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Crítica

Los 'Cuadernos' de Gloria

'Los cuadernos de Gloria Leal están regidos, pues, por una poética admirable: la poética de la reserva.'

Miami

La cuestión no es saber lo que se dice sino lo que se calla: lo que se calla abunda en lo que se dice al punto de superarlo en sustancia y expresividad, de insinuar que lo dicho es solo un pretexto para que lo contrario se trasluzca.

La sabiduría popular ha descubierto en la voz de las crías de las aves el mayor grado de discreción imaginable: no decir ni pío es el colmo. Pero un pío esporádico —a diferencia de un trino, ostentación de ostentaciones— es un llamado a disfrutar del silencio que lo engloba; un punto y aparte en la redacción del silencio, ese texto en blanco poblado de insinuaciones que un sonido oportuno, lejos de romper, ahonda.

Los cuadernos de Gloria Leal valen tanto por lo que dicen como por lo que callan: lo dicho no es más que una invitación inteligente a que intuyamos lo entredicho o lo no dicho. Nada mejor para excitar la imaginación del lector: la invitación nos convierte en coautores de cada uno de sus textos, y cada texto se convierte a sí mismo, aupado por el silencio, en un espejo que alguien, desde lo más recóndito de la página, expone a una luz cenital para que emita señales. "El silencio", advierte Gloria Leal, "es una llave antigua". ¿Para abrir qué? Quizás la caja fuerte de su vida. La de la autora y la del propio lector.

 El cine mudo no ha recibido elogio más sobrio ni bello que el que le hiciera Fina García Marruz en un poema de su cuaderno Créditos de Charlot: "No es que le falte el sonido,/ es que tiene el silencio". Repito: "No es que le falte el sonido,/ es que tiene el silencio". Doce palabras —de las cuales ocho son monosílabos— bastan para recordarnos que el silencio es un idioma mucho más enjundioso que su contraparte; que el silencio puede decir cosas que la palabra aún no sabe decir. El pueblo cubano, famoso por su locuacidad, no es ajeno a la lección del cine mudo, un cine que dice lo mismo que dice él cuando aspira a decir demasiado y no atina a decirlo: "Interpreta mi silencio". 

Los cuadernos de Gloria Leal están regidos, pues, por una poética admirable: la poética de la reserva. "Siempre habrá un sonido que se ahoga en una página", dice en uno de ellos. ¿No habrá querido decir "un sentido"? "Siempre habrá un sentido que se ahoga en una página". Más que ahogarse yo me atrevería a apostar por una zambullida voluntaria en el sustrato de lo visible para, desde allí, tentarnos a zambullirnos tras él o adivinarlo en el fondo, entre nuestro propio reflejo o el reflejo de la autora, que en una de sus anotaciones confiesa ser "el simple reflejo fragmentado de unas velas recogidas en el agua". 

No sé cuál es el poema más breve de la literatura cubana. Hay títulos como poemas. Valga uno como ejemplo: "Señal en el agua" de Teresa María Rojas. Pero sí sé que ese poema podría ser uno de Dulce María Loynaz: suma seis palabras. Tres de ellas formulan una pregunta; las otras, una respuesta. Y nada falta en él. Al contrario: es un poema redondo. Se le lee y uno tiene la impresión de que su sentido se expande y colma una caja de resonancia que tan pronto puede tener las dimensiones de un dormitorio común como las del cosmos: "¿Y esa luz? Es tu sombra". La sombra podría ser la de la persona amada. O la de Dios.

Los cuadernos de Gloria Leal se acogen a una segunda poética conforme con aquella que postula la reserva, pero acaso más cortés (la reserva puede ser áspera): la poética de la brevedad. Y su autora, como Dulce María Loynaz, atiende a las sombras: "No sé qué es peor: tu sombra pegada a mis espaldas o tu cuerpo pegado a mi memoria".Lo que en Dulce María es incorpóreo, en Gloria encarna y, no satisfecho, se erotiza.

"Hay una sola manera de tapar las sombras: con la luz", dice otra de sus anotaciones, y yo me detengo en el verbo "tapar". No se trata de erradicar las sombras, ni siquiera de ahuyentarlas, sino de echarles una manta de claridad encima. Hay sombras indestructibles: solo se las puede disimular.

"Eres-soy una sombra larga que se prolonga cada vez que me volteo para mirarte (mirarme) tu rostro (mi rostro)",dice la autora. Esa dualidad, ese llegar a ser otro sin desprenderse de uno mismo sino, más bien, incorporando a aquel, dicta a Gloria Leal, desde el primero de sus cuadernos, más de una frase feliz: "Hoy me acompaño de mí para estar contigo". O:"Acabo de mirarme al espejo y te vi". No obstante lo contrario, el abandono de la propia persona, puede ser indispensable: "Nadie me advirtió que para ser otro había que dejarse ir". Repito: "Nadie me advirtió que para ser otro había que dejarse ir".

Las danzas para piano de Ignacio Cervantes, cuyas interpretaciones apenas exceden el minuto de duración, y a veces ni siquiera lo alcanzan, suelen tocarse dos veces: la maravilla no debe ser frugal si está en nuestras manos prolongarla. En público, los poetas japoneses bisan sus haikus, esas estrofas de 17 sílabas de extensión capaces, por sí solas, de contener un mundo. Yo releo estos textos de Gloria Leal seguro de que solo así acceden a ofrecer una idea del caudal que esconden: "He llegado a un punto que ando más cuanto menos me mueva". Bis: "He llegado a un punto que ando más cuanto menos me mueva".    

José Martí acompañó el envío de un ejemplar de Versos sencillos a su madre con una nota donde le advertía que esa brevedad de brevedades era su vida. No basta el recato de Gloria Leal para impedir que uno sospeche que estos Cuadernos son la suya; ni creo que esté en su ánimo impedir que uno lo sospeche. La autora mira dentro y fuera de sí misma; recuerda y atisba el futuro; emplaza su vida afectiva y conversa con quienes la compartieron o hubieran podido compartirla; es sensible a los atardeceres, los pájaros y las plantas, al extremo de declararse una de ellas y admitir su rasgo más distintivo: "Mis huesos son mis espinas".Hay que suponer que esos huesos no hincan a nadie sino a ella, que les sirve de vaina.

Gloria Leal reconoce su irreversible condición de extraña: "Siempre seré una extranjera. Nunca habré terminado de llegar a ninguna parte". Y se permite una confesión turbadora: "Desde hace un tiempo me estoy comiendo la vida cruda". Es, quizás, la más descarnada de las confidencias que recogen sus Cuadernos. Uno diría que se le ha escapado.

Gloria Leal no se hace ilusiones: "Así, todo lo que soy ya fue". Ni renuncia a ellas: "Creo que tengo derecho a seguir esperando a Ulises. Al Ulises que no llega, que es el único real y verdadero". Sonríe y se apesadumbra: "Miami es Comala el día antes". Comala, el pueblo de Pedro Páramo, un pueblo de muertos; Miami,la meca del exilio cubano, donde más de un iluso se cree Juan Preciado.  

La hechura de los Cuadernos de Gloria Leal merece un comentario aparte, y también lo merece su decisión de denominarlos así, Cuadernos: la sola palabra produce un déja vu escolar; huele a sacapuntas. 

El aspecto artesanal de estos tomos y su volumen escaso; el hilo que sujeta primorosamente las hojas, tenso como la cuerda de un instrumento musical (tan tenso que da ganas de pulsarlo, a ver qué nota produce); la textura del papel y el color cálido de las cubiertas; la caligrafía minúscula (porque los textos se reproducen como se escribieron: a mano), y la impresión a color de los dibujos de la autora, unos dibujos de una ingenuidad insólita en un adulto, nos sitúan ante un hecho admirable: la colaboración de una mujer con la niña que fue. O viceversa: la colaboración de una niña con la mujer que ha venido a ser, como si ambas, niña y mujer, trabajaran al alimón, una aplicada a ilustrar lo que la otra escribe, y la otra, a interpretar y escribir lo que la niña dibuja; convencidas, ambas, de que ninguna sustituye a la otra, de que más bien coexisten, o, mejor aun, se completan.   

Entre los poemas de Pablo Neruda que no acogen las antologías figura "El niño perdido", un poema donde el autor reconoce cómo la vida fue alejándolo de quien fue y acrecentando, fatalmente, la extrañeza entre ambos:

y así fue sucediendo 
el hombre impuro, 
hijo del hijo puro, 
hasta que nada fue como había sido, 
y de repente apareció en mi rostro 
un rostro de extranjero 
y era también yo mismo; 

era yo que crecía, 
eras tú que crecías, 
era todo, 
y cambiamos 
y nunca más supimos quiénes éramos, 
y a veces recordamos 
al que vivió en nosotros 
y le pedimos algo, tal vez que nos recuerde, 
que sepa por lo menos que fuimos él, que hablamos 
con su lengua, 
pero desde las horas consumidas 
aquél nos mira y no nos reconoce.

Este no es el caso de Gloria Leal. Desde sus Cuadernos, la niña que fue la mira y, además de reconocerla, la invita a dibujar juntas, a colorear el silencio.


Estas palabras fueron leídas en la presentación de Cuadernos III y IV de Gloria Leal, en la librería Altamira, Coral Gables, Miami.

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