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Obituario

Lichi Diego: Sin patria pero sin amo

'Todos aprendimos algo de él. Su buenagentía, su entusiasmo por la vida, su nobleza, sus triunfos y sus fracasos.'

Miami

Conocí a Lichi y a su familia maravillosa hace un tiempo enorme. Corría el año de 1967, yo tenía 21 años y Lichi solo 16. Fui enviado por el Instituto Cubano del Libro a realizar una foto de su padre, Eliseo Diego, para ilustrar la edición de su Libro de las Maravillas de Boloña.

Allí en Villa Berta, preciosa casa-finca al final de la calzada más bien enorme de Jesús del Monte, donde "la demasiada luz forma otras paredes con el polvo", como diría Eliseo en uno de sus poemas, encontré talento, amabilidad, decencia y cubanía. Hice la foto que ilustró la contraportada del libro y conocí a los hijos del poeta, Rapi, Lichi y Fefé.

Unos años después, el "azar concurrente", como diría un siempre amigo de esa familia, José Lezama Lima, quiso que Lichi comenzara su carrera periodística en la revista Cuba Internacional, lugar donde yo había comenzado mi carrera como fotógrafo.

Entró en la mansión art nouveau de la calle Reina con el aura de su talento, el respaldo de su leyenda familiar, y la bienvenida de gente que comenzó a disfrutar de su simpatía y originalidad. Entre ellos, Manuel Pereira, Antonio Conte, Reinaldo Escobar, Raúl Rivero, Minerva Salado, Norberto Fuentes, Froilán Escobar, Félix Guerra, Joaquín Ordoqui, así como Félix Contreras. Entre los
fotógrafos, Nicolás Delgado, José A. Figueroa, Luc Chessex, Ernesto Fernández, Enrique de la Uz, Pablo Fernández, Roberto Riquenes y el que suscribe... ¡Qué piquete!

Todos aprendimos algo de él. Su buenagentía, su entusiasmo por la vida, su nobleza, sus triunfos y sus fracasos.

Recorrimos prácticamente la isla entera haciendo reportajes y entrevistas. Su desempeño en la cotidianidad del periodismo era camaraderil, solidario. Integraba el equipo ideal redactor-fotógrafo, nunca usó poses autoritarias. Cargaba los trípodes y las maletas si era necesario, dejaba que el fotógrafo dominara su escena, nunca imponía criterios y sus preguntas eran sinceras y directas. Trabajar con Lichi fue un placer.

Y desde luego, a partir de ese compartir laboralmente, surgió esta amistad que ni la muerte podrá borrar.

Cuba Internacional fue una especie de oasis en el marasmo de una sociedad donde el control de los medios de difusión era absoluto.

Pero todo lo bueno dura poco, y así la revista dejó de ser lo que fue en un momento, y se fue convirtiendo en un órgano cuasi oficial del Partido Comunista, y con ello, perdió su encanto.

Lentamente, comenzó a emigrar (dentro de la isla) su talento, para otras esferas donde el control del pensamiento era menos férreo.

Luego de esta movida interna, también poco a poco los integrantes del equipo creativo de esta publicación fueron moviéndose hacia nuevas playas, lo mismo al norte que al sur, no era un problema de brújula, era sed de hablar y escribir en voz alta.

De esta manera, Lichi se movió hacia tierras aztecas, donde el idioma español y el pueblo mexicano se complacieron en abrirle sus puertas... Yo personalmente, aterricé en Miami, quizás la segunda ciudad de Cuba, donde me esperaban frituras de malanga y un millón de compatriotas.

A los que se quedaron, mi abrazo solidario al igual que a los que emigraron. Los quiero y recuerdo por igual.

No fue fácil para los que vinimos comenzar una nueva vida ya cuarentones. No fue fácil ni aún lo es... Los recuerdos duelen, la nostalgia quema...

La última vez que abracé a Lichi fue en mi casa de Miami hace ya 14 años, en 1997. Llegó y no fue fácil que se fuera.

Traía en sus manos un ejemplar autografiado de su Informe contra mí mismo. No he tenido el valor de volver a leerlo, me bastó con aquella experiencia de pasar por la inmensa alegría de compartir recuerdos de toda una vida con él, para sumergirme de inmediato en la inevitable mezcla de sentimientos cruzados que da ese irrepetible y desgarrador testimonio que tan en alto puso su valentía y honestidad.

Llegó el momento de la despedida, y decidimos dejar este momento grabado en una foto en la que debía prevalecer algo sagrado para ambos. Algo que sintetizara nuestras nostalgias, algo que definiera nuestras posturas, nuestras ideas... Y quien mejor que el Apóstol y su ideario... Y aquí está, para siempre. "Sin Patria pero sin Amo".

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