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Opinión

Los millones de una cabeza con boina

Ernesto 'Che' Guevara no pudo calcular el dineral que llegaría a valer después de muerto.

Miami

Cuentan que el Che, en un esfuerzo inútil por evadir la pelona a última hora, intentaba convencer a sus ejecutores de que, para ellos, valdría más vivo que muerto. Fue otra de sus equivocaciones. Ni remotamente calculó el dineral que llegaría a valer después de muerto. Y no solo para el bando contrario. También para el propio.

Lo ha ratificado hace unos días su presencia (subliminal o no) en el Prado de La Habana, durante el suntuoso desfile de Chanel. Pero es algo que resulta conocido desde hace tiempo. Con punto más que cero de inversión para obtener ganancias millonarias, el negocio con la imagen del Che Guevara devino un nuevo Potosí de nuestros días. Poco importa que en la política concreta su utilidad no sea mayor que la de una maquinaria para embotellar crepúsculos.

Por esos extraños resortes de la psiquis humana, su rostro, muy parecido al de Cantinflas, pero con expresión de mala leche y brillo de odio en la mirada, amenaza hoy con emular en popularidad, o al menos en promoción pública, con el que presuntamente debió ser el rostro de Jesucristo. La diferencia estriba en que las hazañas espirituales y materiales que se le acreditan al Hijo del Hombre no podrían ser jamás superadas por su impronta física. En tanto, el Che ha pasado a ser, sobre todo, una cabeza con boina, un talante mucho mejor conocido que su historia, un emblema que atrae simpatías y veneraciones más por lo que simboliza que por lo que realmente fue o lo que hizo en vida: icono del merchandising de la llamada sociedad de consumo.

Pero ocurre que, igual que en tantos otros casos, los enemigos del capitalismo resultan los primeros beneficiarios de sus dividendos, por más que se escuden en la hipocresía y el cinismo que les son connaturales. Tiempo atrás, su viuda, Aleida March, calificó de repulsiva la subasta de un mechón de pelo del Che, llevada a cabo por un exagente de la CIA que parece haber participado en su captura y ejecución.

Repulsivo, espeluznante, insano es que alguien se dedique a vender restos humanos, sean de quienes fueran. Pero no menos ominosa y aberrante es la conducta de aquellos que participan en la subasta con interés por comprar tal mercancía. ¿Y quiénes serían esos compradores para el caso, sino los heroicos guevaristas de cátedra y salón y foro?

¿Y hasta qué punto esos practicantes de necrolatría del peor gusto se diferencian moralmente de otros cientos de miles de fanáticos que visten camisetas con la cara del Che o vuelan en masa hasta La Habana para retratarse al pie de su efigie en relieve que preside el edificio del Ministerio del Interior (nada menos), y de paso coleccionan como souvenir las monedas de tres pesos —símbolo del esperpento económico de Guevara y Fidel—, sin que les importe exhibirse como adoradores o propagandistas del odio y de la violencia criminal?

Gracias a esta crema y nata, engrosada por un insufrible batallón de gente frívola con el más diverso origen, están llenando sus arcas los mercaderes de la imagen del Che, situados por igual a la izquierda o la derecha de su ideología. Los diferencia únicamente el discurso santurrón y desaprensivo de la izquierda, y muy en particular el del régimen cubano, aun cuando a algunos de sus voceros se les escape de vez en cuando la verdadera intención, como fue el caso de Silvio Rodríguez, quien justo sobre la banalidad guevarista de Chanel en La Habana, dijo que le daba lo mismo quiénes fueran a posar siempre que pagasen bien.

Ché, revolución y comercio

En la exposición Che. Revolución y Comercio, presentada hace ya algunos años en el International Center of Photography de Nueva York, fue exhibido un centenar de enseres, prendas de vestir, obras de arte y propaganda de toda laya que, durante cuatro décadas, habían puesto en órbita comercial la cabeza con boina en más de 30 países. Hoy el número de esos objetos se ha multiplicado.

El rostro en cuestión es uno de los más reproducidos en la historia de la fotografía. Circula en camisetas, posters, gorras, ropas, muebles, tatuajes, bisutería, portavasos, carpetas, pegatinas, zapatillas, pins, toallas, perfumes franceses (y cubanos), bebidas alcohólicas, diversos artículos de lujo entre los que se incluye ropa interior femenina, piyamas, bikinis, tabaco, marcas de automóviles… En fin, hasta un cartel gigante con su cabeza coronada de espinas ha sido utilizado por cierta iglesia británica para atraer adeptos. Y aún se recuerda la controversial serigrafía Che Gay, donde sirvió de icono para amantes de una preferencia sexual que mucho despreciaba el guerrillero.   

Constan noticias precisas sobre los miles de millones de dólares que ha estado generando este negocio transnacional de la cabeza con boina. Por ejemplo, es bien conocido que una de las comercializadoras por internet más importantes del mundo, la estadounidense eBay, ha llegado a ofrecer al público una variedad de 3.040 diferentes t-shirt con esa imagen. Y no es la única, desde luego. El boom comercial de la marca "Che Guerrillero Heroico" es ya un hecho corriente. Lo que nadie conoce —y muy posiblemente no se llegue a conocer nunca— son las cifras que por este concepto obtiene hoy la industria turística cubana.

No hay un solo hotel, tienda, feria o centro comercial en áreas turísticas de la Isla donde no se comercialicen los más variados souvenir con esa imagen, a precio de oro, fuera del alcance económico de cualquier trabajador cubano. Y es fácil suponer que ni uno solo de los cientos de miles de visitantes guevaristas —sean de pacotilla o de aberrada militancia— se marchan hoy de la Isla sin comprar su correspondiente cabeza con boina, o sin haber pagado por visitar sus sitios de culto para turistas.

Es igualmente sabido que tanto el autor de la foto original, Alberto Korda, como su heredera, se han mostrado escrupulosos ante la manipulación comercial de esta obra. También se sabe que la familia del Che ha pedido cuentas en más de una ocasión a los mercaderes extranjeros de su imagen. Sin embargo, no ha trascendido hasta hoy que unos o los otros exteriorizaran inconformidad o presentaran demanda ante el uso y abuso del monopolio comercial del régimen.

Tal vez sea otro de los misterios que nos acompañan. O quizá no lo es tanto. Y se explica en el hecho de que aun cuando ya nadie en Cuba quiere ser como el Che, todavía hay algunos a los que no les viene nada mal vivir bajo su mítica sombra.

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