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Crítica

'El profundo azul del aire' y los nombres que lo atraviesan

'Leer a Alejandro Querejeta es entrar a un lago de agua helada y quieta. Sensación: anestesia.'

Miami
Cielo azul sobre un campo de hierbas.
Cielo azul sobre un campo de hierbas. pixabay

Leer a Alejandro Querejeta es entrar a un lago de agua helada y quieta. Sensación: anestesia. Salgo de esos versos con la calma de quien no ha sido impelido a disentir o a blasfemar. De lo más prosaico que he encontrado en esta reciente lectura son estos versos: "Comió pan y vino, queso cubierto de artemisas".

¿Cómo se presenta un libro de nombre tan atemporalmente lírico como El profundo azul del aire? Yo que apenas tengo publicado un libro de poesía, mis poemas de la cocina, donde campean cocineros con adicciones, y hay olor a sangraza y a humos de asador, ¿qué puedo decir de los poemas del escritor cubano asentado en Ecuador, de su tesitura impoluta, su ausencia de disonancia, la discreción con que elude cualquier acotación personal?

El maestro, lo llama Karime Bourzac, gestora de Ediciones Furtivas, y lleva con él una relación imbricada con su biografía santiaguera. Igual que ella, yo también nací en esa ciudad donde alternan los trinos de las mujeres del Coro Madrigalista con los cutarazos de la gente arrollando en la conga de los Hoyos. En Holguín, la ciudad natal de nuestro poeta, le sucedió un extrañamiento irreversible en su visita última: una reja aprisionaba la que fuera su casa familiar; nunca más suya, nunca más entrañable sino en la memoria.

Entramos y salimos de El profundo azul del aire sin conocer las intimidades del poeta, aunque sí podemos empaparnos de los nombres de los autores que ha paladeado su curiosidad intelectual. Autores y artistas visuales, añado. John Donne, Cavafis, Tomas Tranströmer, Miguel Ángel, Turner, Seurat, Jackson Pollock, Malévich, Paul Klee, José Martí, Anna Ajmátova. ¿Qué extrae el poeta de estas confrontaciones, de estos diálogos? ¿Confirmación de que se ganará un lugar entre los elegidos, a fuerza de encararlos? ¿Buscará sellar un espectro de afinidades para escapar al olor de la academia, la prensa, el púlpito y el archivo? Tal vez también deberíamos también preguntar al escritor Evelio Traba, quien estuvo a cargo de armar esta antología personal, cuya portada fue diseñada por el artista visual Yanier Palao.

Hay una foto que he visto en su muro de Facebook que muestra a Querejeta joven, en Holguín, junto a dos poetas contemporáneos suyos. Uno es Alejandro Fonseca y el otro Delfín Prats. En esa foto todo es presente; nadie sabía el rumbo que tomarían sus vidas en lo adelante. Prats, quien estudió ruso en la extinta Unión Soviética, vio su obra reducida a pulpa y quedó atrapado en un círculo cerrado entre la locura y el alcohol. A él Querejeta le dedicara su poema "Quizás abril". Fonseca, quien sería sorprendido por una súbita enfermedad que nadie al parecer vio venir, era un hombre recio, de sonrisa fácil, con el que un día conversé en algún encuentro literario aquí en Miami. Para él fueron escritos los versos de "El ciervo rojo". El otro Alejandro, el que está aquí de cuerpo entero, que ni enloqueció ni ha muerto aún, vive en Quito, ciudad de coloniales iglesias y conventos, donde al parecer se le considera una personalidad en el mundo de las letras y el periodismo.  Según el prólogo de este libro, escrito también por él mismo, su obra ha padecido los estragos de la censura, por razones ideológicas, especifica. En algunos momentos y lugares, pensar es un delito.

Mencionaré aleatoriamente versos que saltan del libro donde asoman sin tono de queja o de exaltación, un estado de vida recurrente:

"Mi exilio es una ciudad suspendida en el aire."

"Vine a esta ciudad por una ruta sin amanecer."

"Sobrevivo extranjero entre estas costumbres."

"Ruega por mí, la extrañeza ajena me asedia."

"No me acepto, no me inclino."

"Saber de quien es este mundo, me está prohibido."

"Voy solo y extranjero, esta es mi fe, hago cuanto puedo."

"La belleza pasa como un sueño, cual espuma de los cielos."

Cuando mencioné antes algunos nombres de merecida referencia dentro de este libro, dejé afuera al notable Walter Benjamin, el escritor y filósofo alemán, coleccionista de juguetes, a los que consideraba objetos de culto.  Inquiriendo en la posible relación entre uno y otro debo decir que aunque en circunstancias y momentos diferentes, sus destinos estuvieron signados por la dedicación al ejercicio intelectual y la toma de sus consecuencias. Querejeta hurga en el mundo de Benjamin, se detiene en la muñeca de paja de los trigales de Tambosk que atesoraba, lo mismo que la acuarela de Paul Klee, el Angelus Novus —para él una alegoría que ilustraba su tesis del ángel de la destrucción de la Historia—. Vida que se tronchó con su lamentable suicidio en 1940, luego de sentir que fracasaban sus intentos de llegar a Portugal y de ahí escapar a Nueva York. Y desde luego, no queda fuera la maleta misteriosa de la que se sospecha, trasladaba algún postrero manuscrito.

Entre 1915 y 1925 Benjamin escribió unos sonetos por la muerte del poeta Heinle. En uno de ellos dice: "La claridad de mediodía me envuelve de súbito y luce en el arqueado cielo más profunda y azul, cual la tristeza de un ojo misterioso". Profunda, azul…, ¿conocerá Querejeta de estos versos? Con la tristeza de un ojo misterioso los leo pensando en cómo ha sobrevivido el autor a la memoria de varias ciudades. Viajeros del éter, eso somos los que nos adentramos en la vaga territorialidad del aire; el mismo aire azul que refresca un pueblito al borde de los Pirineos, justo antes que una dosis exagerada de morfina pusiera a dormir a uno de los hombres más despiertos de su siglo, y que también sopla a los pies de los Andes magnánimos.

¿Y la maleta de Benjamin, por fin qué contenía? Aire, dicen que la han encontrado al fin, y todo lo que contenía era aire, que se llevaba el escritor en su intento de llegar a Nueva York, porque le dijeron que en las grandes ciudades la gente suele estar asfixiada.

Si quieres un poco de quietud, acércate a este libro. Algo de la contención de un hombre que sabe el valor de las palabras te traerá paz. Hemos pasado mucho tiempo con las narices y bocas cubiertas, y aún ni siquiera sabemos si la pesadilla ha terminado del todo. Gracias, Alejandro, por regalarnos estas bocanadas azules, impolutas, en forma de poemas, para extendernos un poco más la gracia de vivir en un mundo donde respirar como Dios manda va siendo un lujo.


Alejandro Querejeta, El profundo azul del aire (Ediciones Furtivas, Miami, 2021).

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