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Narrativa

Dos heridas torcidas en la cabeza...

'Vamos a escarbar por todas partes, en esta isla no hay secreto que no se sepa': un fragmento de novela que se presenta el martes próximo en Madrid.

Madrid
Un hombre con arma.
Un hombre con arma. istock

Dos heridas torcidas en la cabeza. Cabeza de Vaca ponía especial cuidado al rascarse los bordes en proceso de cicatrización. Los pómulos inflamados, uno de los ojos ennegrecido, párpado caído, nariz aprisionada por un vendaje voluminoso.

Se sentó en el único sillón de la sala, llegó hasta allí con dificultad, arrastraba las piernas golpeadas con saña. Suspiró fuerte, como si algo le faltara; su cuerpo no respondía como antes. Se mareaba. La mano derecha vendada, dos de sus dedos inmovilizados con unas tablillas entisadas con gasa y esparadrapo. Una gasa más larga rodeaba el pecho y la espalda, a nivel del ombligo reposaba dentro de ella el brazo más golpeado. Sentía un fuerte dolor en las costillas, los puñetazos no llegaron a partirlas, pero las dislocaron.

Una enfermera fisioterapeuta cuidaba de él, aplicaba masajes muy suaves en las partes menos dañadas. Su espalda estaba completamente amoratada, hacia el cuello se extendían unos verdugones. La enfermera curaba las regiones de los glúteos, partidos en varios puntos. Cuando cayó al suelo, instintivamente se enroscó.

Buscó la posición menos dolorosa en el sillón, consiguió ladearse. Había perdido varios kilos de peso. Aguantaba a duras penas su maltrecho cuerpo. Pasados unos quince días, pudo meditar sobre la golpiza, tenía alguna experiencia en el tema, los tipos que le agredieron sabían dónde pegar con más impacto, sin llegar a matar.

Cabeza de Vaca mandó buscar a Guille, sostuvieron una conversación rápida, que ocurriera en su casa era una excepción, confiaba más en aquel delincuentón que en muchos de sus colegas militantes. Guille quedó perplejo, enfurruñado. Cabeza de Vaca pidió concentración. Pateadura olímpica, de madrugada, dos tipos, casi en la puerta de entrada de su edificio, lo siguieron, sabían pegar, estaba totalmente borracho.

—No me dieron tiempo a nada, a los dos minutos quedé medio noqueado, no pude defenderme, la pistola permaneció en su sitio, no la tocaron, acabaron con mi cabeza, mis costillas, me aplastaron la jeta.

Guille se sentó, compartieron refrescos y pastelitos de guayaba. Le pareció inverosímil que no se hubieran llevado la pistola, Guille preguntó si habían robado algo, dinero, por ejemplo. Cabeza de Vaca negó con la cabeza, aquello no tenía pinta de asalto fula, era algo más complicado.

Necesitaba que Guille se pusiera en acción, comenzar a averiguar en los barrios conflictivos. No podía comentar de este encuentro ni con su sombra, dejaba en sus manos la puesta en escena, quería respuestas claras y rápidas. Guille se quedó en silencio, lo haría porque era su socio, si alguien se enteraba que verbalizaba con un oficial de la Gestapo, le caerían a tiros. No le cuadraba lo de la pistola. Aprovechó para recordarle a Cabeza de Vaca que era un desposeído, sin techo, sin dinero, sin un trabajo digno de su personalidad.

Cabeza de Vaca se echó a reír. Si consigues saber quiénes me hicieron esta hijeputá, si lo haces bien y me traes nombres y localización, tendrás todo eso y mucho más. A Guille se le iluminó la cara.

—Me meto en ese estropicio, ecobio, dijo. Sé de algunos armeros distribuidos por ahí. Venden y alquilan escopetas. La gente paga lo suyo y se va con un timbre bien aceitado. Es raro que no te mangaran el timbre, insistió, raro es poco, rarísimo, no me cuadra esa omisión, se paga ahora mismo hasta 300 verdes por cada timbre fachado. No quiero difamar, pero sé de algunos policías que alquilan su Makarov por sesenta u ochenta convertibles la noche.

—Tú localízalos y yo me encargo de hacer las preguntas, puntualizó Cabeza de Vaca.

Guille se levantó, se pasó la mano por la cara sudada, un gesto típico en él.

 

 

Al fin podría ver al enfermo, un tipo limítrofe, liberal, vicioso. ¿De dónde había salido, cómo sobrevivía en la policía, cómo se revolcaba con esa tralla barriotera, por qué lo respetaban sus colegas palestinos?

Bocanera se inclinó, trató de darle un abrazo, Cabeza de Vaca lo contuvo, no estaba para efusiones.

—Me destimbalaron, señaló las dos heridas de la cabeza, me patearon la cabeza, quizás me pegaron con un hierro, no los vi, corrió la sangre, la mía, quiero decir. Se movían como sombras, pegaban, uno primero, otro después, no pude defenderme, como un ballet.

—Estabas como un barril lleno de alcohol, Bocanera aproximó su asiento al sillón de Cabeza de Vaca. ¿Alguien de los cuchitriles que tú frecuentas?

—Puede ser, trató de levantar la mano con los dos dedos fracturados. Cuando estaba a punto de caerme, uno de ellos me agarró la mano, forzó los dedos hacia arriba, caí de rodillas, totalmente mareado, me arrastré por la acera. Me partieron el tabique de un puntapié.

—Por poco te matan, Bocanera le bajó la camisa enrollada en la barriga. Los vamos a encontrar.

—Hoy recibí al socio que nos dio la información sobre Negrón y sus visitas a casa del babalao de 62. Lo puse a trabajar. Dice que es raro que no se robaran la pistola, estaba a la vista, en la cintura. No me dieron tiempo a usarla. Guille se refirió al mercado de timbres. No se la llevaron, no sé qué decirte, algo de razón tiene Guille. No me quitaron nada. Quedé inconsciente.

—¿Los describirías?

—No creo, no vi nada, me dieron duro en la cabeza, traté de virarme, me aplastaron la cara, traté de pararlos, me pegaron en la barriga, en los huevos, no los pude ver, me cayeron a patadas.

—Eso nos reduce el campo de investigación.
      
—O lo amplía, Cabeza de Vaca rozó con sus dedos buenos las heridas de la cabeza. Tengo que mear, llamó a la enfermera. Meo y me acuesto, acompáñame al cuarto, dijo.

Bocanera lo siguió.
      
—Así te veo mejor, volvió a taparle la panza, vamos a escarbar por todas partes, en esta isla no hay secreto que no se sepa.

—Una máquina de malos secretos, Cabeza de Vaca invitó a Bocanera a beber un buen café Serrano. Una hijeputá que van a pagar. Esté fuera o dentro.

—Estás dentro, Bocanera preguntó de dónde salían el café Serrano y la enfermera fisioterapeuta.
      
—¿Qué significa estar dentro?
      
—Además de la pateadura que te dieron, los Hermanos de la Costa te querían meter preso, expulsarte deshonrosamente.
      
—Me lo imagino, esos pajeros son todos iguales, soy yo el que me meto en la mierda, viven de mi trabajo, no valen nada, allá arriba no hay cojones, muchas estrellas y condecoraciones que no sirven ni una pinga.

—Menos mal que no te robaron la pistola, porque ahí sí ibas a cagar pelo.

—Tengo mi intuición, sé lo que pienso, sé lo que todavía no voy a decirte.

—Pedí protección, la concedieron sin chistar, tú eres clave para la investigación, lo fundamenté. A la hora me estaban respondiendo. Te quedas a tiempo completo con algunas condiciones.

—¿Como cuáles?

—Dejar el alcohol.
    
—No puedo.
    
—Tienes que hacer algo.
    
—Me moderaré, lo prometo, pero no me voy a tratar de nada con nadie. Se enteran de más cosas y me dan una patada por el culo. Ellos son más borrachos que yo.
    
—Descansa ahora, come bien, que tu enfermera te cuide. Hay que entrar en acción, te contaré varias cosas: esto no avanza, se enreda más, tuve una conversación con W&Q, por poco le meto un tiro a Q, quité el seguro, le puse la Makarov en la cabeza.
    
—Me gusta eso, vas entendiendo más de lo que te imaginas, esto no es fácil, la mafia de dentro es la más peligrosa, se burocratizan, te matan.
    
—Explícale a tu enfermera que seré tu segundo cuidador. Me jodió no ir al hospital, lo prohibieron, por un asunto de seguridad.

—No te quieren presentar en público, te mastican, pero no te tragan. Tú eres más hombre que todos ellos juntos.

—Ya lo sé, tú lo sabes.

—La enfermera es un viejo amor y una vieja colaboradora, estuvo en el Ministerio muchos años, pasó por lugares estratégicos, la retiraron en el 89.

—Amárrate la lengua.

—Cumplo rigurosamente con el protocolo, no hablo con nadie más que contigo, que eres mi jefe. Gracias por salvar lo que queda mí.

—Cuento contigo.

—Correcto. Ya te contaré más de la enfermera fisioterapeuta, podría ayudarnos, tiene experiencia y entrenamiento, si alguien entrara a esta casa sin permiso, saldría peor que yo.

 


Este fragmento es un capítulo de la novela Mi último viaje en Lada (Renacimiento, Sevilla, 2021), que se presentará en Madrid el martes 24 de mayo, a las 7:00PM, en la librería Reno (Monteleón, 14), con una charla del autor y del crítico literario español José Manuel Pérez Carrera.

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