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Poesia

Esteban Luis Cárdenas en su 'Barrio'

Néstor Díaz de Villegas recuerda cómo conoció a Esteban Luis Cárdenas en el Miami de los años 80 y publica un poema de Cárdenas: 'Barrio'.

Hollywood
Esteban Luis Cárdenas (izq.) y Néstor Díaz de Villegas, Miami, 1998.
Esteban Luis Cárdenas (izq.) y Néstor Díaz de Villegas, Miami, 1998. DDC

Conocí a Esteban Luis Cárdenas en 1980, en un edificio de apartamentos en las márgenes del río Miami. El poeta Benigno Dou, que había llegado de Caracas y se alojaba en mi apartamento de Coconut Grove, tenía el encargo de comprar una camioneta para su jefe y, antes de finalizar los trámites, me pidió que fuéramos a ver a un buen amigo suyo.

Era de noche cuando llegamos al Park Tower del Parque Lemmus, una estructura brutalista de los años 60, y creo que subimos hasta el quinto piso. Beni tocó el timbre y, al rato, alguien abrió la puerta. Un tipo corpulento asomó la cabeza desde la negrura del interior. El hombre parpadeó, reconoció a Beni, salió al pasillo y lo abrazó. También Beni lo estrechó con mucha ternura.

Nos presentaron. Me dijo que se llamaba Benjamín Ferrara, y comentó casualmente: "Nos cortaron la luz. ¡Pero, nada, pasen, señores!". Reconocí su nombre, había leído sus poemas en el samizdat que editaban Dou y Rogelio Fabio Hurtado en La Habana de los primeros 70. El nombre romántico y los poemas clandestinos me habían hecho idealizarlo. Al fondo, en un confuso camastro, había un hombre largo y flaco, con la cabeza ladeada, fumando. Era Cárdenas.

Es necesario describir los alrededores del Park Tower, una estructura de estilo gubernamental que aún permanece intacta. En el Parque Lemmus se conservan dos barracones de esclavos del siglo XIX, una antigua guarnición llamada Fort Dallas, donde vivió la precursora Julia Turtle, y la vivienda del pionero William Wagner, trasladada al parque en 1979 desde su locación original en el arroyo del mismo nombre.

En la esquina de North River Drive y la Tercera Calle del Northwest se alza el Templo Masónico del Rito Escocés, un edificio neoclásico rematado por un zigurat. El templo y el parque aparecen en un cuento de Carlos Victoria, en el que Esteban Luis Cárdenas, Guillermo Rosales y el mismo autor comentan la noticia del suicidio de Reinaldo Arenas.

Al fondo de la calle se encuentran las dársenas del río Miami y, en la margen opuesta, los confines de la Pequeña Habana. Esa área y sus inmediaciones fueron el microcosmos en el que Esteban Luis Cárdenas pasó la mayor parte de su período miamense. Excepto al final, cuando enfermó de cáncer y fue internado en The Point, un asilo de convalecientes en la Calle Ocho.

De Esteban Luis Cárdenas sé que era el hijo de un empleado de la revista Bohemia. Que era camagüeyano. Que se había lanzado desde la azotea de un edificio hacia el techo de la embajada argentina en La Habana. Cayó reventado y los diplomáticos lo empujaron a la calle, medio moribundo, y llamaron a la Seguridad del Estado. Después de la caída, perdió la movilidad de la mano derecha, la de escribir, y estuvo años preso. Llegó indultado a Miami en 1980, donde sufrió otros accidentes que lo dejaron inválido.

Nos vimos a menudo, sobre todo en el maleficio de Flagler y la Ocho Avenida, un antiguo bungaló convertido en cuartería, propiedad de un pintor marielito. Fue allí donde le entregué, en 1984, mi ejemplar de El tiempo de los asesinos (Alianza Editorial, 1983), el ensayo de Henry Miller sobre Rimbaud, el mismo que reaparece en Cantos del centinela, el primer poemario de Esteban Luis, publicado en 1993 por Carlos Díaz Barrios, en la editorial La Torre de Papel, y también en la novela Boarding Home (Salvat, Miami, 1987) de Guillermo Rosales, donde el personaje de "El Negro" se lo pasa, a su vez, a William Figueras, con la admonición "Cuidado no te haga daño".

Quizás Guillermo Rosales estuviera presente en el momento en que le di el libro a Cárdenas. Su boarding home quedaba a pocas cuadras de allí. En cada uno de los maleficios donde residió Cárdenas se tomaba y se fumaba hasta bien entrada la mañana. Más tarde, las reuniones se trasladaban al portal de la antigua Biblioteca de la Rama Hispánica, en Flagler y la 22 Avenida, donde coincidieron en algún momento Rosales, Pedro Jesús Campos, Esteban Luis y Eddy Campa, entre otros poetas y cuentistas ya olvidados o desaparecidos.

La tarde del 6 de julio de 1993, según me refirió una vez, Esteban le entregó a Guillermo Rosales un revólver caliente metido en un cartucho. Rosales le había dicho que alguien lo perseguía, y Cárdenas cogió el dinero (40 dólares) y le dio el encargo. Rosales se pegó un tiro en el pecho esa misma tarde, en una esquina del barrio. Era el cumpleaños del Dalai Lama, de George W. Bush y de un personaje clave de la novelística miamense llamado "El Negro".

 



Barrio
 
                             A Carlos Victoria
 
Un pájaro de nácar trinaba
posado en la punta de un mástil amarillo.

Farolas azules y rojas y un símbolo verde.
Restos de emblemas oficiales. Signos oscuros
para los ojos alertas y el avanzar nervioso.

Afluyen los significados y el orgullo
se humilla.

Un negro (cubano o norteamericano),
cruza la calle y empuja un carro de metal
color plata.

Barrio.

Se deslizan rumores;
alguna puta joven grita
reclamando su pago o, simplemente, un crack.
La policía merodea por las cercanías
y los expendedores se alteran.
Hombres diseminados con ritmos y delirios.

Barrio

de estibadores, de drogadictos y noctámbulos.
Se ven jardines apretados. Barcos.
El olor activo y resinoso del río;
figuras esbeltas, misterios.

Boarding homes, markets cubanos (bodegas)
o norteamericanos asaltados por cubanos.
El Círculo K, antiguo Utotem
y mujeres distintas, jóvenes vagamente hermosas
y buenas hembras, con los senos hacia abajo.

Barrio.

Seres solitarios, dibujos de las encrucijadas,
alzan los ojos y observan los relieves:
entechados de imitación, tejas fijas,
similares a alfombras.

El barrio está tranquilo,
Soporta la tarde hermosa y las canciones
que brotan de los hogares junto a músicas
alegres y altas.
A veces gritan en las casas. Una madre
maldice a sus hijos y culpa a Norteamérica.

Barrio.

Los refugios perecen sosegados
bajo la ambigüedad de las luces.
Tardes que no les importan a los desamparados,
a los anormales. Atisban los interiores
de un Ejército de Salvación. Una limosna.

Nadie ruega a los dioses. Vociferan.
Los dioses no escuchan. Permanecen fatigados,
sombríos.

Los solitarios y algunos,
con premura, siguen por ciertos rumbos.
Se nutren con el viento del océano.
Hay lugares enrejados y pobres
en donde mueren los inexpertos, los desgastados.

Barrio.

Un pájaro de nácar
posado sobre la punta de un mástil amarillo
continúa trinando.

 

All America.  ACLF.
South Florida, 1994

Esteban Luis Cárdenas

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