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Poesía

Anagnórisis

'¿Y Praga? ¿París o La/ Habana? ¿De nuevo?/ Qué pocas ganas tuve/ de una infancia.'

Hallandale Beach
Rembrandt, 'La ceguera de Sansón'
Rembrandt, 'La ceguera de Sansón' Vision.org

 

Llevaba caftán negro, lamparones, tenía cerquillo,
    me hacía bucles gruesos
    con el buclero de madera
    que traía escondido entre
    las faldas, me hacía sentir
    amorfo: en los tirabuzones
    colocaba unas esmeraldas,
    gotas de piedra relucientes,
    pretendía que yo reluciera,
    me encerraba en mi cuarto,
    el primero a la izquierda por
    el pasillo, me llegaba el olor
    de la cocina, la grasa
    perfumada de los sefarditas:
    la gruesa grasa (schmaltz)
    de los ashkenazis, frituras
    de papa y calabaza: leía
    libros prohibidos, sicalípticos,
    vestía el piyama gris listado
    con rayas negras, olía a
    crematorio, a la derrota
    interminable de los pueblos.
    Quien gana pierde. Llevaba
    ropa chuchera en los
    entresueños, pantalón
    dril cien empercudido,
    llavero, la leontina de
    la clase media, en el
    bolsillo izquierdo del
    chaleco, guardaba un
    monedero repujado
    de cuero repleto de
    monedas de baja
    fracción: del oro
    cobres, el cobre lo
    concreto de los pocos
    medios que había,
    raídos, en casa. Toda
    una historia de judíos
    y la diáspora enclenque
    de los hijos de Dios.
    Tocaban a la tarde el
    shofar, y del cuerno
    surgían negras hormigas
    cabezonas, despuntaban,
    caían al suelo y de
    inmediato se lanzaban,
    vaya arrojo el de las
    hormigas recién nacidas,
    arrastraban élitros, migajas,
    aserrín de harina endurecido,
    febril mortaja las guiaba a
    sus hormigueros.

¿Y a todas estas, yo? Echado con catorce años
    cumplidos me iba a caminar
    entre guardarrayas,
    plantaciones de tabaco,
    flor de cañabrava, lirios
    vestales, el aroma del
    fondo de las albercas,
    a la vista nelumbos,
    Dios es loto: Schweig
    still
. No decirlo todo ni
    ponerlo de manifiesto,
    somos un pueblo
    reducido a conseguir
    a duras penas un
    respiro de veinte años
    para mercar. Y transferir
    unas prietas monedas a
    bancos de países
    protectores, se sabe
    que en cualquier
    momento habrá que
    irse a Canadá. A Suecia
    o Dinamarca. Acabar
    a orillas del Mar de
    Noruega, la mira
    puesta cada vez más
    lejos del Jordán.
    Desmantelar la
    piedra del Muro de
    los Lamentos, recrear
    Jerusalén, cúpulas y
    morir para encontrarnos
    en la Jerusalén Celeste.
    ¿Y Praga? ¿París o La
    Habana? ¿De nuevo?
    Qué pocas ganas tuve
    de una infancia.

Vine a morir a un Estado pantanoso, ciudadanos
    de derecha más brutos
    que un arado, eran de
    la nación, a pies juntillas
    dedicados a servir a
    mandamases cenagosos
    por unos pesos que a
    nadie sacan de apuros,
    de mañana el monedero
    lleno de piastras, rublos,
    cobres, de regreso
    volvían vacíos. Traían
    un pan viejo a casa,
    salchichón corroído,
    fruta pasada, de la
    carne qué asomaba,
    de la carne qué gruñía.
    No salía del cuarto
    estuviera donde
    estuviera, Filadelfia
    cuna de la libertad,
    o mi mano (no me
    sueltes la mano)
    guiando mis pasos,
    bastón colgado del
    hombro derecho,
    por campos de
    abedul (ella) uvas
    caletas a la orilla
    de ultramar (yo): y
    tres ausencias, no
    las nombro. No
    nombro a mi madre
    por su apellido de
    nacimiento, nombre
    de pila, madre de la
    madre del otro Dios.
    Tanto Dios. Tanto
    monta, monta tanto,
    cuánto Dios. Y cuántas
    despedidas. Al norte
    coníferas, en zonas
    templadas plantas
    barbadas (guajacas)
    zonas al sur terraza
    y sillón de madera,
    me sentaba a la
    sombra a leer una
    vez más y última
    Jueces. A mi
    izquierda cantaban
    en hebreo, yo lo
    repetía imitando
    sus ritmos y
    movimientos
    perpetuos en
    castellano.

 


José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Para celebrar sus 80 años, Ediciones Rialta ha publicado un volumen de sus ensayos, Cartas de Hallandale (Querétaro, 2020), la edición bilingüe de su poemario Carece de causa (traducción al inglés de Peter Boyle, Querétaro, 2020) y una entrevista de Gerardo Fernández Fe: José Kozer. tajante y definitivo (Querétaro, 2020). Este poema pertenece a un libro inédito.   

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