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Libros

El dolor de la belleza

'Sexo de cine' no es únicamente un libro en donde Alberto Garrandés se propuso hablar de sexo y cine, de películas en las que el sexo estalla o implosiona de maneras diversas.

La Habana

Era una candente mañana en la que, sentado en la azotea de un edificio en Centro Habana, terminé de leer Sexo de cine. Visitaciones y goces de un peregrino del narrador y ensayista Alberto Garrandés. Era febrero, era mi edificio, y mi ciudad. Desde la sombra veía fachadas semiderruidas por el clima del trópico, la desidia, la pobreza. Ruinas y trapos limpios al sol. Altos edificios y caserones. Entre los inmuebles el mar. Releí el último párrafo del libro: "Seguiré escribiendo por las mismas razones que me mueven hoy a escribir, no importa si se trata del sexo o de la vida posible en la mancha roja de Júpiter. Necesito saber, y no encuentro manera más satisfactoria ni más eficaz que la que me proporciona la escritura". Volví a cerrarlo, a mirar la ciudad —o las ruinas de esta parte de la ciudad—, el mar. Y creo saber, ahora, el porqué de la emoción, es decir: la punta del índice enjugando cierta humedad a punto de precipitarse mejilla abajo.

Sexo de cine no es únicamente un libro en donde Garrandés se propuso hablar de sexo y cine, de películas en las que el sexo estalla o implosiona de maneras diversas, o "de un tipo de sexo que solo existe gracias al cine y su condición de artificio imantado dentro de la cultura". Su estructura no es un monolito de puro fierro, es el fragmento o la esquirla la unidad primaria, las cuales a su vez se agrupan en cuatro compartimentos ("Intensidad y sobreexposición"; "En los límites: formas sacramentales"; "Semiosis de lo invisible"; "Notículas"; hay, además, en este flujo de ensayos breves, una suerte de coda en donde dialogan dos voces: "Entre fisgones"); no son espacios estancos, las ideas se trasvasan.

Sexo de cine aparenta ir únicamente al sexo —explícito o subliminal— en el séptimo arte, a la entrega total de los individuos en el escenario donde tiene lugar el amor, el sexo, y a los símbolos o construcciones simbólicas que el individuo ha ido creando y modulando en su devenir. Soy ingeniero mecánico, o fui. Los automóviles son una de mis pasiones; mi formación técnica me es muy útil para definir este libro: Sexo de cine es uno de esos SUV o todoterrenos de lujo: potencia, rapidez, exactitud, multiplicidad, incluso levedad. Sexo de cine como un Land Rover Discovery, BMW-X6, o como el Porshe Cayenne. Y si establezco tal comparación es porque este conjunto de ensayos no trata solo de cine o sexo de cine; es en extremo endemoniado, sus líneas de fuerza atraviesan también los terrenos de la política y lo político cuando hace referencia al ejercicio del poder y los excesos o perversiones de ese poder, la fragilidad de la vida humana, las libertades del deseo (el deseo como algo verdaderamente revolucionario —potenciar la fuerza de actuar, las ganas de vivir).

Garrandés va a por más y habla de las máscaras, del carnaval, de los aparentes límites del sexo, de lo que nos atrevemos a decir y narrar sobre él, y en especial de lo que callamos; de cómo el individuo arriba al sitio en que verdaderamente se expande y llega a mostrarse en su real magnitud e intensidad. Este 4x4 se adentra incluso en los movedizos predios de la literatura, dejando como clara huella de su paso (¿una suerte de guía o camino a seguir para evitar atascamientos?) las siguientes nociones o dispositivos básicos para la ficción: verdad artística, verdad factual, verosimilitud y rendimiento estilístico. Y como si fueran pocos los terrenos explorados por esta elegante máquina de análisis, Sexo de cine se aventura en los intersticios del individuo, en sus agenciamientos, en los dispositivos desde los cuales se proyecta: "El sexo y el cuerpo deforman y condicionan el contexto, por lo cual toda historia sentimental del cuerpo es una reducción esencializada del diálogo del Yo con el entorno".

¿Hay legitimidad y aptitud en la sumisión y en el acto de someter? ¿Forman, o no, parte del paisaje del amor? ¿Cómo ve y entiende el subyugado y el que somete? ¿No somete también el que es sometido? ¿Cómo me ve El Otro, cómo me veo en El Otro? La aventura del cuerpo, supongo, es también la aventura del deseo; ese ser que se aventura —y que está política, económica y socialmente regulado o dominado— en ocasiones se emancipa, disiente, convoca, y en el entorno de lo privado gesta su propia república independiente en la que, llegado el momento, en pareja o tríos (o sabe Dios qué otra combinación aritmética), subyugado por la belleza, gozando ese placentero dolor, ejercerá su propia tiranía (incluso cabe la posibilidad de su derrocamiento).

Dice Garrandés: "El sexo habita en la posteridad de las palabras que lo enuncian o describen, y la anterioridad del deseo antes de enfrentarse a lo real y realizarse en él (o lo que sea que eso, lo real, signifique)". Hablar, explicitar y enunciar son actos peligrosos, incluso infernales, en el momento en que los cuerpos habitan el espacio del sexo. Cuando la disertación del individuo pasa de los fluidos intercambiados a los flujos del discurso, y si tanto el intercambio de fluidos como el flujo de ideas es motivador, placentero y vital, algo cambia irremediablemente entre los actores del episodio ejecutado. Hay una transformación. De alguna manera el sujeto ya no es el mismo, y si repite, lo hace desde la diferencia. Será el inicio de una suerte de adicción, de loca tendencia a la posesión del alma, el cuerpo, las ideas, adicción a lo que de dolor y tortura conlleva. ¿Esos son los acordes del amor? ¿Es lenguaje y acto más que una ilusión?

La ingeniería y diseño de Sexo de cine le confiere también una suerte de efecto óptico (¿acaso juego de espejos?). Al avanzar en la lectura, en el análisis, al establecer el link entre ensayo y película, al recordar las escenas sugeridas por Alberto Garrandés, podría ocurrir una suerte de permutación según la experiencia de vida del lector. Es muy probable que en sus páginas veamos reflejado nuestro rostro o el de alguna de nuestras parejas o amigos. Quizá en esa superficie bruñida nos encontremos sonriendo como un ángel, o con la histérica risa de la hiena. Si nos atrevemos a más, puede que en esos espejos veamos el cardenal en el hombro o la espalda, copas y platos vacíos, sábanas o prendas interiores manchadas, incluso el gesto de alguien que nos llama.


Alberto Garrandés, Sexo de cine. Visitaciones y goces de un peregrino (Ediciones ICAIC, La Habana, 2012).

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