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Opinión

Carta a Michelle Bachelet

¿Por qué la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los DDHH se encuentra a la zaga en los reclamos a la dictadura de Venezuela, cuando lo natural es que estuviese a la vanguardia?

Ginebra

Estimada señora Michelle Bachelet.

La invitación que le acaba de formular el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, a que visite su país a fin de "ver lo que está pasando realmente en Venezuela", no puede sino suscitar grandes expectativas y, al mismo tiempo, agobiantes inquietudes. Ambos sentimientos, a decir verdad, se justifican plenamente.

¿Cómo no ha de engendrar expectativas, por no decir esperanzas, en un pueblo sometido a una dictadura tan férrea y criminal como la de Nicolás Maduro, la eventual presencia en su territorio de la responsable del organismo de las Naciones Unidas encargado de velar por el respeto de los derechos humanos? Para ser coherente con los imperativos de su cargo, señora Bachelet, muchos esperan que usted utilice ese viaje para constatar, y denunciar, los atropellos de toda índole que sin miramiento alguno comete día a día la camarilla enquistada en el poder en Venezuela.

Las aprensiones que provoca su eventual estadía en Venezuela son igualmente comprensibles. Pues es menester admitir que, durante sus dos mandatos como presidenta de Chile, usted no se distinguió, valga el eufemismo, por su solidaridad con el pueblo venezolano.

El hecho de que, en un momento dado, en 2015 para ser preciso, usted haya juzgado oportuno hacer un llamamiento al diálogo entre venezolanos bajo la égida de una organización al servicio del eje chavista como era la hoy extinta Unasur, ese simple hecho, señora Bachelet, es susceptible de provocar suspicacia.

Pero hay más. En efecto, cuando en aquel año la Corte Suprema de Chile tuvo el decoro de pedir que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) intercediese por la liberación de los presos políticos venezolanos Leopoldo López y Daniel Ceballos, el Ministerio de Relaciones Exteriores de su gobierno se abstuvo de transmitir a la CIDH esa resolución de la máxima autoridad judicial de su país, como le correspondía hacer.

Y cuando, también en 2015, la esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, visitó Santiago de Chile con el propósito de recabar el apoyo de las autoridades en su lucha por la liberación de su cónyuge, usted no se tomó la molestia de recibirla. Por el contrario, trató de justificar esa injustificable decisión, aduciendo, a través del portavoz de su Gobierno, que no había recibido ninguna solicitud al respecto.

Lilian Tintori no tardó en reaccionar, afirmando que meses antes de iniciar su viaje, le había enviado una carta manuscrita solicitándole una entrevista, sin recibir jamás respuesta de su parte. Y para que no hubiese dudas al respecto, reiteró su pedido, formal y públicamente, pedido al que usted tampoco respondió.

Tampoco suscitan admiración sus recientes declaraciones relativas a la nueva ola de represión desatada por Nicolás Maduro, cuya legitimidad es ampliamente cuestionada por la gran mayoría del pueblo venezolano, así como por las democracias de ambos lados del Atlántico. 

En efecto, mientras un gran número de países democráticos consideran ilegítimo y no reconocen al régimen de Maduro, y mientras la Unión Europea llama a un diálogo acompañado de elecciones libres y transparentes, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, es decir, usted, señora Bachelet, se ha limitado a abogar por una "solución política pacífica" y por un "inmediato diálogo para relajar la tensa atmósfera" que reina en Venezuela.

¿Es que la Alta Comisionada de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos puede contentarse con ese tipo de llamamiento sin reclamar al mismo tiempo la liberación de los 288 presos políticos que durante meses o años han venido siendo bestialmente torturados por el régimen de Maduro? ¿Acaso no le compete hacer uso de su cargo para señalar que todo proceso de “solución política pacífica” requiere la liberación previa, y sin condiciones, de esos seres humanos?

¿Ignora usted que llamamientos al diálogo (como el que usted hizo en 2015 como presidenta de Chile) solo han servido para hacerle el juego a Nicolás Maduro? ¿Acaso no es eso lo que Maduro está pidiendo en estos momentos con la intención de salirse con las suyas una vez más? Al llamar a un “diálogo para relajar la tensa atmósfera”, ¿se está usted alineando conscientemente con la posición de Nicolás Maduro, hipotecando así la credibilidad de la institución que dirige? Y si de lo que se trata es de “relajar la tensa atmósfera”, ¿por qué no reclama, con ese objetivo en mente, la liberación inmediata y sin condiciones de todos los presos políticos que hoy pululan en las cárceles venezolanas?

¿Por qué hasta ahora no ha dicho nada (a diferencia de múltiples gobiernos democráticos de América Latina, así como la Unión Europea) de la necesidad de elecciones libres, organizadas por un consejo electoral imparcial (y no a las órdenes de Maduro como es el caso del actual CNE) y verificables por observadores internacionales independientes?

En definitiva, señora Bachelet, ¿por qué tanta pasividad ante el martirio venezolano? ¿Por qué la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se encuentra a la zaga de la comunidad internacional en los reclamos por la restauración del estado de derecho en Venezuela, cuando lo natural es que estuviese a la vanguardia?

Aquí cabe evocar la atinada advertencia lanzada por Monseñor Desmond Tutu cuando se batía en contra del apartheid: "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor".

Por eso pienso, con todo el respeto que merece, señora Bachelet, que no saldría engrandecida ni moral ni políticamente si, por "solidaridad revolucionaria" con regímenes de izquierda, decide usted continuar abogando simplemente por un diálogo que en el pasado sirvió exclusivamente para ayudar a Nicolás Maduro a ganar tiempo y mantenerse en el poder, y ello a expensas de ese bravo pueblo venezolano que les abrió generosamente las puertas de su país a tantos exiliados que lograban escapar de regímenes dictatoriales y criminales de América Latina, entre ellos el del asesino de su padre, Augusto Pinochet.

Abrigo la esperanza de que sabrá usted mostrarse a la altura del reto que enfrenta y que dará finalmente pruebas de solidaridad, no con tal o cual ideología, sino con un pueblo que hoy reclama, no la apertura de un inútil "diálogo para relajar la tensa atmósfera", sino la salida rápida del régimen causante de su desgracia a través de elecciones libres (lo que, al menos hasta el momento de escribir este artículo, usted no ha reclamado aún).

Ahora bien, si, por el contrario, sus afinidades ideológicas con regímenes supuestamente "progresistas" o "revolucionarios" siguen induciéndola a satisfacerse con fútiles llamamientos en pro de una "solución política pacífica" en Venezuela, no me resulta difícil adivinar cuán implacable será el juicio que —a pesar de su impecable trayectoria democrática como presidenta de Chile— la Historia le ha de deparar.

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