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Opinión

En los montes, monte soy

El autor recuerda a su abuelo mambí y sus enseñanzas desde la Cuba de hoy.

La Habana

Mi abuelo materno fue mambí. Máximo Montes vivió hasta pasados los 90 y falleció debido a lesiones sufridas en un accidente automovilístico. Fue atropellado por un motociclista cuando cruzaba corriendo la calzada de Diez de Octubre para alcanzar un ómnibus que lo llevara hasta la casa de alguno de sus hijos o de una amiga.

Pero mi abuelo no fue solo un mambí nonagenario, cuentista y mujeriego. Mi abuelo Máximo Montes fue un rebelde convencido. Más de medio siglo después de terminada la Guerra del 95, se opuso y encabezó la resistencia victoriosa de los Veteranos cuando el flamante gobierno revolucionario pretendió, vaya usted a saber por qué razones, expropiar y convertir en cualquier cosa el Hogar de Veteranos de la Guerra de Independencia ubicado en la barriada de la Víbora y desalojar así a los ancianos héroes, del asilo que se habían sufragado a sí mismos.

La actitud viril de mi abuelo y de sus compañeros es parte esencial de mi formación ciudadana. Cuando una medida gubernamental es contraria a derecho o simplemente a la conciencia individual de cada cual, es válido el derecho a resistirse. No existe fuerza en el mundo capaz de imponerse a la voluntad de los pueblos cuando tienen una causa justa por la cual luchar.

El viejo Montes nos entretenía en las reuniones familiares con sus historias que no sabíamos si eran ciertas o imaginadas, pero que disfrutábamos sin parpadear, aprendiendo de primera mano a querer a la patria, respetar a los héroes y venerar a los caídos. Sin darnos cuenta, aprendimos a no tener miedo de defender nuestras ideas, conocimos a Martí, Gómez y Maceo como si hubieran sido amigos íntimos de mi abuelo, aunque quizás nunca los conoció en persona.

De ahí nos viene el amor a Cuba, ese amor a la patria y la disposición a vivir y morir por ella no llegó leyendo a Marx o a Lenin ni conociendo historias de revoluciones ajenas. Mi abuelo Máximo me pasó el batón entre cuentos y bromas, sin teques ni adoctrinamiento, de manera tan natural como todo lo bueno, sin esfuerzo ni discursos agobiantes.

El estudio de La Edad de Oro, de José Martí, entre historias y poesías, es un buen modo de enseñar patriotismo, valores humanos y civismo a las nuevas generaciones de cubanos, ahora que los veteranos de la Guerra de Independencia no están más entre nosotros y el último de ellos yace en el Cacahual enterrado cerca de su jefe.

Ojalá mi abuelo viviera aun, no solo porque disfrutaba sus cuentos, sino porque hombres así son necesarios en tiempos donde la hombría brilla por su ausencia y las doctrinas extranjerizantes apartadas de nuestra cultura y de nuestra historia se imponen sin razón.

Vivo convencido de que el viejo Montes y los demás de su estirpe dieron frutos, tengo fe en que los cubanos de hoy podemos ser antimperialistas y también antiabsolutistas, amar a la patria a la vez que se odia a quien la oprime.

Ese es el legado que nos dejaron los que hicieron las guerras contra el colonialismo español, los que se opusieron a dictadores y malos gobernantes, los capaces de divertir a los nietos y enseñarles a defenderse de los peligros de una mala república.

Es legítima la búsqueda de la libertad y el desarrollo individual y nada justifica que los intereses de grupos de poder, partidos políticos o caudillos, se antepongan a los intereses de los ciudadanos vistos como individuos y no como masa amorfa y anónima. Cada mambí, mi abuelo Montes entre ellos, tenía intereses patrios e intereses particulares antes y después de la guerra, cada cubano tiene intereses particulares y un concepto propio del bienestar que ningún gobierno tiene derecho a conculcar en aras de un dudoso bienestar colectivo.

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