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Día Mundial del Medio Ambiente

Camagüey, 1995: '¿Por qué no sembramos un júcaro para conmemorar a Martí?'

Tres cubanos deciden conmemorar el centenario de la muerte del héroe nacional. Una crónica sobre la memoria y el legado de Rafael Almanza.

Miami
Júcaros martianos.
Júcaros martianos. Eudel Cepero

La idea nace de Martí. Se cumplía un centenario de su muerte en combate peleando por la libertad y la democracia en los campos de Cuba. Ese año era especial por lo que representaba. No diría que era un momento de efervescencia, pero sí de una energía única. Y en ese contexto las personas del grupo informal y contestatario alrededor de Rafael Almanza, que luego devendría en el Anillo de Homagno, estábamos haciendo cosas que de una forma u otra tenían que ver con el centenario.

En mi caso, escribía un artículo que llevaba por título "Los árboles en el Diario de Campaña", para lo cual leía las notas del diario en detalle. Recuerdo que leíamos en casa de Rafael, en las tardes, algunos de los pasajes más importantes el mismo día que Martí los había escrito, cien años antes. Es decir, a esto es a lo que me refería antes al decir que había un carácter especial. Nos sentíamos distintos.   

Yo estaba muy impresionado haciendo el trabajo preparatorio de lecturas y de tomar notas para mi artículo. Aún no me explico cómo Martí sacaba tiempo para escribir en su diario los nombres de los árboles y para describir el entorno natural por donde se movía, con todas las obligaciones que tenía como presidente del Partido Revolucionario Cubano, lidiando con las circunstancias como miembro de una guerrilla dirigida nada menos que por Máximo Gómez.

Louis Aguirre y Rafael Almanza trabajaban en una ópera para conmemorar el centenario de la muerte de Martí. Aguirre, en ese tiempo director de la Sinfónica de Camagüey, componía la música, y Rafael escribía los libretos. Según recuerdo, fue una anécdota que está en el libro Martí a flor de labios, de Floirán Escobar, y que pasó a formar parte del libreto de la ópera, lo que motivó la siembra de los júcaros. Y si no era parte del libreto, por alguna razón escuché la anécdota en ese contexto.

Según cuenta Escobar, durante su recorrido desde Playitas, Martí acampó en algún sitio donde había un frondoso júcaro a la sombra del cual recibió la visita de numerosos lugareños de la zona. Martí se marchó de ese lugar y, como sabemos, murió en Dos Ríos. Sin embargo, para los guajiros el árbol se convirtió en "el júcaro de Martí". Años después un terrateniente o un capataz quiso talar el árbol, porque llenaba de hojas unos tanques que tenía para dar de beber a las reses. Y esto generó una protesta en la comarca, pues los campesinos no querían que se talara "el júcaro de Martí".

Cuando oí la anécdota, probablemente en casa de Aguirre, les dije: "¿Por qué no sembramos un júcaro para conmemorar el aniversario de la muerte de Martí?" Rafael complejizó la idea y propuso plantar tres árboles. Uno en el Museo Provincial como símbolo de lo histórico, otro en el Casino Campestre representando lo civil, y un tercero en el convento de la Merced, en alegoría de lo sagrado. Según el poeta, esto marcaba tres puntos que representaban una trinidad y, con ello, la "resurrección de Martí en todos los cubanos".

En cuanto a cómo se decidió quién sembraría cada júcaro, lo que recuerdo es que Aguirre tenía alguna relación con el Museo, porque allí está la escuela de música donde estudió o algo así, y Rafael tenía su famoso poema sobre la ceiba de la República, sembrada en el Casino Campestre. Quizás fue en eso en lo que nos basamos para decidir que fuera Rafael el que plantara el del Casino y Aguirre el del Museo, y el otro que quedaba era el de la Merced, que terminaría plantando yo.

Los preparativos

Lo primero fue escoger los lugares donde plantar los árboles. Aguirre se encargó del Museo Provincial, en el que todo fluyó sin problemas. Rafael se ocupó del Casino Campestre, donde había una oficina de Servicios Comunales y no un jardín de rosas, pero logró el permiso. La gestión para la siembra en el Convento de la Merced también fue hecha por Aguirre. Yo solo fui un espectador de lujo en aquella reunión en el arzobispado de Camagüey donde monseñor Adolfo Rodríguez escuchó, sentado detrás de un inmenso buro, la propuesta en la voz del poeta que, además, lo invitó a participar cerrando un acto público. El obispo respondió con calma papal que analizaría el asunto y nos dejaría saber. Días más tarde, Aguirre dio la buena nueva de que monseñor Adolfo bendecía el júcaro.

Para asegurar que los júcaros se plantaran en las condiciones adecuadas visité los tres lugares en compañía de un ingeniero agrónomo al que llamaremos "el Gato". Usando una barrena, el Gato extrajo muestras de suelos y avaló para plantar los árboles un área del Casino Campestre cercana a donde está la ceiba de la República y otra en el ala izquierda del patio interior del Museo Provincial. Cuando llegamos a la Merced, nos recibió un encargado que, en vez de llevarnos para el magnífico patio central, nos pasó a un patio interior pequeño donde tenían varios chiqueros de cerdos y nos dijo que ese era el lugar escogido por el cura del convento para poner el júcaro. El suelo era un pedregal donde ni siquiera era posible tomar una muestra de tierra. En el tono más amable le pedí al encargado que le dejara saber al padre que ahí no plantaríamos el árbol y salí para casa de Rafael o de Aguirre con la mala nueva.

Aguirre volvió a hacer gestiones y juntos fuimos a hablar con Wilfredo Pino, párroco de la Merced en aquel momento. El patio central del convento es cuadrado y está rodeado de un pasillo de arcadas. La oficina del sacerdote estaba a la derecha en el pasillo del fondo del patio, entrando por la puerta que da a la plaza de la Merced. Aguirre y yo nos sentamos en un banco de ese pasillo a esperar a que nos recibiera el cura. Frente al banco, en la arcada, había una campana de mediano tamaño que usaban para hacer las llamadas del convento. Recuerdo que Aguirre me decía que no se podía contener, que tenía que tocar la jodida campana. Por suerte nos llamaron antes que diera algún campanazo.   

Ya en la oficina, Pino nos confesó que estaba preocupado por el hecho de que el júcaro, con sus raíces, dañara el pasillo del convento; esa era la razón por la que prefería tenerlo a salvo en el patio interior, junto a los cerdos. Quizás lo juzgué mal ese día, pero no le creí. Sabíamos que el acto podría causar problemas con las autoridades locales del Partido Comunista y me parecía que trataba de minimizar el impacto usando el segundo patio. De todas formas, le expliqué que los júcaros son árboles de raíces pivotantes profundas y no rastreras, por lo que el pasillo estaba a salvo. No estoy seguro si ese día lo convencimos o si Aguirre hubo de hacer más gestiones con el obispo para persuadirlo. Pero finalmente regresé con el Gato a la Merced y se ubicó el sitio para plantar el júcaro en la parte izquierda, entre la mitad y el inicio del patio principal, a una distancia prudencial del pasillo, para alegría del padre Pino.

Los júcaros fueron traídos desde la Sabana de Lesca con la ayuda de al menos cuatro personas. Una de ellas fue esencial, un ingeniero forestal de origen campesino al que nombraré "Padroncito". No recuerdo exactamente el lugar donde se "motearon" los júcaros, pero fue más o menos a la izquierda de la carretera de Lesca, en un punto medio yendo de Albaiza hacia el caserío Paso de Lesca. El sitio fue escogido por Padroncito porque "tenía una parición de júcaros pequeños buenos para motear". No olvido que era en las proximidades de un arroyo.

"Motear" es como llamamos en Cuba a trasplantar árboles desde su entorno natural a otro sitio. Es un trabajo agotador, hay que dar pico alrededor del tronco a una distancia que se calcula en dependencia de la altura del árbol. Básicamente hay que crear un cono circular con la tierra que rodea las raíces del árbol. Ese cono se va estrechando con la profundidad. En nuestro caso eran arboles pequeños, de un metro y algo de altura, por lo que nuestro radio para "motear" fueron unos dos metros. Solté el bofe. Casi me desmayo dando pico ese día.

"Moteamos" cuatro júcaros para tener uno de reserva. Padroncito envolvió en sacos de yute los conos con tierra y raíces que se humedecieron con el agua del arroyo para preservar los árboles lo más posible. Recuerdo que al final me dijo "si después de plantado se da alguno es un milagro", cosa que nunca dije a Rafael para evitarle un infarto. Regresamos a Camagüey en el mismo destartalado jeep soviético que fuimos, cortesía de desviar los recursos del Ministerio de la Agricultura. Dejé los árboles en casa de Rafael a pesar de sus protestas, pues pensaba que los júcaros podían morir durante la noche de un resfriado o algo parecido.

Sin el Gato, Padroncito y los otros que ayudaron a "motear" los árboles no se hubieran plantado los júcaros ni hubiéramos tenido Peña. Ellos son los protagonistas anónimos e imprescindibles de esta historia. Hace más de veinte años que no sé qué es de sus vidas, pero hoy les vuelvo a dar las gracias.

Lo hicimos

La idea era plantar en el Casino y el Museo durante la mañana o mediodía y luego, por la tarde, en la Merced, hacer el "acto central". El programa, organizado por Rafael, incluía la participación del obispo de Camagüey, monseñor Adolfo Rodríguez. Vale notar que en 1995 hacer un acto público de cualquier tipo sin contar con el Partido Comunista no era común y realmente una anomalía sideral si el evento recordaba el centenario de la muerte en combate del héroe nacional, ocurría en un convento y con la participación de una autoridad eclesiástica.

Según un ejemplar del Boletín Diocesano de Camagüey que guardo, del 26 de junio de 1995, el júcaro se plantó en el Convento de la Merced el 8 de mayo de ese año. No recordaba bien la fecha, pero sí que los tres júcaros se sembraron el mismo día. De alguna forma recogí los árboles en casa de Rafael y los llevé para el Convento, el Museo y el Casino, lo más probable que en el mismo jeep en que fuimos a motearlos.

En el Casino Campestre, los de la oficina de Servicios Comunales cambiaron de palo pa rumba a última hora y obligaron a sembrar el júcaro en un área del parque donde existía un raquítico zoológico. Recuerdo que era en una loma de tierra, cercana a la jaula de los leones y al arroyo Juan del Toro, donde la calle Cornelio Porro entra al Casino. No había forma de escoger un peor sitio. Rafael cogió un berro de presión alta. Aré en el mar tratando de calmarlo, mientras daba por perdido el primer júcaro. Por cierto, lo replantamos años más tarde en otra parte del Casino.

No participé en la siembra del Museo, pero tengo entendido que ocurrió sin contratiempos y en el lugar previamente escogido.

Al atardecer regresé al Convento de la Merced, no recuerdo la hora exacta. Tampoco si fui directo o si nos reunimos en casa de Aguirre para ir los tres. Este último episodio me viene borroso a mis pensamientos. Me sorprendió la cantidad de asistentes, una veintena o más, que para la época y la ocasión, eran una multitud. Dos de los presentes aún están en mi memoria, la doctora Lilian Melian y el abogado José Antonio García.

Esperamos la llegada del obispo. Rafael presentó a Louis, que tocó su obra para violín "La anunciación de la virgen". Luego el poeta dijo unas palabras y acto seguido me invitó a plantar el júcaro, que sembramos entre los tres. Finalmente, monseñor Adolfo cerró el acto. Recuerdo vagamente su intervención, solo una frase al final alabando la iniciativa, quizás más o menos así: "estos jóvenes han mirado al futuro". Nos quedamos un rato conversando en los pasillos del convento.

Al terminar, ya en la calle —no sé si los tres o si Aguirre se había marchado por alguna razón—, estábamos eufóricos y felices. Me recuerdo diciendo cosas que por decencia no debo escribir aquí, pero se pueden resumir en algo que dijo Rafael: ¡Lo hicimos!

La peña

El acto de plantar los júcaros no fue efímero. Y ese es el verdadero legado, construido por Rafael Almanza Alonso durante los últimos 25 años en el accionar libre de la Peña del Júcaro Martiano. Solo participé en las dos primeras reuniones, pero no hizo falta más. Decenas de jóvenes siguieron cada año exponiendo allí ponencias, mostrando obras, tocando música, recitando, actuando en la fragua martiana de la calle Rosario en Camagüey, a donde en algún momento llegaron Anamelys Ramos, Mario Ramírez, Camila Lobón, Alenmichel Aguiló, Lester Álvarez, Juannier Rodríguez, Henry Constantín, Luis Alberto Mariño, el padre Castor Alvarez y otros.

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