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Poesía

Héroes, no lloro por ustedes

'Alzan siempre algo terrible en una mano,/ simboliza lo externo de manera directa/ como el peso fatal de sus vidas de bronce,/ su futuro o el pasado permanente/ escrito en frases limpias y espaciosas, sin pausa...'

Ciego de Ávila

Labrados en la piedra y fundidos en hierro,
más altos que campanas y a prueba de relámpagos,
en redor de sus pies la apacible llanura 
da idea de que pueden correr cuando decidan,
da una vista completa donde el rebaño circula
sin quitarle los ojos de encima a su heroísmo.
Alzan siempre algo terrible en una mano,
simboliza lo externo de manera directa
como el peso fatal de sus vidas de bronce,
su futuro o el pasado permanente
escrito en frases limpias y espaciosas, sin pausa,
escrito sin alzar la mano de la pared.

Héroes gigantescos de la mínima patria
que flota apenas sobre los arroyos.
Caídos, cortados en la flor pura,
traídos por piezas en barcos, desenvueltos con grúas,
soldados con los truenos y rayos de las máquinas.

He debido buscarlos también hacia el final del valle,
rodearlos con mi mirada gacha, seguirlos y leerlos
también sin despegarme de la pared,
sin espacio ni pausa en mi vida con los minutos contados
antes de que sonase el timbre
y borrasen el negro y verde pizarrón.

No lloro por ustedes.
Hoy que asoman sus huesos
entre las palmas salobres de los potreros
y la casi póstuma vicaria,
mal enterrados, partidos y dispersos.
Hoy que despierto —a veces, todavía, no sé por qué—
con el sueño de que he dado un largo viaje
no como otra cabeza, puntico en la llanura,
y he llegado hasta la base de granito donde están subidos
porque tienen algo que conversar donde todos nos oigan.

Hoy que sueño o viajo al futuro o al recuerdo
con un vivaz y desembarazado apetito
—sin querer, sin oportunidad de desviarme—
y estoy en medio de la Plaza y me hago fotos,
encendida mi cara por la euforia y las lágrimas,
debajo de sus retratos paternales,
frente a sus oficinas y sus tumbas como matrioskas
y el himno sempiterno de los desfiles.

No lloro por ustedes.
Donde quiera que voy, entro o salgo de la Plaza
asomando como esos fragmentos de imanes
que aún buscan encajar.
Sé que la tierra que abarcan mis ojos azorados
no va a acabar de tragarme
antes que a sus pedazos de acero.
Sé que están muertos
y son nada más sus huesos esparcidos
y soy uno más que intenta que la tierra lo cubra.

Al final, sin embargo, no siento más apetito
de caminar el valle o de dormir,
no hallo en la lejanía
el brillo de la nostalgia y las lágrimas.
Nada más, donde quiera que me sorprenda el amanecer,
voy a hacerme una foto delante de mí, un extraño cadáver
de un antiguo mausoleo en ruinas.


Francis Sánchez nació en Ceballos, Ciego de Ávila, en 1970. Sus últimos libros de poemas publicados son Extraño niño que dormía sobre un lobo (Letras Cubanas, La Habana, 2006) y Epitafios de nadie (Oriente, Santiago de Cuba, 2008). Este poema pertenece a su libro inédito Cuarto de desahogo.

Otros poemas suyos: Primera función, Castrato y Los poetas se mueren.

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