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Poesía

Melancolía I

'Entonces ya no es ella quien mira./ Algo detiene la mirada en ella./ Un ruido que se aleja./ Solo se oyen esos dos ojos sobre su cabello.'

San Juan
Fragmento de 'Melancolía I', grabado de Albrecht Durero.
Fragmento de 'Melancolía I', grabado de Albrecht Durero. Reprodart

 

I

El ángel de la melancolía está sentado.
Ella observa.  
La cabeza orbita
como una esfera
que es consciente de su geometría.
Un perro duerme a sus pies.
Sabe que cohabita con los instrumentos.
El ángel contempla:
hay un mundo que podría ordenar.
Tiene el rombo, la espada
y un reloj de arena que sabe discernir.
Allá al fondo existe un modo claro
de comprender las cosas.
Cerca del rayo claroscuro
una fulminante puerta de hierro se abre a la par.
Todo está dado.
Pero hay un peso en la sien.
Una determinación irrefutable.
El tiempo no es suyo.
Tampoco la voluntad.
Los clavos regados sobre el tablero
marcan el principio de la pesadumbre.
Hay un ángel sentado entre un río de túnica.
Sus alas absortas se pierden en el trasluz.

 

III

Hacia allá apunta el arco.
Firme y estratégico.
¿Cómo regresar
adonde todo ha quedado
debajo del agua?
A lo ya dicho que no se borra.
Es raro no sentir
al menos la humedad de aquella ciudad antigua.
Dicen que existió miles de años atrás.
Que te avistaron caminando por uno de sus puentes.
Todavía no sabes que el ángel te vio pasar.

 

IV

Entonces ya no es ella quien mira.
Algo detiene la mirada en ella.
Un ruido que se aleja.
Solo se oyen esos dos ojos sobre su cabello.
Respirando.
Reposando.
Cae la tarde y siguen ahí.
Dos bombillas que tiritan
en la nueva forma de la noche.
Chocan como imanes.
Fieles al tacto.
Dulces en la espera.
Es el único modo en que la mirada puede descansar.
Contemplar como un acto de detener el tiempo.
Dejar los ojos ahí.
Fuera de sí.
Sabiendo que no hacen falta
para verse por dentro.

 

VI

Te ha invitado a caminar entre el bosque.
Se detiene al avistar el roble.
Es robusto y un buen espacio para descansar.
Duermen juntas hasta el atardecer.
Escribes un poema largo.
Una oda al silencio de las nubes.
No recuerdas la última vez
que el cielo se arropó de gris.
Pero sabes que justo en ese tiempo,
en ese espacio,
conociste la sed.
La de los relojes antiguos.
Caen sin detenerse al vacío.
El tiempo no marca nada.
Solo sabes que tu cabellera orbita
 en su propia ondulación.
Es una certeza que tienes.

 

 

VII

Veo tu rostro de imán
a ciegas.
Sin tener que ni siquiera
corroborar que ahí estás tú.
Tan cansada.
Desgastada.
El hormigueo ha regresado a la cabeza.
El miedo sacude todas esas seguridades:
la grama es verde y vuelve a crecer;
el cielo es azul, a veces naranja.
Siempre lloverá un poco para adormecer el calor.
Siempre habrá un intervalo para respirar a solas.
Pero ya no.
Ahora se pone la oscuridad.
A tientas abarcándolo todo
en esa esquina.
Y es suficiente.

 


Zaira Pacheco nació en San Juan, Puerto Rico, en 1987. Ha publicado los poemarios Ciutat (La Secta de los Perros, San Juan, 2016) y Despertar en el Sahara (Alayubia, San Juan, 2019). Estos fragmentos de poemas pertenecen a su libro inédito 'La Melancolía' de Durero.

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