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Ensayo

Octavio Paz: árbol centenario de la poesía

'La poesía es dialógica, como la vida humana. Octavio Paz vivió esta convicción hasta el final.'

Boston

                                                                                    Merece lo que sueñas.

                                                                                                        Octavio Paz

 

Celebrar el natalicio de un poeta como Octavio Paz (1914-1998) es siempre festejar el  misterio de la vida y su belleza, dolorosa y feliz a un tiempo: es festejar la mágica irrupción de la eternidad en el tiempo.

Aunque el poeta ya no esté en el mundo, la luminosa textura de su obra da el tono de las celebraciones, porque como dijo Fernando Savater en ocasión del primer homenaje que dio al gran premio Nobel mexicano el Instituto Cervantes, refiriéndose a su prosa ensayística: "A pesar de que escribía claro, Paz tenía un acento surrealista y contracultural importante". Y eso, por supuesto, gracias a su profunda compresión de la importancia del mito y de la sacralidad esencial de la poesía, así como a su apasionado amor por la libertad, que siempre defendió con palabras y actos de valentía y honestidad que podemos llamar camusianas.

Su figura "oceánica", como la definió en el mencionado homenaje Juan Villoro, no es fácil de abordar en pocas palabras, pero la devoción agradecida me fuerza a ser atrevida e intentar encerrar en poco espacio mi humilde pero entusiasta aporte a las celebraciones.

Cuatro poemas fundamentales suyos, de distintas épocas, me acompañan : "Piedra de sol", "Viento entero", "Pasado en claro" y "Cantata". El primero me adentró de lleno en ese país maravilloso cuya dimensión divina o de ágape me había ya mostrado San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual. El cántico unitivo de Octavio Paz me mostró en todo su frágil esplendor la dimensión humana o de Eros. Ese país es justamente la poesía, que como supe por una epifanía llegada a mí años después en un sorbo, es el único en que el amor consiente la mediación de la palabra.

Tenía ya escrito mi primer poemario cuando en aquel gran poema descubrí estos versos: "La vida no es de nadie: todos somos/ la vida, pan de sol para los otros". En persona le agradecí luego haber dado con el título de mi primer libro en ese "pan de sol"que tan milagrosamente nos sustenta. No hay que cansarse de repetir el agradecimiento. Para que no se olvide.

Lo vi solo tres veces. La primera fue en su casa de Paseo de la Reforma 369, en 1983 y, más precisamente, en su amada biblioteca, que a fines de los 90 se le quemó. Siempre he sospechado que el dolor tiene que haber contribuido no poco a precipitar su muerte. Ahora recuerdo sobre todo la luz, vivaz y serena, de su mirada transparente cuando, al despedirme, subió tras de mí los escalones que daban al vestíbulo. 

Recuerdo también la tercera vez, en Miami, cuando ya entrada la noche me leyó, con Marie-José a su lado en un notorio restaurante cubano de la ciudad, el poema "Viento entero", que recrea y transforma en arquitectura de sentido el momento, fugaz y eterno, en que ambos se encontraron: "El presente es perpetuo/ Llueve sobre mi infancia/ llueve sobre el jardín de la fiebre..." 

El autor de Libertad bajo palabra y de ensayos seminales como El arco y la lira, Conjunciones y disyunciones, El ogro filantrópico y La llama doble fue un hombre de su tiempo no mutilado por prejuicios intelectuales que le impidieran solidarizarse con las víctimas de la opresión. Ello gracias a su espíritu abierto de genuino poeta, como revelan estos versos del magnífico poema "Pasado en claro":

 

                                                     Su casa, edificada sobre el aire

                                                     con ladrillos de fuego y muros de agua,

                                                     se hace y se deshace y es la misma

                                                     desde el principio. Es dios:

                                                     habita nombres que lo niegan.

 

No queda oculta la presencia divina a quien racionalmente no es creyente: el alma tiene razones que la razón desconoce. Y ese es uno de los aportes de su poética, fruto de probidad intelectual no menos que de una profunda sensibilidad. El tiempo se deshace ante el sonido de la otra voz que nos habita. Y solo da peras el olmo que dentro de nosotros crece bajo el influjo de una mirada.

En este punto no veo mejor celebración de su centenario que dejar constancia de que en alta voz releo ahora la hermosa "Carta de creencia/ Cantata" con que cierra Árbol adentro (1987): "Tu mirada es sembradora./ Plantó un árbol./ Yo hablo/ porque tú meces los follajes".

La poesía es dialógica, como la vida humana. Octavio Paz vivió esta convicción hasta el final, levantando "alminares transparentes". Su obra, una mano de luz en la oscuridad de los tiempos.

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