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Crítica

Sobre campos y loros

El poeta John Kinsella recrea en 'El silo: una sinfonía pastoral' el mundo natural del campo australiano.

Santiago de Cuba

La poesía —según Leopardi— no debe "comunicar" sino "ser". En esa consistencia física de las palabras, en la primacía del elemento fónico y la imagen per se, más que en su sentido cabal, está el misterio de la lírica de John Kinsella (Perth, Australia, 1963). Así debe leerse El silo: una sinfonía pastoral, publicado originalmente en 1995.

El silo: una sinfonía pastoral recrea el mundo natural del campo australiano. La faena agraria, y todo lo que concierne a la vida del hombre curtido en tal ambiente, son el trasfondo de este volumen, donde las imágenes rudas (es decir, propias del campo) ocupan el primer plano. Así, la poesía se convierte en portadora de un mundo real y simbólico a un tiempo, una simbiosis tan inusual como valedera, y es allí cuando la primacía del suceso tomado en manera casi fotográfica, explica con precisión el contexto de los poemas.

De ese modo, Kinsella deja entrever los signos de la realidad en una suerte de instantánea visual: "No hay manera de salvar la caja para frutas,/ clavos ya esqueletos cuando comienza la descomposición/ de la madera, tampoco la botella de cerveza corrosivamente/ anillada. No hay manera de salvar un cuadro/ que está en blanco, ni unas huellas de zorro incrustadas/ de hielo más seco que la piel de armuelle. Y no hay manera de salvar una oración/ incumplida cuando fallan las mareas de la fe/ y la granja se desploma, cuando las nómadas/ incapaces de volar de los barrancos se levantan y conquistan"("Las nómadas incapaces de volar").

La imagen se transforma en escena; la escena en fotografía, en examen fugaz de un entorno tan áspero como bucólico, al tiempo en que distintos elementos de orden natural se conjugan con plasticidad insólita y ascienden a los planos de la épica. El discurso se sostiene por el choque incesante entre los objetos propuestos y la palabra, sin ambiciones estructurales, pero que maneja una sintaxis de cierto lenguaje neobarroco que eleva a la expresión poética a rangos superiores, y que se constituye en marca y sello estilístico de John Kinsella: "Nubes azules barrenan el sol de eucalipto/ mientras entra en efervescencia y se crispa con la lluvia/ inminente, el tiempo sofocante empapa/ los corazones anaranjados de los loros reales" ("La muerte de los loros: Ritos de paso").

En El silo… lo épico se descubre en la mirada descarnada a una circunstancia que parece ahogarse sin trascendencia: la rutina de lo cotidiano, lo aparentemente insípido de una jornada campera, pero que Kinsella reconstruye convirtiendo todo ese conglomerado en estancia proteica, casi imaginaria, de una riqueza que habla al mismo tiempo del esplendor, la miseria y la violencia atroz del escenario descrito: "Hay una historia detrás de esa cosechadora Sunshine/ que yace entre las manos retorcidas/ de gradas rotas y los dientes podridos/ de trampas de dingo. El hermano del dueño/ vertía sacos de trigo no clasificado/ en sus dientes enloquecidos cuando el grano/ como incienso apaciguó su cerebro/ y se cayó en la tolva profunda,/ en la respiración violenta de la segadora" ("La cosecha").

Sin embargo, este sentido de la épica no pertenece al espacio de la exaltación. El poemario entonces se va conformando a partir del propio discurso y del sustrato material de los textos: el realce verbal a la manera de sinfonía bien armonizada de lo agreste, que llega incluso a mostrarse en sus detalles nimios o elementales.

Lírica de la impresión más veraz en planos en los que participan eventos de acento feroz o agresivo en el sentido de lo ordinario y rústico; otras veces de tono lineal, melódico, para la trasmisión de una experiencia también común, pero de carácter sosegado, paisajístico, abierta a un singular sentido de lo espiritual o misterioso: "El pájaro visto aquí por primera vez/ en cuarenta años canta con diligencia/ desde el alambre, te viras para tocar/ el hombro de un amigo/ y cuando vuelven a tornarse juntos/ no encuentran nada que no sea el cielo/ y el hilo tembloroso" ("Una rara visión").

Otro aspecto a señalar aquí es la presencia de cierta eticidad, que subyace en varias zonas del cuaderno. Lo ético entra de soslayo, pero subrayando siempre el código de valores de cualquier sociedad rural, eminentemente conservadora, y al mismo tiempo portadora de una carga moral que se mide en virtud de la práctica social del hombre en contraposición al del sexo femenino.

Así, tal elemento puede verse en textos como "La hija recalcitrante del rey del heno" o en "Alf considera que Lucy es el macho", donde el sujeto lírico explica la valía en la condición de la mujer según su utilidad y fuerza prácticas o la destreza al momento de enfrentar la tarea agrícola: Alf considera que Lucy es el macho./ «Es ella quien tiene los cojones»,/ dice mientras escupe/ en la cancela del ganado./ «Sí, creo que Lucy es el macho./ Esa Anna es como mi mujer —siempre/ se queja pero tiene un gran corazón y es buena/ como carajo con los niños. Se queda en casa./ Esa Lucy —Dios mío, surca/ y siembra y le da de beber al ganado./ Maneja la cosechadora de trigo tan bien/ como Geoff, yo mismo o Jock./ Hay que reconocerlo./ Sí, yo considero que Lucy es el macho»".

La visión de Kinsella no deja fuera nada que pueda servir para explicar después con acendrada veracidad la atmósfera total del cuaderno. En ella entra todo aquello que conforma plenamente al hombre: empeño y heroicidad, conquistas y anhelos, todo el ser. Los sentimientos comunes pasan también aquí por el tejido de la poesía, y los elementos que sirven de trasfondo a temas añejos como el amoroso, se reúnen y superponen en planos de auténtica inmediatez para exponer la realidad contada por el poeta.

Así, en un texto como "Sobre la coloración críptica de los mataderos abandonados", la visión habitual del matadero ofrece la perspectiva de la nostalgia y el recuerdo: "El hedor fugitivo de la carne chamuscada/ se abre paso hacia los ventanales/ entreabiertos –un asado/ en el jardín de la cerca.// Pienso en ti mientras nadas/ en Coogee, en mi paseo en carro/ por el ojo de la calle Ocean Beach,/ ciego por el tajo acerado/ de los reflejos del mar,/ recuperando mi visión/ al fijarme/ en la coloración/ críptica/ de los mataderos abandonados".

Pero de todo ello, quizás lo más inmediato y significativo en El silo: una sinfonía pastoral, sea la manera en que John Kinsella expone la presencia constante de lo rural, desde la anécdota o el recuerdo familiar, y el ambiente doméstico o de trabajo, condiciones ínsitas de la vida de campo, elevadas en el poemario a altas notas poéticas: "Arrastran el invierno/ consigo este año:// no liberados por la primavera sino usurpadores,/ nos impresionan con un sentimiento// instintivo. Pero estamos más/ allá de su razonamiento,// a medida que las palabras se ajustan/ a su vuelo rápido y congelado// y sus trinos hendidos, la forma/ y el color que por poco cambian –y es// imposible mostrar/ si esto viene de los loros// o del brillo indeleble/ del paisaje" ("Loros de invierno").


John Kinsella, El silo: una sinfonía pastoral (traducción de Katherine Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez, Letras Cubanas, La Habana, 2005).

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