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Método chino para duplicar la longitud del pene

'Breves minutos de silencio que parecen interminables en la oscuridad de la sala, donde los ojos de Orlandito brillan como lobos. Ella no para de beber ni de mirarlo atentamente, tratando de descubrir alguna señal de afecto o de deseo.'

San Pablo

 

"Un cirujano habanero indica que está capacitado para duplicar la longitud del pene de sus pacientes gracias a una técnica china". En una entrevista publicada el miércoles por el diario Juventud Imberbe, el doctor Héctor Betancourt señala que aprendió la técnica del médico chino Chang Tsé y que es el único especialista en América Latina calificado para ese tipo de operación. Contrariamente a lo que sostiene un artículo de la Carta de los Derechos Humanos, "los hombres no nacen iguales", dice Betancourt, y agrega: "Ya esté flácido o en erección, si se da a una mujer la posibilidad de elegir, optará generalmente por el más grande".

"Según Betancourt, la mitad del pene está dentro del cuerpo, y la operación consiste en hacer salir esa parte escondida del órgano. Luego se toma un pedazo de la piel del pubis para recubrir la parte suplementaria del pene que ha dejado al exterior. Todos los hombres son clientes potenciales, insiste. Según estudios que leí, la talla media del pene en erección es de unos catorce centímetros, añade. Pero no hay pene, por pequeño que sea, que no pueda satisfacer a una mujer."

Terminada la lectura de su última noticia para L’Habaguanex, Poquita Cosa mira a Orlandito por encima del papel, triunfante y maliciosa. "Esta vez sí te cojo, me coges, por delante y por atrás", piensa mientras apura el quinto vaso de un vino de toronja típicamente martiano. Reposan en el salón con vista al mar, sobre un conjunto de almohadones verdes, mientras eructan un menú insólito en tiempos difíciles: arroz, boniato frito y mortadella en salsa rellena con aceitunas, adquiridas por Poquita Cosa con los dólares de las camisetas que acaba de vender.

"¿Qué te parece?". Dobla la hoja y se estira toda sensual, apoyando los pies sobre el abdomen de su ídolo local.

"¿Y tú, te satisfaces con uno de cualquier tamaño? Estúpida pregunta, estúpida conversación, estúpida noticia", responde airado el poeta supermacho, dominó y pelota los domingos. Su espíritu gregario no le permite aceptar esta mínima muestra de ingenio y osadía. Su linaje exige algo más radical, que hasta el último día que pasarán juntos ella no estará en condiciones de ofrecerle, sin antes darse unos buenos tragos de naturalidad.

"Ya debes de habértela medido unas cien veces. No te preocupes, no se te va a encoger". Pestañea con cara de yo no fui y retoca la postura, ligeramente curvada bajo el peso de tanta aspereza.

Breves minutos de silencio que parecen interminables en la oscuridad de la sala, donde los ojos de Orlandito brillan como lobos. Ella no para de beber ni de mirarlo atentamente, tratando de descubrir alguna señal de afecto o de deseo. Recuerda entonces un poema de Brodsky, que para su salvación recita lentamente:

 

"El fuego, como oyes, está apagándose.

Las sombras en las esquinas han estado moviéndose.

Es muy tarde para lanzarles un puñetazo

o gritarles que acaben de una vez.

Esta tropa no escucha órdenes.

Ahora se ha juntado por rangos y formas en un círculo.

En silencio avanza por los muros

y estoy, de pronto, en ese muerto centro.

Los estallidos de la noche, como negras preguntas marcadas

son altas y firmes montañas, altas y firmes.

La oscuridad viene más densa desde arriba

tragándose mi barba, y desmenuzando el papel blanco.

Las manecillas del reloj han desaparecido,

no puedo verlas ni oírlas.

Me queda sólo un punto brillante en mi ojo,

estos ojos que ahora veo fríos y sin movimiento.

El fuego ha muerto. Como puedes oír, está muerto.

El humo amargo gira adhiriéndose en el cielo raso.

Pero este punto brillante ha quedado en mi ojo

o quizás se ha quedado en la oscuridad".

 

Orlandito cierra los ojos, extiende las dos manos como un ciego en el vacío y encuentra la boca, la lengua de su eterna prometida, el cuerpo menguado por la tensión. Vocecitas chillonas le susurran al oído un-poema-vale-un-beso-un-poema-vale-un-beso, mientras la abraza agradecido. Pura resaca espiritual de una tarde que se prolongará hasta la madrugada, se instalará en el piso de otra habitación —también con vistas— y solo terminará en la penumbra, sus cuerpos desnudos en posición horizontal.

En tributo a los cinco minutos en que conseguirá mantenerse sobre su censor particular en la más rigurosa de las cuclillas, Poquita Cosa conquistará el efímero título de "japonesita".

 


Idalia Morejón Arnaiz nació en Santa Clara, en 1965. Ha publicado el estudio Política y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo (Educación y Cultura, México DF, 2010). Este fragmento pertenece a Una artista del hombre (Lingkua, Barcelona, 2012).

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