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Artes visuales

El niño frente al muro en un dibujo del cubano Garrincha

Ha pintado una portería y un portero, frente a la única pared en pie en una ciudad destruida y despoblada…

La Habana
Dibujo del caricaturista cubano Gustavo Rodríguez.
Dibujo del caricaturista cubano Gustavo Rodríguez.

La pared o el muro son aliados insustituibles para los niños que juegan solos. En ellos la fantasía rodea un cuadrado pintado, a modo de portería, de defensores contrarios, público y gloria propia. Otro tanto pasa con una zona de strike frente a la que un niño puede consagrarse como pitcher, o con el campo del adversario frente al que una candidata a estrella de voleibol tiene sus primeras victorias.

A quien de pequeño animó un muro no le es difícil impactarse con uno de los más recientes dibujos de Garrincha, el conocido diseñador gráfico cubano que vive en el exilio. En la imagen un niño ha pintado una portería y un portero, frente a la única pared en pie en una ciudad destruida y despoblada.

Que el deporte que practica el niño sea el fútbol se explica porque por estos días las bombas rusas comienzan a destruir numerosas ciudades ucranianas y el fútbol es allí un deporte hegemónico. Pero en el dibujo de Garrincha no hay ninguna referencia a Ucrania; no son solo los niños ucranianos los que por estos días juegan sin amigos en medio de la destrucción y la barbarie.

Si nuestra sensibilidad con la destrucción bélica está incrementada por la grosera invasión de Vladimir Putin, el dibujo de Garrincha comparte la solidaridad para el pueblo bombardeado con la exaltación de la fantasía como recurso de la humanidad para imponerse cuando parece ausente. Esa es parte de la riqueza que se le demanda a una obra de arte, que el mensaje específico y el universal compartan su espacio de manera diáfana.

Es difícil saber si la fantasía, infantil o adulta, tiene límites. Si para la razón funciona la frase de que nunca entramos dos veces en el mismo río, como metáfora de la transformación, para la fantasía la sola noción de río es de poca utilidad frente a su capacidad de desbordarlo, calentarlo o disolver sus aguas en un bosque, sin esfuerzo ni afán sistemático.

El niño que pinta Garrincha parece prepararse para cobrar un penal. Pocas acciones hay en el fútbol que sean tan emocionantes como esa. Se gana o se pierde todo de una vez, y si con razón hay quienes argumentan que el penal empobrece al fútbol como deporte de equipo, la emoción de un solo individuo definiendo la suerte de un grupo hace del penal uno de los episodios más recordados de cualquier competencia.

Que un niño reivindique el derecho a la emoción que despierta el fútbol a través del más individual de sus actos, que lo haga en un entorno de destrucción de los ideales colectivos, del cual la ciudad se cuenta entre sus productos más logrados, es el manifiesto más contundente que la fantasía puede hacer en su favor. Toda la grandeza de la razón, que no es poca, está en la realidad; la de la fantasía, que no es menos, se encuentra en su colapso.

El portero pintado por el niño no es un adulto, es un niño como él. En Ucrania muchos niños echan de menos a sus compañeros de juego, lo mismo porque cruzaron la frontera huyendo de las bombas de Putin que porque fueron lesionados o murieron bajo ellas.

De nuevo el mensaje específico no estorba el universal: los niños necesitan de los niños. Como tantas necesidades fundamentales, esa es una verdad que se revela con más fuerza cuando la imagen natural se vuelve extraordinaria. Lejos de sus significados asociados a la ficción o la invención la fantasía es un mecanismo insustituible de la comprensión y su producto es tan real como el de la razón.

En los calabozos castristas a donde he sido llevado con otros opositores a la tiranía comunista, he visto en las paredes diseños que alternan entre simples letras o nombres, hasta una imagen complicada que prefiguraba la silueta de una iglesia por medio de crucifijos, y rostros despersonalizados. Fue una imagen que quise conservar y pedí un periódico para dibujarla, pero el policía de guardia me dejó saber que en las estaciones policiales el periódico se usa para limpiarse el culo.

Las sucesivas manos de cal que blanqueaban aquellas paredes no conseguían desaparecer los mensajes y dibujos que habían sido hechos raspando su superficie. No es difícil aventurar que para sujetos que tienen por entorno los muros de la celda, marcarlos a la manera del niño de Garrincha les permite conectarse con los espacios y las personas esenciales negados por el confinamiento.

Aunque la complejidad de un niño y un adulto sean distintas, el muro juega para ambos una importancia equivalente. La fantasía que abre o restaura las fisuras que la razón no puede superar ha sido esencial para nuestra ratificación como especie.

El Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, permite a los fieles de muchas religiones conectar su temporalidad con la eternidad, de parte de la cual la enorme pared ha sido testigo. El Muro de Berlín proveyó de límites el espacio de la hegemonía de los mandamases comunistas, que no imaginaron nada mejor para zanjar el temor por lo impreciso que afecta a toda tiranía.

En la prisión de Valle Grande, en 2015, el artista y preso político Danilo Maldonado "El Sexto" realizó una serie magnífica de dibujos. En uno de ellos, en que unas mujeres confrontaban una masa de soldados armados, escribió: "Un muro de mierda enfrentan las Damas de Blanco".
 
En su esfuerzo por rearmar su cotidiano perdido, el niño del dibujo de Garrincha ejercita lo que será una habilidad necesaria para el adulto, la capacidad de colar un gol en la portería contraria en una realidad donde las reglas del juego cambian de manera permanente. A veces con una brutalidad que el dibujo no puede expresar mejor.

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1 comentario

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Profile picture for user EL BOBO DE LA YUCA

Excelente caricatura.

Pena que el articulista no paró antes de "En los calabozos castristas a donde he sido llevado con otros opositores a la tiranía..."