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Urbanismo

¡A derrumbar las estatuas feas!

No solamente la estatua de Mella en la Manzana de Gómez, en La Habana hay para escoger entre muchos esperpentos escultóricos.

Miami

Deben ser muy pocos los cubanos adultos que no conservan fresca en el recuerdo la imagen de alguna estatua fea. Si alguna vez fue realmente aplicable el igualitarismo entre nosotros, pudo ser en la repartición de estatuas feas. Hay tantas en la Isla que tal vez alcanzarían a razón de una para cada uno.

En lo que a mí respecta, ya elegí la que me toca. Es la del general Máximo Gómez (nadie menos) que está situada en una de las más populosas esquinas de Marianao, Avenida 51 y Calle 124. Desde que tuve uso de razón nunca pude pasar por esa esquina sin que se me cayera la cara de vergüenza al ver aquella estatua de bronce con base de granito rojo que algún desaforado con vocación de cualquier cosa menos de escultor se atrevió a moldear en homenaje al ilustre guerrero.

Es una rechifla a la gallardía del prócer. Amasijo con la cabeza más grande que el tórax y la quijada más grande que la cabeza, suerte de batiburrillo entre E.T. y el Monstruo de la Laguna Negra, aunque tirando, sobre todo, a réplica de alguna de las tortugas ninjas. Y aún peor que la estatua es el ensañamiento que implica haberle cifrado el nombre de El Generalísimo en un lateral, como indicando de antemano quién es, para atajar perspicacias.

No es el único esperpento escultórico, así que hay para escoger. Ni siquiera es el único que afecta la memoria del tan respetable general Máximo Gómez. De momento, me viene al recuerdo el busto suyo que descansa sobre una columnata de cemento crudo justo en la casa donde murió (Calle D, esquina a 5ta, Vedado), cuya situación es aún más penosa que la de Marianao, pues este busto, feo de por sí, ha sido afeado hasta el colmo por la indolencia y el abandono.

Tampoco podría dejar de mencionar algún otro caso, pocos, para que cada cual tenga la oportunidad de elegir su propia estatua fea. Y si no les ayuda la memoria, solo necesitan darse una vuelta (física o a través de internet) por la habanera Calle G, o Avenida de los Presidentes, donde hay varios ejemplos que en verdad espantan, sean viejos o nuevos, entre ellos, una estatua de Bolívar que fue colocada no hace muchos años. Mención aparte requeriría la titulada Victoria de Cabinda, que está en Alamar, una gigantesca mano haciendo de peineta, que le mete miedo al susto.

En fin, lo dicho. Cada cual podrá elegir su propia estatua fea. Que hay dulces para todos.

Ciro Bianchi Ross, por su parte, también acaba de elegir la suya. A este pobre hombre, intelectual cubano reconocido en la Isla —sobre todo por alcahuete y amanuense del régimen castrista—, no le gustaba la estatua de Julio Antonio Mella que estuvo ubicada, hasta hace pocas semanas, en la Manzana de Gómez. Siempre se cuidó de no expresarlo públicamente, por lo que parece. Pero de pronto ha confesado que era una mala pieza. Y es cosa bien sabida por qué lo dice ahora, justo a raíz de la perfomance-protesta realizada por el artista Luis Manuel Otero, luego de que inversores extranjeros convirtieran la Manzana de Gómez en la lujosa Manzana Kempinski, motivo por el cual les sobraba allí la presencia del conocido líder comunista.

Desde luego que la estatua de Mella es lo que menos cuenta en esta historia. Y está de más agregar que fue muy acertada su evacuación del nuevo enclave comercial, pues nada ya pintaba en aquel sitio. Yo ni siquiera creo en las estatuas. Aprobaría con gusto que fueran derribadas todas las que no contengan auténticos valores artísticos, representen a quien representen. Pero de lo que se trata es del ridículo argumento de Bianchi Ross. O tal vez no.

Si realmente la estatua de Mella ha merecido ser anulada por ser una mala pieza, también podríamos entender que la intelectualidad oficialista se propone al fin una campaña para auspiciar el derribo de todas las estatuas y monumentos que demuestran ser, a simple tiro de ojo, malas piezas. Si es así, enhorabuena. Y por favor, no vendría mal que los apoyemos, cada cual remitiendo a Ciro Bianchi Ross, en Juventud Rebelde, el nombre de nuestra particular estatua fea.

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