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Sociedad

Los Reyes Magos vuelven

54 años de castrismo y juguetes a precios de escándalo no intimidan a los niños cubanos. Las tradiciones vencen a la ideología.

La Habana

Belinda, de 10 años, ha rehecho varias veces la lista de los Reyes. Desde fines de noviembre ha incorporado nuevos juguetes a la estrujada hoja que descansa en el árbol de navidad, en la sala de la casa.

Sus padres manipulan sutilmente sus deseos, al ver que estos son prohibitivos para sus bolsillos. Este 6 de enero, Belinda, al igual que otros niños de su barrio, anhela un Nintendo Wii, un Mp4 y la última versión de los Sims.

Muchos de estos artilugios ni siquiera se venden en los establecimientos de moneda dura. Los que no tienen parientes en el exterior, tratan de conseguirlos de segunda mano o a través de Revolico, sitio online de ofertas y demandas muy popular. En Cuba los juguetes son un lujo... y caro. Pero la ilusión de los Reyes Magos propicia que numerosas familias intenten complacer los deseos de sus hijos.

Si recorremos la juguetería del Hotel Comodoro, en Tercera y 84, en el municipio habanero de Playa, los altos precios de las Barbie y de los artefactos electrónicos provocan mareos. Adquirir tres juguetes de moda bien puede superar los 120 cuc (3 mil pesos cubanos). Uno de "costo módico" ronda los 18 pesos convertibles, el salario mensual de un profesional.

A pesar de los precios por las nubes y la crisis económica que asola desde que en 1990 se decretó el "período especial", se ve a personas que recorren las tiendas y hacen colas en busca de los mejores juguetes.

En la juguetería ubicada en la concurrida calle Obispo, en el corazón de la Habana Vieja, o en el centro comercial de Carlos III, una muchedumbre revisa la mercadería e intenta comprar lo que más agrade a sus hijos o nietos. La tarea no es fácil. Encontrar juguetes buenos, bonitos y baratos es una misión casi imposible.

El Estado, único rey mago desde 1959

El Estado no ve con buenos ojos el Día de Reyes. Al contrario. Hace 12 años, en enero de 2001, la prensa oficial y el propio Fidel Castro condenaron en duros términos una Cabalgata de Reyes patrocinada por la embajada española que recorrió el Paseo del Prado tirando caramelos a alborotados chiquillos.

Desde sus inicios, la revolución verde olivo se propuso enterrar las tradiciones. El nuevo régimen las consideraba "rezagos pequeños burgueses".

Cuando el 6 de enero de 1959 Castro voló en una avioneta de combate y en las montañas de la Sierra Maestra lanzó juguetes a niños que jamás habían visto uno, envió un mensaje rotundo a toda la nación: ahora el Rey Mago es el Estado.

El régimen se apropió y administró a su albedrío las antiguas costumbres. Censuró esa fábula de un trío de encantadores hombres venidos desde muy lejos que una noche al año dejaban regalos a quienes se habían portado bien.

La magia de los tres Reyes Magos desapareció de Cuba. A partir de los años 60, el gobierno fue el encargado de vender juguetes. Se cambió el mes de enero por el de julio. Y los burócratas del Ministerio de Comercio Interior confeccionaron listas que se pegaban en las vidrieras de las tiendas autorizadas a ofertarlos.

En una semana, de acuerdo a un sorteo, los padres podían comprar tres juguetes, por la libreta de productos industriales. Uno por cada menor de hasta 12 años: uno "básico" (que solía ser el juguete más codiciado), otro "no básico" y un tercero "dirigido". Ya ni eso.

El regreso de Melchor, Gaspar y Baltasar

Jugar es tan importante para un niño como alimentarse, vestirse y aprender. Pero el Estado ha sido incapaz de producir, importar y vender juguetes didácticos y variados, que cubran las necesidades en las distintas etapas de la niñez y la adolescencia. Al alcance de todas las familias y no solo para una fecha.

La Navidad también fue sentenciada a muerte. Los pequeños negocios fueron cerrados. Y las religiones condenadas. Después que el Muro de Berlín se desmoronó, los cubanos comenzaron a rescatar sus tradiciones.

Con sus arcas vacías, poco ha podido hacer un Estado igualmente incapaz de satisfacer un estándar mínimo de vida a los ciudadanos. Sin alardes, los cubanos han vuelto a los templos. La santería es casi una industria. La masonería y el ñañiguismo una práctica habitual.

Las fiestas navideñas retoman su lugar. Y el Día de Reyes otro tanto. Ahora, infinidad de niños cubanos se acuestan temprano la noche del 5 de enero, a la espera de que Melchor, Gaspar y Baltasar depositen juguetes bajo sus camas.

Créanme, las costumbres han pulverizado los ukases estatales. Si algo ha quedado claro en estos 54 años de dinastía verde olivo, es que la fe, la ilusión y la fantasía no se pueden sepultar con discursos guerreristas ni nacionalismos inútiles. Las tradiciones han demostrado ser más fuertes que la ideología comunista.

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