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Opinión

Obras públicas, costos y beneficios

Los megaproyectos del régimen, levantados con los recursos de todos los cubanos, son hoy costosas ruinas.

La Habana

La Gran Muralla China, la Pirámides de Egipto, el Taj Mahal, los Juegos Panamericanos de La Habana-1991, son ejemplos del mal uso que pueden dar los gobernantes a los recursos públicos obtenidos mediante onerosos e involuntarias exacciones aplicadas a los contribuyentes de China, Egipto, la India y Cuba.

El deseo de los poderosos de trascender a su época y quedar en la historia de sus naciones los ha llevado a incurrir en enormes gastos, por lo general inútiles o de muy limitados beneficios sociales.

En la Isla, megaproyectos como los mencionados pueden encontrarse lo mismo en las ramas productivas (central nuclear de Juraguá en Cienfuegos), que en los servicios (postas médicas cada 200 familias, institutos preuniversitarios en el campo) o en proyectos medioambientales y de esparcimiento (Parque Lenin).

Generalmente, se trata de gastos que llevan a cabo gobiernos autocráticos a los que no les interesa aumentar la deuda pública y empeñar a las naciones, comprometiendo a las generaciones futuras.

El tiempo, que todo lo juzga, se ha encargado de demostrar que la Gran Muralla China, lejos de ejemplificar el desarrollo de la cultura de ese país, significa la muerte de miles de esclavos utilizados en su construcción y el aislamiento del resto del mundo. No ayudó en mucho a evitar la caída del imperio ni a que la brújula, la pólvora y la producción de seda fueran adelantos tecnológicos y científicos conocidos, desarrollados y mejor utilizados del otro lado del muro.

Lo mismo ocurre con las pirámides de Egipto, enormes montones de piedra que costaron el sudor y la sangre de miles de esclavos y dejaron el país arruinado, con los objetivos aún sin definir de adorar a los dioses del Faraón o a las constelaciones o, en última instancia, servirle de morada al fallecido monarca y sus esposas, concubinas, sirvientes distinguidos y perros asesinados.

El admirado Taj Mahal, derroche de lujo en uno de los rincones más pobres del mundo fue, con todo el respeto debido al real matrimonio y sus 14 descendientes, un soberano desperdicio de dinero sacado del lomo de contribuyentes y constructores del magnífico mausoleo.

Aún así, con todo lo que pueda decirse del costo de las mencionadas construcciones, con excepción de las de Cuba, hoy son maravillas arquitectónicas que asombran a millones de turistas, que viajan miles de kilómetros y gastan millones de dólares al año solo para tener un recuerdo de la vanidad de los poderosos.

En Cuba, decenas de edificaciones que construidas en la época del subsidio soviético sirvieran para albergar miles de estudiantes, son hoy el ejemplo más reciente de que gastar dinero en obras públicas es algo que debe pensarse bien. "La Lenin", como se conoce al Instituto Preuniversitario dedicado a estudiantes de élite en las afueras de La Habana, es hoy una ruina. Las autoridades del Ministerio de Educación no saben qué hacer con unas instalaciones que fueron el orgullo del sistema educacional cubano y que ahora dan pena. Dada la falta de soluciones, dirigentes y profesores repiten ante las cámaras de televisión dos o tres estribillos a manera de autoconsuelo, mientras a los estudiantes poco les falta para llorar de vergüenza.

Por su parte, las postas médicas o Consultorios del Médico de la Familia, como pomposamente se les llamó, son otro ejemplo de dinero mal usado; los médicos son renuentes a vivir en los consultorios, rodeados de vecinos importunos, y el deterioro de la mayor parte de ellos es evidente. ¿Pudo mejor dedicarse el dinero público a mejorar y ampliar las policlínicas? Quizás.

En cuanto a la central de Cienfuegos, para qué hablar. Es el monumento cubano al despilfarro, la imprevisión y el voluntarismo. El churre y la maleza se enseñorean del lugar, al que no tienen acceso turistas ni periodistas. Estos, de todos modos, prefieren fotografiar las ruinas de La Habana.

No cabe duda que el Estado utilizó el dinero de los contribuyentes (cubanos y soviéticos), para dilapidarlo. El presupuesto del Estado es dinero proveniente del trabajo de los ciudadanos; de los impuestos sobre los salarios y otros ingresos, así como sobre el consumo. Otra fuente del presupuesto pueden ser los préstamos de compañías privadas, bancos, instituciones financieras y gobiernos, préstamos que, al final, deberán ser resarcidos en el futuro.

Que los gobernantes quieran levantar murallas, palacios, pirámides, estadios deportivos o centros médicos, puede ser bien visto en lo inmediato y por una parte de la sociedad, pero a largo plazo, toda la sociedad se verá afectada porque todos pagaron de su bolsillo por algo que conlleva más costos que beneficios. 

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