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Cine

'Al cine cubano le falta más capacidad para mostrarse lúdico y reírse de sí mismo'

José Luis Aparicio Ferrera, autor de 'Sueños al pairo', habla de su mediometraje 'El Secadero'.

Madrid
José Luis Aparicio Ferrera.
José Luis Aparicio Ferrera. DDC

José Luis Aparicio Ferrera es un cineasta con herramientas para este siglo. Cuando pienso en él me vienen a la mente dos imágenes. La primera es una esponja marina que ha absorbido cinematografías de todos los mares, la segunda un vaso de barman —en este caso transparente— donde se mezclan los distintos ingredientes. En su cine, a Aparicio le gusta mostrar los ingredientes de su cóctel, su mediometraje El Secadero está profundamente marcado por ese rasgo. Hace unos días conversamos sobre ello.

¿Acabo de ver El Secadero y me gustaría saber cuánto te gusta el cine negro o film noir?

Mucho. Muchísimo. Siempre me llamó la atención, desde niño. Incluso cuando se parodiaba desde algún animado o alguna comedia ligera. Me gustaban los ropajes del género. La iconografía, las atmósferas, el misterio, incluso el tono (que puede resultar autoparódico). Es un estilo o movimiento con mucho grado de autoconciencia.

¿Y qué crees que ese grado de autoconciencia le imprime a tu cine?

A mí me gusta cuando las películas (o las obras de arte, en general) evidencian su hechura, sus procedimientos. Cuando te guiñan el ojo. Muchas veces el no asumirlo podría ser una ingenuidad, en los tiempos que corren. Tomarse las cosas de un modo muy literal, plano, solemne.

Ya se ha demostrado que no es preciso suspender la incredulidad del espectador para lograr el encantamiento. Al cine cubano le falta eso. Más juego, más autoconciencia, más capacidad para mostrarse imperfecto, lúdico, y reírse de sí mismo. Cada vez que lo hace salen sus mejores obras, en mi opinión. Encuentro esa actitud en Memorias del subdesarrollo, en Nicolasito [Guillén Landrián], en La obra del siglo...  

Te confieso que lo asimilé sobre la marcha, en el rodaje. Pero en mi caso ese grado de autoconciencia era la manera en que la propia película le podía hacer frente a la hostilidad que supone rodar en condiciones adversas. Me di cuenta que, aunque yo hubiese querido realizar la "Obra del Siglo", realmente solo iba a ser posible en su versión utópica, la que tenía en mi cabeza. Por eso me gusta entender la autoconciencia —en ese caso— como antídoto ante la realidad cubana. Es un tipo de jiujitsu artístico.

Pero creo que hay que estar abierto a incorporar la precariedad, las limitaciones, el error, tiene mucho de inteligencia. Le adhiere vida a la película. Sangre y libre albedrío. Hacer de las limitaciones (y hasta de las incapacidades) un súper poder.

Volviendo a El Secadero, siento que existe un alto grado de elaboración, como si la autoconciencia tuviese encima una capa de gel, acorde con el cabello engominado de Bogart y con la belleza del cine negro.  

¿Como que trata de ser más prolijo?  Digo, para entender lo del gel.  

Sí, exacto.

Sí, en El Secadero hay quizás un intento de que todo fluya de la mejor manera posible. De que todo empaste bien. Creo que todos aspiramos un poco a eso. Y luego vienen las circunstancias y uno debe asumirlas, irse relajando.

Lo que quiero decir es que, aunque sepamos que es una construcción, la construcción misma genera su propio tono. En el caso de El Secadero, siempre se pensó como un híbrido. Un corto que no negara totalmente la realidad o al menos las convenciones del realismo, pero que las forzara/ exaltara/ perturbara. Joel del Río, mi profe y el tuyo, quizás le llamaría corrimiento genérico. Una frase que me da mucha gracia.

El único momento donde se me rompió el hechizo fue cuando los policías entran al burdel del sueco y luego de pasar por el lobby-barbería se topan con los primeros clientes. Cuando aparecen los jugadores de póker y luego el alocado químico, siento que la verosimilitud de tu universo narrativo patina un poco, que la historia podría prescindir de ese momento.

Ese momento del químico en el casino es, probablemente, un too much. Se sale de todo y puede ser un salto, sobre todo de fe, para el espectador. Son los peligros de la autoconciencia. Pero hay que arriesgarse a ellos, pues cuando sale bien, podríamos estar sondeando una mina de oro. Quiero decir que hay rezagos del realismo que a veces nos persiguen y me resultan altamente sobrevalorados.

Aquí intentamos abandonar todo eso. Crear una Habana nuestra. Un 93 personal. Con elementos que reprodujeran la realidad y otros que la traicionaran. Una mezcla. La Habana de El Secadero nunca podría ser una Habana real. Menos aún la de 1993. Yo nací en 1994 y en Santa Clara. No hicimos tampoco una investigación demasiado fidedigna para cuestiones narrativas o de lenguaje, aunque sí en cuanto al arte, la música, el ambiente, etc.

En El Secadero, el montaje es para la narración un swing, como que la viste de gala, le da brillos. Con esa fragmentación del tiempo, ¿además de ganar belleza, de ser una fuerte arma de seducción a la hora de narrar, buscas algo más? ¿Hay algo más debajo de este barniz?

Supongo que hay un descreimiento de la linealidad de la vida, de los acontecimientos. Un gusto por el suspense. Un interés en la idea de jugar, que quizás se emparente con ese tener swing. Lo lúdico en sí me parece que tiene una fuerza, una potencia, una verdad. Igual las historias y sus estructuras se presentan de ciertas formas, como que te exigen cosas. Hay que dejarse llevar y confiar en la intuición. El noir, por otro lado, siempre ha hecho mucho uso de los juegos temporales, los flashbacks, todas esas cosas. Creo que es porque le interesa la naturaleza de la verdad, y la verdad es fragmentaria, confusa, inatrapable.

Al final lo que desprenden las películas, ese aroma, o sabor final, es lo único que podría pasar un detector de mentiras. Si existe una verdad está ahí, es como que cada película tiene su propio aliento.

Eso me interesa mucho. Generar un espacio nuevo, otro. Es lo que siempre busco en el cine como espectador. Un universo con sus propias leyes, que funcione como un sistema en sí mismo, aunque esté hecho con materia de otras películas, con recuerdos, con todo tipo de referentes propios o ajenos.

Creo que la manera en que tú abordas los 90 trae luces a zonas que fueron vedadas para cineastas de otra generación. Hay un racimo de temáticas inconclusas que recae sobre nuestras espaldas, un legado, creo que tenemos una misión, volver a contar el país.  

Esa idea del revisionismo también me interesa mucho. La memoria es otra de mis obsesiones. Y si se puede hacer en esa clave gonzo, liberada de compromisos, punk... pues mucho mejor. El pasado, sobre todo en Cuba, necesita relecturas y acercamientos sin los corsés de la historiografía oficial, el nacionalismo chovinista, la solemnidad patriotera y el realismo más empobrecido.

¿Y qué te gustaría revisitar con estilo punk, libre de compromisos...?

Me encantaría volver a las guerras de independencia, a los gansteriles años 30, a los 50 de Cabrera Infante, a la Cuba exilada de los 80 (la Playa Albina de Lorenzo García Vega o el Boarding Home de Guillermo Rosales)... y también a esa Cuba del futuro, que cuando la prefiguramos es una variante confusa del pasado, esa Cuba distópica que ya se deja ver en los filmes de Rafael Ramírez y Alejandro Alonso.

¿Parece que te obsesiona volver atrás cuándo decides contar una historia, te produce placer revivir el pasado?

Cabrera Infante dice, a través de un personaje de En el gran ecbó, que a veces piensa que le gusta vivir las cosas solo para poder recordarlas después. Soy una persona de mucha memoria. Lo recuerdo casi todo. Lo que puede ser un beneficio, pero también un lastre, una maldición. Me gusta mirar hacia atrás supongo que por lo mismo que a todos: para retener/ revivir sensaciones que no queremos que se pierdan, y también para entender. Entender quién soy y quiénes somos. El elusivo por qué de esas cosas.

¿Entonces tendremos que esperar al 2030 para ver que se te ocurre contar de la Habana en tiempos de cuarentena?

No exactamente. El corto que iba a filmar, pero tuve que posponer, por la propia pandemia, con guion de Carlos Melián, guarda una relación indirecta pero muy potente con esta situación de la cuarentena. Es una Cuba marginal y casi apocalíptica. Hay una rara enfermedad. La gente se zombifica (más de la cuenta). Los habitantes danzan con nasobucos.

¿Que imágenes, sonidos te evoca tu Santa Clara natal, me refiero a algo concreto, que me puedas contar, que los lectores puedan imaginar. Me gustaría que me describieras Santa Clara en una imagen.

Santa Clara es una ciudad muy pequeña. Tan pequeña que se puede recorrer todo el centro, quizás todo lo interesante a la vista, en cuestión de 15 o 20 minutos. Es de las cosas que más me gusta de ella, que todo queda cerca, apretado. Allí me siento protegido por esta capa compacta del espacio y por los recuerdos.

Me gusta regresar a Santa Clara y caminarla en horarios distintos, sobre todo al atardecer y de madrugada. Mucha calma, mucho silencio. Se convirtió en el lugar perfecto para fugarse mientras estudiaba en La Habana. El lugar que le devolvía un peso a la vida disoluta habanera. En Santa Clara siempre siento que la tierra está más cerca del cielo, más unida. La Habana se me hace demasiado vasta, expansiva, incluso hostil. Santa Clara es como el set de una película. Podría parecer una ciudad predecible, pero sigue revelándome secretos. Sin querer ponerme cursi, si te dijera una imagen sería esa. La ilusión de recorrer un laberinto fractal inmenso como si fuera la palma de mi mano.

Creo que nuestra conversación podría ser eterna... Volviendo a El Secadero, según un diálogo del oficial Fondón, "el asesino tiene todos los carnets", acentuando que el crimen se ha perpetuado por la propia justicia. Cuando escuché esto me fascinó aún más la historia, sobre todo porque sentí que habías dejado un resquicio por donde colar un cable conectado a tierra y esto sin dejar de jugar a la ficción. ¿Qué me podrías decir al respecto?

Sí, es un asesino que escapa impune por la impunidad que le da el status quo. Los carnets políticos como carta blanca o patente de corso. Fue una idea que nos gustó mucho escribiendo el guion, porque tiene una lectura más simbólica y universal. La corrupción política y el domo de protección que construye para sí misma es algo que ocurre en todas partes y lo refleja el cine mundial, aunque el que se hace en Cuba... como si con él no fuera… Es como si todos nuestros problemas reales tuvieran una raíz etérea, metafísica, innombrable. No soporto ese tipo de ingenuidad o cobardía. Es jugar, en pleno siglo XXI, al oscurantismo.

Sí, esto lo padece la sociedad cubana, pero ese virus se irá curando solo. Dale tiempo, recuerda que Cuba es una isla y en las islas los procesos sociales demoran un poco más, en las islas el tiempo es de isla. Pero ya nada será como antes, lo que pase en Cubatown ya no se quedará en Cubatown.

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