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Literatura

Trabajos de amor y muerte

Muerte, soledad, pérdida, vacío, migración, silencio: una lectura de 'Trabajos del reino', novela del mexicano Yuri Herrera.

Houston

Se me ocurre que alguien que está a punto de morir será el lector ideal que quiere Yuri Herrera. Alguien que ya conoce a su asesino, porque convive con él, porque lo ha visto, lo ve a diario. Porque presiente el disparo. Alguien que va a leer Trabajos del reino y que de alguna manera es Lobo/El Artista.

Porque sólo alguien cuya muerte es inminente se arriesgaría en serio a hurgar en los vericuetos del poder. Límese aquí lo de "legal" o "ilegal", hay mucho de ambos en cada ejercicio de algún poderoso. Sin embargo es eso lo que interesa a Herrera en tanto autor y es así como nos propone que leamos su libro. No quiso para ello remontarse a ningún trayecto ajeno o anterior, sino mostrar lo que tiene tan cerca. Y lo más cercano a su realidad son las redes del narco mexicano y los cantantes de corridos.

La sangre es la arcilla de la que está hecha esta novela. En cada página se habla de sangre, incluso cuando no se menciona. Suponemos que así ocurra si se trata de una obra sobre el narco. Además, en la trama su protagonista, Lobo/El Artista —ningún personaje aquí tiene nombre, todos apelan a arquetipos: El Rey, El Artista, La Cualquiera, La Bruja, El Heredero, El Periodista, El Doctor, El Joyero—, se dice especialista en ella. Lo anuncia desde la primera línea, cuando descubre que la del capo, llamado El Rey, "era distinta". Así irá la sangre convirtiéndose en el elemento que anillará la suma de sucesos que se cuenta en esta opera prima.

Herrera, nacido en Actopan, México, en 1970, publicó esta novela en el 2008 y desde entonces es considerado una de las principales voces narrativas de la más nueva promoción de escritores de su país. Le atrajo la historia del Chalino Sánchez, compositor y cantante asesinado en 1992 antes de cumplir los 32 años, y se inspiró en él, no sin antes recorrer algunos sitios de Ciudad Juárez, hacerse asiduo de bares y antros, escuchar corridos y acaso preguntarse si vale la pena llamar país a aquella suma de parajes donde reinan los capos del narco y en los que los autores de corridos, con un poco de suerte, son los artistas de la corte.

Pero Trabajos del reino es literatura total, no periodismo ni manual de ciencia política. Herrera es escritor y no reportero, nada escapa a su finalidad ficcional. En el país que nos muestra, en su país, no hay autoridad fuera de El Rey, no hay Estado fuera del Cartel. El escenario es una ciudad que no pertenece a ningún sitio, cuyo lugar en el mundo no va a quedar definido. Como la Comala de Rulfo, la ciudad habitada por El Artista ya pertenece a otra dimensión distinta de la humana. Es esperpéntica, no hay descripción de ella, todo lo que sabremos son apenas flashazos de sitios en los que El Artista cantó, una cantina, una calle, un lugar no especificado y a veces sólo mencionado como una suerte de alegoría microlocalizada de una nación entera. "Es como si no hubiera derecho a la belleza", dice el narrador, lo mejor sería "prenderle fuego desde los sótanos, porque por donde quiera que la vida se abría paso era ultrajada de inmediato".

En cambio, los dominios donde opera El Rey son el símbolo del éxito y del poder al que aspiran todos. Solo allí hay vida, hay actividad, hay algo que hacer. Allí donde antes había "un basural, una trampa de infección y desperdicios", ahora se erige "un faro", aquello que fija y muestra "la altura de un rey": "el hombre vino a posarse entre los simples y convirtió lo sucio en esplendor". Aunque son también los páramos de la muerte, todo en ellos tiene pronta fecha de caducidad.

Hay demasiado pasado en el peso específico del México moderno. Hay muchos cadáveres en tan pocos siglos de historia, mucha muerte en su literatura. Ese goteo incesante de la muerte en tantos libros está claro que es muy antiguo, tan antiguo como su historia misma. De muchos modos es ese el tema central de muchas de las grandes obras de sus principales autores: la muerte, la soledad, la pérdida, el vacío, la migración, el silencio; todos variaciones de una misma obsesión dentro de una multitud de operatorias, aunque es difícil no fijar un referente esencial en el Juan Preciado de Pedro Páramo donde aparece el tema de la muerte como rebelión ante Dios —"todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando él lo disponga", recordemos que escucha Juan Preciado que le dice la suicida Eduviges, ya muerta—.

Y como si de una reescritura de Pedro Páramo se tratara, es aquí El Artista, cual nuevo Juan Preciado, el que parece destinado a escuchar las voces/historias —"cuentos", les llama él— de esos otros seres que lo rodean y que ya están condenados a morir. Solo que en su caso debe convertir esos "cuentos" en materia virgen para elaborar su arte, que es su sobrevivencia y su modo de vencer la muerte, a pesar de que ese ejercicio a la postre se volverá estéril y lo condenará. Esas voces también semejan aquellos murmullos que escuchaba Juan Preciado por doquier, voces de muertos que eran apenas los únicos con derecho a hablar sobre la tierra donde sólo quedaba espacio para la desolación, la aridez y la resignación.

Es imposible igualmente no leer la relación Artista/Rey en clave rulfiana. Es la búsqueda de un padre lo que desencadena los sucesos que se narran en Comala, un padre protector y poderoso porque es el poseedor de la verdad que revelará a Juan Preciado su condición verdadera, que no es otra que la de saberse muerto entre los muertos. Es esa búsqueda la que alimenta la esperanza de Juan Preciado de encontrar el amor de Susana San Juan, pero a la vez lo conducirá sin remedio hacia su predestinación. En Trabajos del reino, el amor no puede ser concebido como fuerza redentora, tan sólo como práctica amatoria que ofrece y consume placeres fugaces en medio de la fugacidad de la existencia misma. Para El Artista y su arte, toda posibilidad de redención tiene que ver con el patriarca, es decir, con El Rey. Todo su ser se desencadena a partir de ese primer encuentro con el capo, se siente salvado por éste, protegido por las redes que a éste sirven, sólo para descubrir muy pronto que no hay posibilidad de salvación y que todo cuanto ha conseguido es apenas transitar por el sendero de los condenados a  muerte.

Empero, esta novela no sería lo que es sin los aciertos de su escritura, alejada ésta de los fórceps de un esquema hiperrealista. En esta novela hay saludables dosis de lirismo, sin ser lírica. Los deseos y propósitos de Herrera van por liberar el lenguaje, pero sin aligerarlo, más bien desenfocándolo, erigiendo su versión paralela de la realidad desde un cambio de registro escritural, sin que por ello sea menos cruenta la historia. Esa es la razón por la que el autor intercala breves capítulos que son como reflexiones poéticas en voz del narrador, explosión de lenguaje que desea exponer el desafío enorme que tiene El Artista ante sí: domar la palabra para ganar el pan y más que el pan, la sobrevida. Es gracias a esa operatoria con la palabra que puede señalarse esta obra por encima de sus contemporáneas de tema narco y, como apuntara Juan García Ponce a propósito de Pedro Páramo, "nos libera de la obligación de interpretarla burdamente como la historia de un cacique, animada de un recto anhelo de crítica social".

Yuri Herrera ha explorado un camino inquietante para la narconovela mexicana: lirismo e imaginación minuciosa, una vuelta de tuerca basada en el lenguaje. Su libro dota de aire fresco a un género que muy probablemente está decidiendo ya el futuro mismo de la novelística mexicana.

 


Trabajos del reino (2004), del mexicano Yuri Herrera, fue publicada en España por la Editorial Periférica en el 2008.

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