. Pero no parecen ser suficientes hasta ahora: Evo Morales podría conducir la nación andina hasta el 2025, o sea, casi dos décadas al frente del Ejecutivo.

Una vez más se cumple aquello de que dime cuánto te reeliges y te diré quién eres. Ya es un patrón bien establecido para los llamados socialismos del siglo XXI llegar al poder, cambiar las reglas del juego —y a todos los actores del ancien régime— , y atornillarse en la poltrona como monarcas. Con sus particularidades, lo vienen haciendo en Centro y Suramérica desde hace dos decenios. El truco es, en esencia, el mismo; solo cambian el escenario y el encantador.

Y aquí es donde estuvo el problema para los diseñadores del espectáculo. En países como Argentina y Brasil, debido a que violentar las reglas hubiera sido muy fuerte, escogieron otro "mago". Ni Lula ni Cristina, en la cúspide de sus almíbares, creyeron posible una derrota. Encargaron a segundones, y sabemos que el carisma —condición indispensable para aplicar a tirano— no es transferible.

Del mismo modo, Rafael Correa se fue a Europa dejando a otro "mago" que, sin decirle una palabra, ha enseñado a los espectadores los secretos del ilusionismo más barato. Veremos qué pasa ahora con Salvador Nasralla en Honduras; pero Manuel Zelaya, como mala sombra, no deja de aparecer con su sombrerote y sin pijamas en todas las instantáneas.

El único disciplinado, además de Evo, es Nicolás Maduro. Ya sabemos que de los menos aventajados será el reino del comunismo en la tierra. Nicolás ha seguido al pie de la letra todas las señas que le dan desde el Palacio de la Revolución. Y cuando no las entiende, cosa frecuente, vuela a esa especie de dogout del totalitarismo tropical que es La Habana.

Con Nicolás no hay errores ni improvisación: el abuelo Paco se lo prometió, y una parte de la oposición se lo ha cumplido. Maduramente, sigue a sangre y fuego la canción de Pedro Luis Ferrer: "Si abuelo no está de acuerdo, nadie cambia el edificio".

Hay una suerte de contrarrevolución "revolucionaria" en los países que antes pertenecieron al llamado Eje Bolivariano. Hace pocas semanas, una reunión de movimientos sociales latinoamericanos parece haber aprobado una nueva hoja de ruta. Saben que la democracia suele ser débil, sobre todo en nuestros países de América, independizados de la metrópoli, pero no totalmente de los hombres-héroes, de los moctezumas, atahualpas y guacaipuros de nuestro tiempo. Pueblos que necesitan hombres, no instituciones, órdenes, no leyes, que los orienten.

En el caso particular del abuelo Evo, nunca podría violentar las leyes de su país sin el apoyo, aún importante, de una parte de la población. Bolivia ha sido uno de los países que más ha sufrido golpes de Estado, inestabilidad política y social, la distribución de la riqueza menos equitativa, y una población indígena marginada, excluida. Los niveles de insalubridad y analfabetismo estaban entre los mayores del continente. Evo, a pesar de todo, ha sido menos destructivo que Nicolás, lo cual lo acerca un poco a otro sobreviviente llamado Daniel Ortega.

Los imprescindibles, esos que nunca renuncian como dijera Brecht, están de vuelta o darán la vuelta. Las democracias de América carecen hasta ahora de un plan —que es lo que sobra a la izquierda extremista— para invertir en lo social y fortalecer la institucionalidad. Por lo pronto, bien valdría a los demócratas de Latinoamérica oír al bardo de Yaguajay, y con él, cantar: "Por eso es que el familión viene poquito a poquito/ aprovechando las grietas de las paredes y el piso, y con la restauración va cediendo el desatino".

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