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Raros de agosto

La negación del alma cubana: Alma Rubens

José Manuel Poveda creó un heterónimo femenino que escribía, no poemas, sino poemetos que están entre lo mejor de su obra. Otros raros: Juan Eduardo Cirlot, Mario Levrero, Mijaíl Kuráyev y Howard Phillip Lovecraft.

Granada

El último de los raros, llamó a José Manuel Poveda el crítico Alberto Rocasolano; aspirante a maldito, lo considera el poeta Reinaldo García Ramos. Provinciano, pobre y mulato, en la Cuba, o más bien el Oriente y el Santiago de principios del siglo XX, Poveda seguía los pasos del decadentismo francés, de Baudelaire, de Casal, de José María de Heredia; Versos precursores se tituló su único libro de poemas publicado en vida. Sin embargo, no pretendo hablar del Poveda más conocido o de esas célebres rarezas que componen su poemario tan aclamado. Quiero hablar de un Poveda más oculto, de la rareza quizás más rara del raro; es decir, de ese libro que no llegó a ser y de esa poetisa inventada. Me refiero a Alma Rubens y a sus llamados Poemetos.

Decía Poveda: "Somos dos, cuando no innumerables. Poseemos de dos almas en adelante". Y los poemetos de Alma Rubens son, acaso, la muestra de la existencia de esa segunda alma de Poveda: su Alma… Rubens.

Alma Rubens es un heterónimo femenino de Poveda. Es decir, el raro no solo crea un heterónimo, sino que además lo hace femenino. Es cierto que no fue su único seudónimo; Poveda firmó versos bajo otros nombres. Pero con Alma Rubens llegó más lejos. A ella la hace existir, ser. En 1912 Alma Rubens publica su primer poema en El Cubano Libre, "Agua oculta y escondida"; en 1915 aparece un retrato biográfico suyo firmado por Poveda bajo el título "La personalidad fabulosa y única de Alma Rubens" en el Heraldo de Cuba.

Definida por Poveda como franco-cubana, dice Hervé Le Corre que la creación de Alma Rubens nos hace ver a Poveda como un yo en fuga. Quizás podríamos añadir que Alma Rubens era una especie de materialización del deseo de otredad del poeta, ese deseo antes casaliano que se objetualizaba, o pretendía hacerlo, en París. Alma Rubens había conseguido lo que nunca lograron Casal ni Poveda: no solo viajar a París, sino incluso ser francesa siendo cubana.

"Alma Rubens, nacida en Oriente, educada en Matanzas, no es cubana: esa es su gloria de poetisa", escribía Poveda en 1915. Y la comparaba con otros dos franceses-no-cubanos: José María de Heredia y Augusto de Armas; de ellos afirmaba: "ninguno fue cubano, ninguno fue efusivo, pasional, comunicativo, sollozante al modo antillano" (sugerente idea, la del sollozo al modo antillano). Para Poveda, Alma Rubens constituía "la negación del alma cubana". Y lo decía con entusiasmo, como quien hace un elogio, o señala un mérito.

Bajo el nombre de Alma Rubens, Poveda  llegó a publicar veintitrés poemetos (así los denomina), a lo largo de más de diez años, entre 1912 y 1923; varios de ellos aparecieron en Orto, la valiosa revista manzanillera, aunque nunca se decidió a reunirlos en un cuaderno; tal vez pensó que no sería entendido (o entendida) o quizás simplemente sintió temor a ser descubierto como verdadero autor de aquellos versos femeninos. En su extensa correspondencia con Regino Botti había escrito: "Sobre todo los pobrecitos provincianos, de los que nadie admira nada, debemos cuidar de que nadie se ría de nosotros con razón".

Gracias a Alberto Rocasolano, uno de los pocos estudiosos de Alma Rubens además del francés Hervé Le Corre (Alma Rubens encontró finalmente un crítico de su nacionalidad), se publicaron en libro, casi cien años después, en 2004, los Poemetos. Los publicó la Editorial Oriente junto a otros poemas "amatorios" de Poveda.

En 2011 preparé para la editorial Verbum Otra Cuba secreta, una antología de poetas cubanas de los siglos XIX y XX. Tenía el propósito de incluir en el libro algunos poemetos de Alma Rubens. Pero Pío Serrano, director de la editorial, a quien comenté la idea, me disuadió, probablemente con buen criterio. Me arriesgaba, me dijo, a que se molestaran, o incluso ofendieran, las poetas reales, al ver junto a ellas a una autora que no lo era y que, para colmo, era un invento masculino.

Le di la razón. Pero me gustaba, me gusta, Alma Rubens, y me parecía, me parece, tan real como las demás poetas (real allí donde importa, en su poesía, quiero decir) y me la creía, me la creo, como poeta, al margen de que fuera o no real, o de que quien le diera cuerpo, o vida, hubiera ido un hombre (después de todo, lo dicen los que saben, el sujeto poético no es otra cosa que una producción textual). Así que encontré el modo de no dejarla fuera: la envié al prólogo del libro y dentro de él a las notas al pie (las notas al pie son, en definitiva, como dobles de las páginas; denotan la existencia de una realidad otra, diferente; una realidad, también, en última instancia, suprimible, no imprescindible o, si se quiere, menos real). Allá abajo, pensé (aunque no me atreví a escribirlo), Alma Rubens puede tener su existencia de poetisa otra, sin que nadie pueda molestarse; en aquel lugar medio escondido de la antología incluí dos poemetos: "La enemiga" y "Soledad".

No sé si Alma Rubens es verdaderamente la negación del alma cubana, como decía o quería Poveda. A veces sus poemas recuerdan alguno de Gertrudis Gómez de Avellaneda o a la Mercedes Matamoros de "El último amor de Safo", por su osadía y atrevimiento, por su erotismo. Si miramos hacia Hispanoamérica, pueden hallársele también afinidades con Delmira Agustini o con Juana de Ibarbourou. Solo que los amantes de Alma Rubens, como los de Safo, tienen nombres de hombre y de mujer.

Acaso, Alma Rubens era más bien la negación del alma cubana de Poveda, es decir, no la negación del alma cubana en abstracto (suponiendo que demos por posible esa entelequia), sino de su alma cubana. Femenina en lugar de viril, exclusivamente enfrascada en sí misma y en su existencia, Alma Rubens era un ser que jamás se interesaría por escribir un poema como "El trapo heroico", o como "El grito abuelo", alguien que ni siquiera estaría tentada de hacer un canto élego a Julián del Casal.

A diferencia de Poveda, Alma Rubens, que carecía de su servidumbre de ser real, podía prescindir de lo inmediato y concentrase, sin más, en su propia realidad. En los poemas de Alma Rubens no se cuela nada que remita a la cubanía o que nos evoque un sollozo antillano (tampoco, por cierto, aparecen las obsesiones esteticistas povedianas). Doble o máscara, en un país donde la máscara ha de negarse o de ajustarse muy bien hasta con‑fundirse con ella, Poveda nunca pudo decir: "Alma Rubens también soy yo".

Escribe Reinaldo García Ramos que son los poemetos de Alma Rubens, junto a otros de sus escritos en prosa, los verdaderos textos inmortales del poeta, mucho más que los cincelados y celebrados Versos precursores. Quizás no se equivoque. Lo cierto es que atemporal, ensimismada en su poderosa irrealidad, Alma Rubens sigue hoy viva, impresionándonos, inquietándonos, convenciéndonos de su existencia. Estos dos poemetos suyos, "El fantasma" y "El miedo", pueden decirlo mejor que yo:

 

El fantasma

Me eché los blancos velos sobre el cuerpo, y penetré resueltamente en la noche. Estaban muy oscuros los caminos; era tardía la hora; y en la caminata exasperada yo no llevaba otro impulso que mi locura.

De pronto tuve miedo. ¿Cómo te has arriesgado, sola, débil e inerme mujer, a través de los caminos poblados de amenazas en la noche sin amparo?

De pronto tuve miedo. Pero entonces oí que aullaba un perro, después fueron otros los que aullaron, temblorosos; después era toda la noche que temblaba, ante la blanca sombra en marcha, mi sombra.

Comprendí que mis pasos podían ser seguros. ¡Oh —me dije—, ¿qué puedo temer de la noche, si la noche entera me ha temido? ¿qué puedo temer de mi soledad, si ahora todo teme a su soledad? ¿qué puedo temer de lo desconocido, si para todo yo soy ahora lo desconocido?  

 

 

El miedo

El hombre obsceno se alzó de mi lecho, y comenzó a vestirse lentamente. Ya vestido, me dio un beso, e iba a salir cuando descubrió la camita en que dormía mi pequeña, la hija mía.

Se quedó mirando al principio con curiosidad, y luego, tierno y paternal, súbitamente, fue hacia la niña que dormía, y se inclinó para besarla.

Yo vacilé de pronto, indecisa, pero luego sentí un inexplicable impulso, y salté hacia el hombre obsceno, lo así por los hombros, y le grité, ansiosa y feroz: ¡Todavía! ¡Todavía!

Él me miró sorprendido: yo misma no supe explicar mi violencia ni mis palabras, pero sentía el alivio de haber conjurado un peligro, no obstante la certidumbre de que en nada pecaba realmente un hombre que quería besar a una niña.

 


Fuentes: José Manuel Poveda, Poemetos de Alma Rubens (compilación, ordenación y notas de Alberto Rocasolano, Oriente, Santiago de Cuba, 2004); Epistolario Boti-Poveda (compilación, prólogo y notas de Sergio Chaple, Arte y Literatura, La Habana, 2007); Alberto Rocasolano, El último de los raros: estudios acerca de José Manuel Poveda (Letras Cubanas, La Habana, 1982); Hervé Le Corre, Poesía hispanoamericana postmodernista (Gredos, Madrid, 2001); Reinaldo García Ramos, "Poveda, nuestro aspirante a maldito", Mariel (Miami, primavera, 1984).

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