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Arquitectura

La mejor escuela de arte del mundo

Una mirada al documental 'Unfinished Spaces' desde la Isla, por donde circula en memorias flash.

La Habana

Seis meses atrás llevé a un fotógrafo norteamericano a conocer a la exmodelo y exbailarina Luz María Collazo. Le había servido de intérprete con dos otras importantes exmodelos cubanas y esa sería nuestra última tarde de trabajo. Ella era el blanco principal de su lente y su interés, pero cuando vio que la casualidad lo había llevado, además, a la casa del arquitecto Roberto Gottardi, quedó sorprendido y contento por la oportunidad  de conocerlo y tomarse una foto con él.

Yo había conocido a Gottardi en 2010, cuando entrevisté a Luz María Collazo. Hasta ese momento, su nombre y la historia de la Escuela Nacional de Arte eran completamente desconocidos para mí. Supongo que también para muchos compatriotas. Me prometí que lo entrevistaría, pero el tiempo pasó y fui postergando aquella decisión hasta olvidarla. La reacción del fotógrafo norteamericano me sorprendió: Gottardi era un arquitecto conocido y respetado a nivel internacional; la escuela diseñada por él, junto a Ricardo Porro y Vittorio Garatti, se considera una de las obras más representativas de la arquitectura cubana de los sesenta. El fotógrafo sabía de él por el documental Unfinished Spaces (Espacios inacabados) de Alysa Nahmias y Benjamín Murray, que cuenta la historia del surgimiento de la idea de crear la Escuela Nacional de Arte, su diseño, su construcción y su… no terminación. Fue así como supe de la existencia de este filme y hace algunos días un amigo me lo copió en una memoria.

Al pertenecer la Escuela Nacional de Arte a la primera mitad de los años sesenta, Espacios inacabados muestra, casi desde el comienzo, imágenes de los primeros momentos que siguieron al triunfo de 1959: la auténtica alegría del pueblo cubano al recibir a quienes lo libraron del tirano Fulgencio Batista; la esperanza en un porvenir que se anunciaba glorioso, la efervescencia revolucionaria.

Fue durante este período que Fidel Castro y Ernesto Guevara aparecieron en el muy exclusivo Country Club, de donde no eran miembros, y mientras jugaban un partido de golf, el líder tuvo la idea de crear una escuela de arte en ese espacio. "Las mejores escuelas de arte que vamos a construir en el mundo", lo cita la arquitecta Selma Díaz, a quien se encargó la dirección.

La tarea de diseñar cinco facultades de arte fue asumida con arrollador entusiasmo por los arquitectos Ricardo Porro, Garatti y Roberto Gottardi; no solo por ellos, sino además por los constructores y estudiantes que recibían sus clases dentro de la obra en construcción y luego participaban voluntariamente en los trabajos para terminarla, al ritmo de pequeñas orquestas también integradas por estudiantes. La actriz Mirta Ibarra, alumna de la escuela en aquel entonces, describe el ambiente como uno de total libertad y creatividad.

Muy a menudo, ante imágenes de esos primeros años de la revolución, me he preguntado si, de haber sido una joven en aquel entonces, hubiese logrado, o querido, sustraerme a aquella efervescencia. La música de Giancarlo Vulcano que acompaña las imágenes de Unfinished Spaces despierta esa nostalgia por un pasado que no viví y a mis ojos es como una leyenda, una epopeya fantástica, algo irreal.

Pero en medio de la añoranza una alarma suena en mi cabeza: ¿el líder de un país tiene potestad para llegar a un club privado, sin invitación, y decidir transformar el espacio en otra cosa? ¿Ser presidente equivale a ser dueño del país? En esos momentos recuerdo que Fidel Castro no era entonces el presidente de Cuba. Lo veo jugar golf con Ernesto Guevara y la imagen me resulta coherente con la reciente victoria de su hijo Tony Castro en un torneo de golf, y los terrenos que se construyen en el país para la práctica de dicho deporte. Pienso que si alguna vez el golf se estigmatizó como "deporte burgués", fue solo en mi imaginación.

A medio construir, a medio destruir

Pero Unfinished Spaces no es un documental encaminado a criticar a "la revolución" ni a su máximo líder. El filme pone su dramaturgia y su música en función de mostrar la historia de esta obra de arte arquitectónica y su paso de ser un proyecto colosal —la mejor escuela de arte del mundo— al abandono, el olvido, "la marginación oficial" (palabras del arquitecto Mario Coyula) y la estigmatización de sus creadores.

Unfinished Spaces nos deja escuchar las voces de quienes fueron víctimas de las decisiones injustas que dieron al traste con la escuela y con un proyecto importante en la vida de estos tres artistas, pero también aparece el punto de vista opuesto, que nos permite preguntarnos si la construcción de una escuela de aquellas dimensiones, sin límites de presupuesto, no habrá sido un error, dadas las circunstancias y recursos del país; aunque en la práctica los arquitectos hayan decidido utilizar los materiales más baratos a su alcance. Está también el testimonio de estudiantes de entonces, quienes fueron testigos de la militarización y la expulsión de alumnos homosexuales.

Quienes estudiaron allí posteriormente hablan de su paso por aquel lugar convertido en ruinas antes de terminar de construirse; llama la atención la naturalidad de uno de ellos cuando afirma: "creo que la mayoría de los estudiantes no se preguntó por qué la escuela no se había terminado, ya que hay muchas cosas en Cuba donde sucede lo mismo".

Acuden a la mente edificaciones a medio construir o a medio destruir, a las que no les llega nunca el momento de la reparación; las calles que se arreglan y están rotas nuevamente antes de un mes, las ruinas y el moho visto desde las guaguas. ¿Estaremos viviendo en un país inacabado, a medio construir (o a medio destruir)?

La Escuela Nacional de Arte no ha sido solo víctima de decisiones erradas internas, la escasez y el saqueo por parte de quienes no tienen donde vivir. El documental no escamotea el hecho de que pudo haberse reparado y concluido solo unos años atrás, pero las regulaciones del "bloqueo" norteamericano lo impidieron.

Una de las preguntas que habría querido hacer a Gottardi es por qué permaneció en Cuba, por qué fue el único de los tres arquitectos en quedarse. Ya no tendré que preguntarle. Su vida, y también la de esos otros dos artistas en el extranjero, ha seguido ligada a la Escuela Nacional de Arte.

El filme muestra el momento en que la vida los premia, después de 45 años, y es justamente Fidel Castro, la primera persona en tener la visión de aquella escuela, quien decide que la obra debe terminarse. Sorprende su confesión de haberse enamorado del proyecto cuando se lo mostraron, pero que por mucho tiempo se reservó su opinión ante la de especialistas que desestimaron la obra. Sus palabras sorprenden porque este es el hombre que no escuchó a especialistas que advirtieron de la imposibilidad de producir diez millones de toneladas de azúcar aún devastando el país, ni a quienes lo aconsejaron contra la siembra del café Caturra o el cierre de los pequeños negocios.

De todas formas, lo importante no es el pasado, sino que se reanuda la construcción de la obra. Las dos facultades de Porro estaban terminadas y solo requieren restauración. Las de Garatti y Gottardi deben terminarse. Gottardi, sin embargo, se percata de que su facultad no puede ya ser la misma que iba a ser 45 años atrás, las circunstancias no son las mismas, el país no es el mismo. Tampoco podrá ser ya lo que iba a ser hace más de 50 años, lo que prometieron a nuestros padres.

Entonces, llega el final, no de la construcción de la Escuela, sino del documental: debido a la crisis económica mundial y a los dos ciclones que azotaron la Isla, el Estado dejó de financiar cualquier proyecto arquitectónico no productivo, incluyendo la Escuela Nacional de Arte. Es difícil saber si llegaremos a verla culminada; también si este documental llegará a proyectarse en las salas cinematográficas del país. Pero al menos ya circula de memoria flash en memoria flash, y quedará en esa memoria más grande que es nuestra memoria colectiva.

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