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Opinión

Ruinas de la verdad

Las obras de Marx, Engels y Lenin se usaron como papel higiénico en los 90. Qué queda hoy del lenguaje marxista es una historia aún por hacer.

Princeton

No era raro, en los primeros años de la década de 1990, tirar a la basura las Obras completas de Marx, Engels y Lenin, o bien usarlas como papel higiénico o material para confeccionar cucuruchos. Como otras estampas clásicas del "período especial", el destino de esos volúmenes hasta entonces considerados como fuente de verdad absoluta reflejaba la peripecia de aquellos años en que el orden socialista comenzó a desmoronarse. Al reciclaje del papel impreso subyacía el sentido revolucionario de la necesidad, que trastocando la función de las cosas erosionaba el mundo estable de la década anterior, tal las ventanas y las puertas de las casas arrancadas para construir balsas, durante la crisis del verano de 1994. El gesto de desechar aquellos libros traducidos del alemán y del ruso era, en cambio, claramente simbólico, y en alguna medida prefiguraba un final de partida que ha demorado ya dos décadas.

Pero no se trataba sólo de un librarse de cadenas; por décadas los textos de marxismo-leninismo habían contribuido a constituir las subjetividades "revolucionarias" que cayeron definitivamente en crisis con el muro de Berlín. El marxismo no era algo simplemente impuesto desde fuera, sino, en gran medida, el terreno donde los nuevos sujetos políticos se habían formado. Más que una filosofía, había sido por años una concepción del mundo, como la Weltstanchaung que Klemperer analiza en su estudio sobre la lengua del Tercer Reich. Didácticamente explicados en las clases de Fundamentos y en los manuales de la Academia de Ciencias de la URSS (Konstantinov, Afanasiev…), materialismo dialéctico y materialismo histórico ofrecían una rápida respuesta a todos los problemas, una clave maestra para resolver los misterios de la historia y de la naturaleza, un método infalible con que desenmascarar científicamente las mistificaciones de la filosofía burguesa. Y ahí estaba, por último, el "comunismo científico", esa futurista visión del paraíso terrenal en que la leche y la miel manarían directamente de mecanizados grifos, para completar el trivium.

Todo eso que se presentaba como "ciencia", como verdad frente a la "falsa conciencia" de la ideología, era desde luego la ideología del nuevo régimen, en tanto velaba las relaciones sociales reales —la existencia de una nueva clase en el poder— a través de la fantasía de la sociedad libre e igualitaria. Pero, como toda ideología, se trataba de un discurso no sólo represivo sino también productivo: esa suerte de conocimiento total comportada por el marxismo-leninismo —versión kitsch del ideal ilustrado de dominio de la naturaleza— "empoderó" notablemente, sobre todo en los sesenta, a unas masas que súbitamente parecían haber saltado a la escena histórica. Tras la campaña de alfabetización y la declaración del carácter socialista de la Revolución, el marxismo-leninismo fue algo así como una segunda ilustración para un nuevo público lector más familiarizado con los folletos de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria y la Editora Política que con los sofisticados debates de La gaceta de Cuba, Unión o Pensamiento crítico.

Al respecto, vale la pena recordar una anécdota contada por Juan Goytisolo en su reportaje Cuba, pueblo en marcha (Librería española, París, 1963). Desde un bar contiguo, el escritor catalán asiste a un acto en la Delegación de Cultura de algún pueblo de la provincia de Oriente. Después de entonar La internacional, viene la "charla semanal de formación política y cívica" y, tras la misma, en la plaza se forman corrillos donde se continúa la discusión. Goytisolo reproduce las palabras de un hombre negro de extracción popular, de tal modo que resulta imposible no citar in extenso:

 

"Ora mucho se la dan de guapo y disen a lo cuatro viento Yo soy comunitta y anduve peliando en la Sierra, y Nosotro lo marsitta… Cuando oigo a uno hablá asín le digo: Mira chico; pa sé un buen comunitta uno ha de habé ettudiao bastante tioría y ha de conosé perfectamente lo libro de Carlo Mar y Lenin, y tú ¿qué sabe? ¿O e que uno se vuelve comunitta de la noche a la mañana? (…)

"Mi señora, por ejemplo, en su vía se ha interesao por la política. Cuando eligimo Paquito Rosale yo iba a to lo mitine y eya no paraba de desí quettaba loco y que se me había corrío una teja y mucha cosa ma que me cayo. —Sonrió—. Pue bien, pónme asunto que la cosa tié su ají. La otra noche va y me dise: Hilario, yo también soy marsitta leninitta. Así mimmo, con eta palabra… Y yo que me la miro le pregunto: ¿Tú? ¿dedde cuando? Dedde ahora. Vaya, digo, puej aclararme por qué? Porque Fidel e bueno con lo pobre y to somo parejo y ya no noj epplotan como ante… —Al reír, la boca de Hilario era una raja de melón blanco—. Mira, vieja, le dije. Tú ha vivío toa la vida innorándome a mí e innorándote a ti mimma… ¿Qué sabe tú de marsimmo-leninimmo y de tioría revolusionaria? Fidel ej una cosa y el marsimmo leninismo otra, como etto ej un vaso y etto de acá una boteya. Así que no me armej un arró con mango o vamos a tené tángana tú y yo… Primero estudia y luego hablaremo".

 

La forma en que Goytisolo transcribe este pintoresco discurso recuerda, desde luego, al tipo del negrito catedrático, más aun cuando el tema de la conversación, como en el clásico personaje del teatro bufo, es elevado: la necesidad de estudiar la teoría revolucionaria para ser marxista-leninista. Toda la escena, con su parte caricaturesca y su parte verdadera, refleja muy bien lo que constituyó el marxismo-leninismo para un sector que súbitamente llegó a él a través de su identificación con Fidel Castro. De un lado la irracional identificación con el líder propia del populismo (como tantos cubanos, la mujer, hasta entonces apolítica, se hace marxista porque es fidelista: "si Fidel es comunista / que me pongan en la lista"); del otro, la advertencia sobre la necesidad de estudiar la teoría, por parte de un militante de base del Partido Socialista Popular, alguien, por tanto, familiarizado con el ABC del socialismo soviético mucho antes del surgimiento del Movimiento 26 de Julio y de que, años después, Castro se adscribiera a esa ideología.

El marxismo, racionalismo donde los haya, es también un discurso de redención: como los últimos serán los primeros, los proletarios, esos que nada tienen, y precisamente porque nada tienen, están llamados a convertirse en los sujetos del progreso histórico. A propósito, recordemos también un pasaje del testimonio de Lázaro Benedí Rodríguez, antiguo habitante del barrio de Las Yaguas, recogido por Oscar Lewis en 1969: "Para mí no hay contradicción entre religión y revolución. En mi casa hay una estatua de Lenin y un altar de Yemayá. Nosotros tenemos a Lenin como un dios. ¿Por qué somos amigos de Lenin? Porque sin haberle conocido fue uno de los tantos que reflejó el derecho del hombre y trató de evitar la explotación. Cristo también trató de redimir la humanidad y ha sido el pionero del comunismo". (Oscar Lewis, Ruth M. Lewis, Susan M. Rigdon, Viviendo la revolución. Una historia oral de Cuba contemporánea. Cuatro hombres, Joaquín Moriz, México D.F., 1980) Benedí, que había estado asociado a los comunistas desde los cuarenta y en 1961 había sido el primer presidente del CDR de Las Yaguas, contaba al equipo de Lewis cómo después del triunfo de la Revolución había utilizado su ascendencia como santero para hacer su "trabajo político" en esa comunidad.

En los setenta, ya sabemos, la contradicción entre el "socialismo científico" y las religiones afrocubanas se acentuó, mientras que dos décadas después el péndulo giraba bruscamente hacia el lado contrario: el altar de Yemayá volvía al primer plano, mientras la estatuilla de Lenin se convertía en un trasto viejo. Ante la caída de los ídolos falsos, ahí estaban los dioses de la tierra, con sus misterios del tabaco y del ron, dispuestos como siempre a comerciar con los mortales. Y es únicamente en el discurso de los locos —como bien refleja Existen, el documental de Esteban Insausti— donde permanecen restos del burocrático lenguaje marxista. Rastrear los orígenes de esa lengua hoy muerta, indagar cómo fue reproducida, nacionalizada e internalizada, y qué queda de ella en la conciencia colectiva tras la caída del muro, es una de las tantas historias aun por hacer. 

 

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