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Opinión

A las balsas corred, jutiófagos….

En los últimos días, la población cubana ha tenido ocasión de escuchar dos discursos que sin duda serán decisivos para el futuro del país.

Málaga

En los últimos días, la población cubana ha tenido ocasión de escuchar dos discursos que sin duda serán decisivos para el futuro del país.

El primero —en orden de solemnidad— corrió a cargo del General de Ejército Raúl Castro. Habló el jefe de las Fuerzas Armadas para oficializar la nueva Constitución, aprobada por aplastante mayoría en el plebiscito del pasado 24 de febrero. Con la flamante Carta Magna aspiran los jerarcas castristas a prolongar por lo menos otros 60 años el socialismo dependiente implantado en 1959. Un detalle nada desdeñable es que la ley de leyes de la República haya sido proclamada por el Primer Secretario del Partido Comunista y no por el Jefe del Estado, el presidente subalterno Miguel Díaz-Canel. 

La foto de la celebración final tiene un toque litúrgico, al parecer involuntario. Como en las representaciones tradicionales de la Virgen de la Caridad del Cobre, el blanco, el chino y el negro, en primer plano, alzan los brazos bajo la mirada benévola de una dama vestida de blanco que domina la escena por encima de sus cabezas. La barca —la nave del Estado—, aunque no figura en la imagen, deriva azotada por las olas de la coyuntura internacional. El milagro está en el aire.

El otro discurso —primero en orden de importancia— también tuvo cierta resonancia milagrosa. Lo pronunció el Comandante de la Revolución y Héroe de la República de Cuba, Guillermo García Frías, ante las cámaras de la televisión nacional. Con soviética seriedad y astucia campesina, reforzadas por cuatro hileras de medallas que acreditan sus hazañas bélicas, García Frías propuso la solución para remediar la carencia crónica de proteína que padece la población de la Isla: criar y consumir jutías, cocodrilos y avestruces. 

También aquí hubo mimetismo involuntario. El tono de voz, los ademanes y las ideas parecían brotar mágicamente del coprolito de Santa Ifigenia y encarnarse en el anciano director de la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna. Quizá la impresión de presenciar en vivo y en directo una metempsicosis o una sesión espiritista explique la rigidez facial del auditorio de abnegados burócratas que le pusieron enfrente. 

En sus años de esplendor, el difunto Comandante en Jefe ya se prodigó en esos experimentos. Ocas, dromedarios, vacas enanas, moringa, plátano por microjet y café caturra: Cuba iba a producir más queso que Holanda, más foie gras que Francia y más cítricos que Israel. Y, por supuesto, seguiría produciendo más tabaco y azúcar que cualquier otro país. Todo eso y otros delirios e inepcias desembocaron en el Periodo Especial y el mar de la felicidad en el que ahora chapotea la población cubana.

Por su parte, Raúl Castro, tras encomiar la trascendencia histórica de la nueva Constitución, pasó a temas más pedestres y anunció que no habrá un nuevo Periodo Especial. En realidad, esta es la primera confirmación oficial, aunque indirecta, de que el Periodo Especial originario, que se proclamó hacia 1991, ya terminó, aunque no quedó claro cuándo ocurrió ese fausto suceso. Algunos economistas sostienen que el PIB cubano no ha recuperado todavía los modestísimos niveles que tenía hace 30 años, cuando los alemanes derribaron el Muro de Berlín y los pueblos de Europa del Este echaron el comunismo al estercolero de la historia.

El anuncio de que el Periodo Especial no volverá es muy tranquilizador. Visto lo de Venezuela, las medidas del presidente Trump y los síntomas que muestra la economía nacional, resulta de gran consuelo que, con su vasta experiencia administrativa y sus éxitos precedentes en la materia, Castro II promulgue la imposibilidad de que se repitan los años de alumbrones, tilapia transgénica, camellos y neuritis óptica. Sin duda porque ahora se puede confiar en la diversificación alimentaria que aportarán las jutías, los cocodrilos y los avestruces de García Frías y en los resultados de las medidas preventivas adoptadas por Díaz-Canel y los gurús económicos del Comité Central que, según el biennacido presidente, consisten sobre todo en aumentar el control, trabajar mejor y poner más entusiasmo revolucionario en las tareas cotidianas.

Miles de cubanos de a pie, sobre todo los más jóvenes, aplauden la sabia estrategia, meditan sobre "la maldita circunstancia del agua por todas partes" y se aprestan a subir a un avión, una balsa, un/una turista o a cualquier otro vehículo que les permita partir a la conquista del futuro. Un porvenir que, por ahora, está en cualquier parte menos en la Isla, que es ella y su circunstancia.

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