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Moda

Gente libre en Cuba

El más reciente catálogo de Free People fue fotografiado en Cuba, pero no lo dice expresamente ni aparecen en él cubanos de fondo.

San Luis

Vestidas de blanco impoluto en un portal de lujo de la internet, ellas posan tendiendo una prenda blanca impoluta en una tendedera paupérrima cubana. Son damas de blanco caídas como de otro planeta. Son las E.T. de salarios astrológicos pagados por los gurús de la moda universal.

Protegidas del sol asesino por los filtros glamorosos de Adobe Photoshop, ellas caminan con cadencia de gacelas entre el destartalo decorativo que a la vuelta de 60 años han dejado en La Habana la Revolución o la Utopía o ambas. Un escenario excéntrico en extremo, espacio estético por los cuatro costados de ese capitalismo cosmopolita que se asoma a la Isla solo de refilón.  

El viento de nuestro triste trópico ondea sus ropitas de marca cara a la vista de los castillos criminales de la Colonia, esos petroglifos Patrimonio de la Humanidad que al cabo cayeron colimados bajo el poder de un Estado totalitario con ínfulas internacionales de Paraíso del Proletariado. Onanismo mayúsculo: detrás de los filos que esas féminas formidables nos dan desde La Habana, no sería de extrañar que el fotógrafo foráneo haya tenido que espantar con un abanico a un ejército endémico de masturbadores. Pioneros con pañoleta devenidos piropeadores de pelo en pecho y pene en público, al menos hasta que algún productor del espectáculo llame a la policía.

En una foto, una de ellas empuja una bicicleta china sin el menor pudor. Le pagan para eso, por supuesto, para que no sienta la más mínima pena ante la penuria ajena.

En otra intensa instantánea, otras abren sus piernas profesionales sobre el capó de un almendrón norteamericano. Erótica retro de los años 50, con la pacatería de fondo de algún Moskovich o Lada parqueado como al descuido dentro del encuadre, además del obligatorio bicitaxi por cuenta propia y algún que otro carretón cargado cinematográficamente de cebollas y ajos. Nuestras mujeres en La Habana: memorándum de una película de Graham Greene. La economía comunista de la escasez era en realidad un estado de plenitud, completitud conceptual: arte pictórico pletórico de paralelismos pero no de parodias, entre otros puntos suspensivos que harían palidecer al mismísimo Roland Barthes de La cámara lúcida.

Se recuestan filosóficamente contra el marco destartalado de una cuartería, en una suerte de ejercicio de existencialismo de axilas. Pastan junto a las ruinas retóricas de la propaganda castrista y, por último, hacen una ligera inflexión en alguna Playa del Este sin identificar.

Parecen cualquier cosa menos mujeres cubanas, por suerte. Y no lo son, por suerte para ellas. Son las modelos profesionales de una revista extranjera: son la gente libre del último catálogo de ventas de Free People, la compañía de Filadelfia que cuenta con más de cien boutiques en las Américas (y ninguna de ellas es cubana).

Lo curioso del caso es que la palabra Cuba no aparece por ninguna parte. Free People ha preferido no explotar más a los explotados. Al parecer, no les pareció muy apropiado el hecho de viajar hasta La Habana a restregarnos el trapo exquisito de la libertad individual. Y, en lugar de estilizar estereotipos, los directivos de la firma optaron por desaparecer nuevamente a los desaparecidos.

Así Free People se evitó de paso cualquier polémica digital, como la que ya tuvieron con el tema de los americanos nativos, por ejemplo, en un contexto cultural cavernario como es el norteamericano de hoy, donde se parte del principio que todo éxito comercial es el producto de al menos tres factores fascistas: esclavitud, misoginia, y supremacismo blanco.

Confieso que esos escenarios fantasmas habaneros de pronto me han fascinado mucho más que el castrismo académico y mediático del Primer Mundo. Nuestro sacrosanto Malecón pudiera ser el malecón de cualquier republiquita bananera del área. Los desconchados de la pared bien pudieran ser parte de la tramoya artificial de una película de época. El perfil de los edificios sobre el horizonte remite tanto a Manhattan como a Pyongyang. Y, lo más impactante, ya se puede prescindir absolutamente de meter al público cubano en el plano: de haber necesidad de fotografiar a algunos extras locales como relleno, lo más verosímil hoy por hoy sería importarlos, acaso desde Puerto Rico o Barbados (para no mencionar a Miami).

Es obvio que la Cuba de Castro, compañeros y compañeras, por fin ha empezado a perder crédito (literalmente no aparece en los créditos). Por fin hemos empezado a tornarnos evanescentes primero y después intrascendentes, en tanto gente no libre. Por fin, nuestra islita ya está a punto de recuperar su insignificancia original, su condición clínica antillana de antro ancestral. Por fin el disfraz despótico de ser una alternativa excepcional va descubriendo el lugar común de lo decepcionante. A la postre, hasta a Free People les da pena nombrarnos con todas sus letras.

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