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Opinión

Trump, Raúl, el barril y el taladro

Una reflexión sobre los mandatarios estadounidense y cubano, y sobre cómo gobernar respecto a la libertad de prensa.

Miami

Sobre Donald Trump y su entorno no para de llover. Varias cadenas de radio, televisión y prensa —papel y digital—, comienzan o continúan todas las semanas una historia diferente. Periodistas que hasta ayer eran reconocidos por su imparcialidad y sentido ético, han roto con su pasado, y se le tiran a la yugular del magnate-presidente como si fuera una alimaña a la que hay que aniquilar.

A esta carrera anti-Trump se han unido algunos jueces, ralentizando e incluso bloqueando cualquier propuesta que salga de la Oficina Oval, no importa si va contra la Constitución o contra ellos mismos.

La última de estas sagas envuelve a una actriz pornográfica que, reciclada como empresaria, ha visto sus mejores días pasar. Justamente en su época de esplendor dice haber tenido una aventura con el actual presidente. Del casi anonimato a que estaba confinada, es ahora la cara más vendida en noticiarios y primeras planas. Nadie se atreve a recordarle su pasado "licencioso", no solo porque sería ilegal, sino porque aquí cada cual, parafraseando el dicho, hace de su pellejo un tambor y decide quién lo toca.

Uno de los modos del presidente para defenderse ha sido el uso de Twitter. Pudiera alegarse que a veces más que defenderse, ataca. Pero puede que para ciertas personalidades tipo A, la mejor manera de protegerse es dando el primer golpe. Nos guste o no, casi todos los líderes son así, y si se llama Donald Trump, es multimillonario, y está acostumbrado a mandar y no a que lo manden, sobran las explicaciones.

Lo curioso de lo que estamos viviendo, quizás por primera vez en la historia estadounidense, es como un presidente gobierna bajo tanto asedio de la prensa. Prensa que con la tecnología actual, la inmediatez, puede crear una historia en minutos. Una palabra dicha por Trump o sus colaboradores no demora en llegar a todo el planeta. E inmediatamente es cuestionada, con razón o sin ella. Se podrá argüir que Lincoln y Nixon tampoco la tuvieron fácil con los medios. Solo que entonces no eran casi todos, y daba tiempo a elaborar una respuesta o retirarse antes de una acción legal, como sucedió con el último.

De esa manera el aforismo de que en EEUU se puede gobernar con la prensa o sin ella pero no contra ella, parece ser el primer legado político de este Ejecutivo. Los tiempos de Ciudadano Kane, y la presencia omnímoda y definitoria de los media en la vida de los ciudadanos está quedando para los libros de Historia. Como en un Rashomon comunicativo, cada cual busca y confronta diferentes versiones de los hechos y construye la suya. Porque cierta o falsa, afrontará en el futuro las consecuencias de una percepción equivocada.  

Lo que no se le ocurriría a Trump ni a ningún otro presidente sería coartar la Primera Enmienda. El derecho a la libre expresión de las ideas por cualquier medio, y que estas no estén limitadas por religión o ideología alguna, es tan importante que es, en efecto, la primera de todas las adiciones hechas a la Constitución, corregida solo 27 veces en más de dos siglos. Para muchos constitucionalistas, es la ley que protege y ampara todas las demás. Nadie, persona humana o partido político, tiene la verdad absoluta en sus manos porque eso es ir contra el sentido común de las cosas, contra la vida misma.

Los ideólogos antinorteamericanos argumentan que la libertad de expresión es solo para los dueños de los medios. Que hay que escribir o publicar lo que los editores deciden. Tienen razón. Solo que no hay un solo dueño ni una sola opinión. Si no lo publican aquí, lo publican allá o acullá. Y en no pocas ocasiones, dueños y editores "se la juegan" por dinero u oportunismo político, como sucedió en el caso Watergate, artículos contra el embargo a Cuba, y la sobrevivencia de Fidel Castro en la Sierra Maestra.

Es tan diversa y variada la llamada prensa libre que con el poco tiempo disponible —hay que trabajar duro y luchar por lo que cada uno quiere—, los individuos suelen casarse con un par de periódicos y acaso con dos o tres canales de televisión.

Ahora que se anuncian cambios a la Constitución cubana muy bien vendría una enmienda que refrendara el derecho de cada ciudadano a exponer sus ideas religiosas, políticas y filosóficas por todos los medios de comunicación disponibles. Es un derecho humano básico. Y un buen Gobierno, que de verdad ame a sus ciudadanos, y no que los esclavice, debe velar por ese sagrado derecho. Un derecho que conquistó la modernidad sobre las sociedades feudales donde un rey o una casta emitían edictos de obligatorio cumplimiento. En aquellas oscuras épocas de la humanidad, los individuos no podían pensar ni expresarse diferente pues "les enseñaban los instrumentos".

Habría que ponerse en lugar del régimen para comprender que la libertad de expresión resulta para ese régimen un imposible. Que el ciudadano común tenga acceso a varias versiones de una historia lo hace independiente, responsable, cívicamente maduro. Es la persona humana, y no quien gobierna, quien decide la verdad o la mentira, y actúa en consecuencia.

Las sociedades totalitarias no pueden darse ese lujo. Allí donde la masa comience a dudar, a preguntarse y preguntar sobre la irrevocabilidad de las leyes y la eternidad de un partido político en el poder se le abriría un orificio al barril del control total. ¿Podrá el rediseñado DDC ser parte de ese taladro imprescindible que necesitamos?  

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