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Opinión

La Biblioteca Nacional y la bibliografía de lo innombrable

Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional de Cuba, habla en Florida de digitalización de clásicos, de descenso en niveles de lectura y se cuida de mencionar a la Revolución.

Gainesville

Invitado por la institución "Freemansory and Civil Society" y la profesora Carmen Diana-Deere, el jueves último tuvimos la oportunidad de escuchar una presentación de Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional José Marti de La Habana. Luego de haber participado en una conferencia sobre la historia de las masonerías en Estados Unidos y América Latina organizada en la Universidad de California (UCLA), la charla del Dr. Torres Cuevas en la University of Florida se limitó, más que a una presentación académica, a una charla de menos de una hora sobre la historia del libro y los nuevos proyectos que actualmente se llevan a cabo en la Biblioteca Nacional.

Tras los muchos años de congelamiento de las relaciones culturales entre Cuba y Estados Unidos provocados por las políticas de George W.Bush, el propósito de la visita de Eduardo Torres Cuevas en la universidad puede ser vista como la continuación de un estrechamiento entre las élites culturales e intelectuales cubanas en busca de solidificar los lazos con algunas de las universidades norteamericanas.

Tomando en cuenta la homogeneidad de su audiencia (sesenta años de edad promedio, mitad jubilados, norteamericanos blancos en su mayoría), el Dr. Torres Cuevas comenzó con una historia nacional muy esquemática, sobre los orígenes de los primeros libros y bibliotecas de Cuba. Por allí desfilaron las figuras de siempre: Nicolás Estévez-Borges, Domingo del Monte, Bachiller y Morales, Don Fernando Ortiz, y Domingo Figuerola Caneda, primer director de la Biblioteca Nacional de Cuba en octubre de 1901, mediante la Ley militar no. 234.

Lo primero que sorprende de la historia de la Biblioteca Nacional, según el relato del profesor Torres Cuevas, es la falta de historia sobre los cambios y su función tras el triunfo de la revolución de 1959. Según Torres Cuevas, la misión de la biblioteca ha sido y sigue siendo coleccionar, publicar, y difundir todo lo publicado dentro y fuera de Cuba sobre el tema cubano, así como todo material escrito por autores cubanos. Esta premisa tiene como meta la creación de una comunidad de lectores.

De esta manera, la Biblioteca Nacional es pensada como el centro de la promoción y difusión de la cultural nacional que, según Torres Cuevas, tiene como función recobrar el pasado histórico del país. La institución encabeza el punto más alto de la pirámide del sistema bibliotecario cubano, bajo el que se encuentran las bibliotecas provinciales, las municipales, y en algunos casos, si los "municipios son muy grandes", pequeñas sucursales dentro de un reparto.

Para llevar a cabo esta misión que busca la creación de un nuevo tipo de lector nacional se ha instalado el "Programa Nacional de la Lectura", cuyo objetivo es hacer que las personas se interesen por la lectura y la cultura del libro. Pues, por su pesimismo sobre la ciudadanía, Torres Cuevas dio a entender que la gran masa lectora de Cuba (por no hablar de las capas medias y los sujetos cercanos a la cultura) parece haber perdido su fuerza en los últimos años (¿décadas?).

"Bibliotecas para bebes" = Bebetecas, "Salas Juveniles", plan de rescate de bibliotecas para los más jóvenes, y las tiradas de más de ocho millones de ejemplares de "clásicos cubanos", son algunos de los proyectos que la Biblioteca Nacional ha podido poner en circulación.

Además de estos "proyectos sociales", también está la gradual digitalización de libros "raros", tema central del conversatorio de Torres Cuevas. Intentando ponerse a la par de cualquier biblioteca del Primer Mundo (no digamos ya de cualquier Biblioteca Nacional del Primer Mundo), el proyecto central de la biblioteca nacional cubana es digitalizar su colección de libros raros. Una labor tan extensa como cara: Cuevas declaró que se ha invertido más de medio millón de euros en scanners y tecnología de último modelo para llevar a cabo esta empresa.

Como amuletos de esta labor, Torres Cuevas mostró tres de los libros que recientemente se han digitalizado y editado en lujosos formatos, a la manera de libros de arte publicados por grandes editoriales europeas como Skira o Phaidon. (Según le pregunté después de su charla, estos tomos son ediciones limitadas, o sea, de muy escaso acceso a la "comunidad de lectores cubanos".) Esos tres libros, que inician la colección "Raros & Valiosos", fueron donados a la colección latinoamericana de Smathers, en la Universidad de Florida: Tipos y costumbres de la isla de Cuba, ilustrado por Patricio de Landaluze; La Cuba pintoresca de FedericoMialhe, y Los ingenios, de Eduardo Laplante.

Del primero comentó algo que, personalmente, me pareció muy curioso: la idea de que no muchos lectores conocen la obra de Landaluze. Sobre Cuba pintoresca, quizás el comentario más interesante de los tres, habló de largos avatares tras los óleos "perdidos" de Mialhe, finalmente encontrados en la colección de un médico cubano de Nueva York y ahora reproducidos en el volumen. A propósito de Los ingenios, se extendió sobre el "complejo económico-social del azúcar", el ferrocarril como aparato de la industrialización del saqueo neo-colonial.

Clásicos, únicamente los anteriores al siglo XX

Un disco-compacto fue proyectado para mostrar las nuevas vías por las cuales la Biblioteca Nacional ha podido diseminar los clásicos de la cultura cubana en la formación de esa comunidad de lectores. ¿Quiénes son esos clásicos? Todos anteriores al siglo XX, y la mayoría historiadores o educadores: Espada, Guiteras Gener, Luz y Caballero, Varela. Como se prescinde del siglo XX, no se incluyen los clásicos contemporáneos: Ortiz, Roig de Leuchsenring, Portell Vilá, Moreno Fraginals o, para no ir más lejos, el propio Torres Cuevas. El CD pretende tener la función, según declarara éste, de una biblioteca portátil que se atiene a las nuevas formas de la comunicación y cultura digital del siglo XXI.

Tecnología y Biblioteca: me interesaba esa relación, ya no desde el punto de vista de la institución bibliotecaria ceñida a la investigación de especialistas, sino desde el punto de vista de los lectores. En resumidas cuentas, mi pregunta a Torres Cuevas, una vez terminada su presentación fue: ¿cómo se enfrenta la Biblioteca Nacional a los nuevos retos de las nuevas tecnologías que, cómo todos sabemos, carecen de disponibilidad real dentro de Cuba? ¿Qué papel puede jugar la Biblioteca en el fortalecimiento de una sociedad civil cubana? ¿Es posible pensar esa comunidad de lectores con los limitantes de las nuevas tecnologías?

Torres Cuevas enfatizó entonces los proyectos de digitalización, y aseguró que, con las condiciones "limitantes" de "nuestra banda ancha", "excepcionales" del país, hoy más que nunca la tarea es entablar "alianzas estratégicas de integración".

Compartiendo el argumento de la clase dirigente cubana, el prestigioso historiador dio a entender que las limitaciones tecnológicas en Cuba están dadas, no por el control y la centralización de parte del Estado, sino por su la situación histórica excepcional del país frente a los poderes monopólicos y globales de la información. Entendida así, la "batalla de ideas" pasa menos por las tácticas clásicas del imperialismo que por las nuevas tecnologías del 2.0. Aunque, justamente, ¿la tarea intelectual no consiste, contra esas tretas limitantes y excepcionales que han operado como barreras para justificar el fracaso o la crítica interna, en repensar un modelo de sociedad civil cubana, abierto a discusiones más allá de paradigmas que se equiparen con los argumentos de la excepcionalidad del determinismo histórico?

En un reciente ensayo titulado La máquina del olvido, Rafael Rojas, nuestro máximo historiador contemporáneo según las más variadas opiniones, señalaba que en la historiografía cubana: "en la última década, permitiría advertir que los períodos mas trabajados son el siglo XIX y la primera mitad del XX, es decir, fase final del orden colonial y toda la época republicana…". Un modelo historiográfico que, al recuperar la soberanía de Estado, tiene como corolario la "confiscación de la memoria de la ciudadanía".

Para quienes nos dedicamos a estudiar y pensar las últimas cinco décadas de historia y cultura cubana, es curioso notar un silencio, como si la Revolución Cubana gravitara sobre lo innombrable, aquello que ha superado o resiste la simbolización del lenguaje. Y fue curioso percibir cómo, en toda su charla, el Dr. Eduardo Torres Cuevas, no mencionó la palabra "Revolución", o el nombre de ninguno de sus líderes históricos. En cambio, su discurso para signar la Revolución Cubana pasó por significantes vacíos que pudiéramos llamar lagunas terminológicas: "nuestra condición", "nuestros límites excepcionales", "nuestros avatares de esta..., que todos sabemos”. Del posesivo plural a la excepcionalidad: los dos núcleos de una elipsis discursiva.  

Es importante destacar el cambio paradigmático del discurso intelectual cubano revolucionario. Si en las primeras décadas "Revolución" era el sema que englobaba toda una serie de éxitos y simbolizaba el núcleo hegemónico de la lucha contra el imperialismo, no son pocos los intelectuales cubanos de la Isla que hoy practican el arte de lo innombrable: la Revolución Cubana ha abandonado su discursividad metonímica. La Revolución ha tomado el rasgo de un espectro, de un presente ausente. Y considero que para un historiador que discute acerca de la "memoria histórica", comenzar a darle nombres a las cosas es quizás el primer paso para pensar el complejo proceso de la Revolución Cubana.

Facilitar palabras y lenguaje, recomendaba Hannah Arendt en una entrevista en la televisión alemana de la postguerra, no es solo un gesto de orden intelectual, sino también una ética para encarar una historia colectiva.  

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