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Sociedad

La tarta de cumpleaños de Fidel

Un 13 de agosto en el pueblo de Viñales, en otro aniversario del 'comandante'.

Praga

La noche del 12 de agosto, justo hace un año, en la plaza principal del pueblo de Viñales, me encontré por casualidad en medio de una fiesta pública para celebrar el 85 cumpleaños de Fidel Castro. Un hombre y una mujer, sobre el escenario, cantaban uno a uno los grandes éxitos del verano y tras ellos un gran retrato enmarcado de Fidel Castro presidía el acto. La plaza estaba abarrotada y la gente bailaba. A las 12 en punto la música se cortó súbitamente, y el ambiente en la plaza se tensó al instante. Ya era 13 de agosto. El hombre y la mujer, la mirada al frente, se cuadraron, y empezó a sonar el himno de Cuba. Entonces un chico leyó un poema de felicitación solemne dirigido al comandante y entonó una canción de cumpleaños. Algunos de los cubanos presentes en la plaza cantaban con él, otros sólo movían los labios.

Al terminar la canción, apareció bajo el escenario una enorme tarta, de unos dos metros de largo, cubierta de merengue de muchos colores. El chico dijo que era un regalo de las mujeres del Partido Comunista. La música comenzó de nuevo, y las ancianas del partido empezaron a cortar la tarta. Al cabo de unos minutos pude darme cuenta de que solo los niños cogían trozos de pastel, los comían, y jugaban con ellos extendiéndose el merengue por la cara formando improvisadas máscaras. Algún turista, embriagado de ron y fiesta latina, tenía también un trozo de tarta en sus manos; pero ningún cubano o cubana adulto, los brazos cruzados, se acercó a por su trozo. Las ancianas insistían, acercándose a la gente con un trozo en cada mano, pero nadie los cogía. Al cabo de media hora, el inmenso pastel solo había bajado un cuarto. Estaba claro: la gente no quería comer la tarta de cumpleaños de Fidel.

Es común, en Cuba, que de vez en cuando alguien te comente en voz baja, de forma más o menos explícita, su desacuerdo con el Gobierno, pero aquella era la primera manifestación colectiva de frialdad hacia Fidel Castro que yo veía con mis propios ojos. La gente, por alguna razón, participaba del acto, pero no de la celebración.

Al día siguiente, un conocido me dijo por qué la gente no quería la tarta. "Cuba es un país pobre donde la mayoría de la gente no puede permitirse comer tarta a menudo, y por supuesto que les apetecería comerla", explicó, "pero saben que quien coma esa tarta puede meterse en líos". Según me contó, es común en Cuba que te pidan hacer algún servicio, desde vigilar al vecino hasta pintar la pared de un edificio público, y si te niegas pueden acusarte de no querer colaborar cuando sí te beneficias de lo que el comandante te da; por ejemplo, un trozo de su pastel de cumpleaños.

El suceso de la tarta, lejos de ser anecdótico, explica la relación que el pueblo cubano tiene con su Gobierno, encarnado desde siempre en la figura de Fidel Castro: son los hijos de un padre que les da cosas no porque las merezcan, sino porque es bueno y generoso. Así, en Cuba, hace mucho que las prestaciones sociales no se identifican como derechos de los ciudadanos, sino que son instrumentalizadas para recordarles continuamente que si pueden ir a la escuela y formarse es porque Fidel así lo ha querido, que si les curan en el hospital es porque Fidel lo permite. Así que están en deuda con él. No son ciudadanos que contribuyen con su trabajo a crear un sistema que les debe educación, sanidad y vivienda, sino hijos que deben eterna gratitud al padre que vela por su bienestar; que hizo la revolución y les protegió con todas sus fuerzas del resto del mundo, capitalista e inhumano.

Que el mundo es capitalista e inhumano, pocos pueden negarlo, pero no creo que muchos se atrevan a asegurar hoy que Cuba es diferente. Cualquier viajero mínimamente observador puede darse cuenta de que hay una Cuba para los ricos y otra para los pobres, como en cualquier otro lugar, y que es así hace ya muchos años. La sombra de Fidel Castro planeaba aquella noche sobre la plaza de Viñales so solo como amenaza sino también como decepción; la de que negase a su pueblo la libertad y la democracia que prometió devolverles y se vaya dejando un país que hoy en día reúne lo peor de los dos mundos (socialista y capitalista), lo que muchos definen como "capitalismo de Estado".

La gente que confió en él y su revolución, con el paso de tantos años de desilusiones, ha perdido la energía y la ilusión de entonces, y sus hijos han crecido en la escasez y el miedo, aislados del mundo y siguiendo las reglas que marca la supervivencia. Muchos hace tiempo que abandonaron la Isla, y los que siguen ahí están tan ansiosos de cualquier cambio que aceptaran lo que les llegue sin objeciones ni reservas. Muchos ya idolatran a Obama, como un nuevo padre al que amar y temer.

El anhelado cambio ya está aquí, y el autoritarismo en Cuba convive con el riesgo de que el país continúe siendo el imperio de unos pocos —sean de la nacionalidad que sean—, y con el peligro de que se disuelva lo poco que en Cuba parece tener hoy sentido: sanidad pública, educación pública, vivienda garantizada, son hoy en Cuba muy precarias, pero mañana podrían simplemente dejar de existir.

Hoy me pregunto si anoche se celebró el cumpleaños de Fidel en la plaza de Viñales, y si sus ciudadanos comieron o no la tarta; si el avance del deshielo ha hecho que pierdan algo de miedo a Fidel, y a qué o a quién temen ahora. Solo espero que cuando Fidel muera no cambien un padre por otro, que no se conformen con lo peor de cada mundo, y que puedan comer toda la tarta que quieran.

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