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Decreto 349

¿Quienes son los verdaderos 'intrusos profesionales' en la cultura cubana?

¿Y si el intrusismo fuese un rasgo de la propia institución cultural, que prefiere mirar hacia fuera para no examinar su proceder?

La Habana

Uno de los argumentos esgrimidos con mayor énfasis por los defensores del Decreto 349 es que este combate el "intrusismo profesional", o sea, la participación con igual o semejante jerarquía que los artistas profesionales en la creación y difusión de obras artísticas, de individuos de poca o nula formación.

Ello ha servido sobre todo a los funcionarios culturales del aparato estatal cubano para presentar el 349 como un aliado benéfico de la causa de los "creadores auténticos", como dicen. Y con ello, se induce a pensar que hay una amenaza sobre los artistas que provendría de tales intrusos, inescrupulosos que se hacen pasar por profesionales sin serlo.

Pero, ¿y si el intrusismo fuese un rasgo de la propia institución cultural cubana, que prefiere mirar hacia afuera para no examinar su proceder?

Un caso flagrante sería el del propio ministro de Cultura. ¿Qué formación profesional posee Alpidio Alonso Grau, uno de los dos primeros ministros designado dentro del gabinete del gobernante Miguel Díaz-Canel, apenas tres meses después de asumir su cargo?

Alonso Grau es presentado como poeta y editor, aunque su obra es casi desconocida y no tiene relieve alguno dentro de la reciente literatura cubana. En cambio, su currículo profesional señala que es graduado de Ingeniería Eléctrica por la Universidad Central de Las Villas.

De ahí escaló a director de la editorial Sed de Belleza y presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Villa Clara,  y no ha parado de ascender puestos desde entonces.

Dado lo anterior, el cineasta cubano Pavel Giroud invitó a aplicar el 349 al propio ministro, dada la insistencia en el combate al "intrusismo". 

Pero Alonso Grau no es el único que en el MINCULT ostenta un sospechoso currículo. 

Uno de los cinco viceministros de ese ministerio, Guillermo Solenzal Morales, es graduado de Educación. Durante la década de 1980, dirigió la escuela secundaria Ramón Leocadio Bonachea de Sancti Spíritus con mano dura. Acaso ello le permitió saltar de ahí a la gerencia de ARTEX (empresa comercializadora del MINCULT) en esa provincia, luego a nivel de nación y no paró de ascender hasta hoy.

Esa clase de movimientos son comunes en el funcionariado cubano. No hay que demostrar una experiencia solvente en un terreno profesional para conseguir escalar a puestos de dirección. Basta, eso sí, abstenerse de posiciones que entren en conflicto con los superiores.

Por esa razón, alguien que se ofrece desde su currículo como poeta, narrador y ensayista, como es el caso de Jorge Ángel Hernández, puede de la noche al día abandonar su provincia (Villa Clara) y ser ubicado en La Habana como director del sello Arte Cubano, que promueve las artes visuales.

En el nutrido "expediente intelectual" de Hernández -cuya "obra poética" no ha sido incluida en ninguna de las antologías líricas de su generación—, no obstante, se ausenta algún interés o ejercicio en este ámbito de las artes. Será por ello que, en una de las diatribas que Hernández ha publicado contra artistas y críticos que resultan molestos al MINCULT en la publicación oficial de ese ministerio, La Jiribilla, haya cometido la pifia de exigir a la artista cubana Sandra Ceballos que entregara sus títulos del Instituto Superior de Arte y de la Academia San Alejandro.

En una carta en respuesta a ese ataque, la artista que fue pionera en Cuba del "arte de apartamento", recordó al director de Arte Cubano que ella nunca estudió en el ISA. Cosa que Hernández, por simple bagaje profesional, debería saber para cumplir con su labor de manera seria.

Pero los intrusismos abundan no solo entre los cargos decididos a dedo, sino incluso a la hora de decidir quién es artista, o quien puede ser promovido y divulgado. 

Quizás no haya caso en los años recientes en Cuba de intrusismo de esa naturaleza como el de Antonio Guerrero Rodríguez, uno de los cinco espías que cumplieron condenas de cárcel en Estados Unidos y que La Habana califica como héroes.

Mientras estuvo preso y un tiempo después de su regreso a Cuba, en 2014, Guerrero Rodríguez cosechó una obra editorial de envidia: una decena de libros (entre otros títulos: Desde mi altura, Poemas confidenciales, Vida de Antonio Maceo, De amigo a amigo, Inseparables, Firme y romántico, Soledad para mis soledades y La verdad me nombra) y otras tantas exposiciones de dibujos y pinturas (algunas son: Mensaje de cubanía, Mujeres patriotas, Alas de libertad, Los guacamayos, Un puente de solidaridad, Aves por la unidad, Mariposas endémicas de Cuba y Solidaridad). 

Radio Rebelde lo ha calificado como "poeta y pintor" y el Festival Internacional de Poesía de La Habana le otorgó en 2015 el premio Rafael Alberti. 

Sin embargo, en la biografía de Guerrero Rodríguez consta que su profesión es la de ingeniero en construcción de aeródromos. ¿Calificaría para aplicarle el 349?

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