Back to top
Artes Visuales

Para salvar a Portocarrero

Un volumen de gran formato y más de 500 páginas, impreso a todo color, cierra la trilogía que Ramón Vázquez y Axel Li han dedicado al pintor cubano.

Camagüey

En el páramo editorial cubano, repleto de libros toscos, llenos de erratas y, en el mejor de los casos, ininteresantes o simplemente inútiles, ha caído con su gravedad el álbum Portocarrero, de Ramón Vázquez y Axel Li: un volumen de gran formato y más de 500 páginas, ilustrado a todo color.

Junto a Sabor de Cuba, una introducción al pintor René Portocarrero centrada en la fase homónima de su obra, y Todo sobre Portocarrero, una antología de textos críticos de más de 300 páginas, este volumen integra una trilogía que ambos autores han dedicado al pintor. El libro destaca no solo por la condición heroica de su naturaleza física, que entre nosotros no abunda, y por la excepcional calidad de la reproducción de imágenes, sino por la dimensión de indagación y pensamiento que Ramón Vázquez y su colaborador ha desplegado al ofrecernos una visión integral de la vida y la obra del artista.

Parece que los cubanos nos negamos al esfuerzo sostenido, a la aventura enciclopédica: como si tuviéramos una incapacidad colectiva para cualquier faena que implique búsqueda demorada, reflexión detenida, interrupción prolongada de la voluntad de gozar lo fácil, lo inmediato, lo regalado. Vázquez es una prueba de que la tradiciones de tesonera aplicación y difícil sabiduría de un Fernando Ortiz —por no mencionar autores del siglo XIX, que algunos reputan demasiado lejano— siguen actuando entre nosotros.

Ramón Vázquez nos presenta una biografía inteligente, y con Axel Li una cronología documentada con fotos, de la vida del artista y de su entorno cultural, que de por sí constituyen un contribución de primer orden al estudio del artista. Vázquez se detiene en cada una de las etapas de su creación, desde la adolescencia hasta el final. Cada fase, y el mero hecho de definirlas ya es un logro, va precedida de un ensayo de explicación e interpretación, de mucha ponderación y puntería.

Vázquez no tiene nada que ver con el lenguaje falsamente científico o tecnológico que envenena, con su ridículo mimetismo de los centros legitimadores de Extranjia, casi siempre menos extraviados, la crítica de arte en Cuba. La prosa de Vázquez es la de un ensayista que tiene mucho que decir y lo dice con precisión y limpieza, con propiedad y elegancia. El resultado es una visión abarcadora de la enorme creación de Portocarrero, mucho más compleja y desde luego más rica que la que han implantado en nuestro imaginario las vulgaridades de la política y hasta las mismas debilidades y contradicciones inevitables del pintor.

Se trata de un Portocarrero muy otro, muy diverso, muy diferente de la óptica de carnaval y del nacionalismo socialista. El Porto metafísico, religioso, sexual, universal, se levanta del álbum para defenderse y para salvarnos.

La principal virtud del libro es, pues, habernos abocado a la visión integral de Portocarrero. Solo la tremenda labor investigativa de Vázquez nos permite ahora encontrar sus claves permanentes, el hilo que ensarta esa sucesión aparentemente incoherente de idas y venidas, de contrastes y de herejías. Todavía no es un catálogo razonado, el que abarque toda la obra conocida. Pero creo que ese catálogo no ha de contradecir estos resultados.

Portocarrero dista de ser el pintor cubano que prefiero, pero si algo agradezco a Vázquez, y estoy seguro que no estoy solo en esta apreciación, es el respeto que gracias a él he adquirido por la profundidad y la riqueza de este creador que parecía esclavizado a su propia facilidad y a unos tópicos de espanto.

Hay mucho que pensar y repensar en Portocarrero. Sus Floras, que prodigó hasta el hastío y la repulsa, vemos ahora que tenían también una versión masculina. Y esa dualidad: rostro femenino interrogativo de frente, o narcisista de perfil, invitan a una reflexión sobre el Eterno Femenino en este hombre gay. Autor dichosamente problemático, este Porto. Le tenemos por un pintor de corte, pero he ahí la serie de los Carnavales, título equivocado, del año 1971, que contra su costumbre, no exhibió hasta el 79.

Vázquez se extraña, yo no: solamente la complejidad del erotismo que la recorre le hubiesen costado caro al artista y al galerista si la hubieran mostrado en la época de la Proletkult triunfante. Suplico a Vázquez y a Li que cierren gloriosamente una tetralogía exegética con el catálogo de Carnavales, aunque sé que estoy pidiendo algo casi imposible por la dispersión a que el artista la condenó. Lo que el álbum muestra y comenta nos permite considerarla como la cumbre de Portocarrero. Aun cuando se pueda compilar poco de las 200 o más obras de esa serie, necesitamos verlas aunque sea en reproducción, y recibir el beneficio del criterio calificado de Vázquez.

¿Tendremos que rendirnos finalmente a la Proletkult y perder lo mejor de este artista sincero y poderoso? ¿No habrá otra exposición de Carnavales? ¿No tendremos otro álbum mayestático, dotado de ese contundente diseño de Laura Llópiz y Pepe Menéndez, que está por encima de la media de lo que es posible encontrar en sus similares del Primer Mundito?

Ojalá la Fundación Arte Cubano mantenga el temple y la probidad de Vázquez y Li, y siga buscando en donde no hay para la creación de maravillas como esta, para el orgullo ciudadano local, y para la inteligencia de los valores del arte en cualquier parte del mundo.

Archivado en
Más información

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.