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Historia

El gansterismo comunista en la época republicana

Un fenómeno que tanto la dictadura de Fulgencio Batista como la de los Castro han ocultado.

La Habana

El nombre de Sandalio Junco le dice muy poco a los cubanos del presente. Comunista en los inicios de la década del 30, no tardó en desencantarse del Partido por su intento de pactar el control de los sindicatos con el dictador Machado, y que en un final los "ñangaras" conseguirían algo después del Hombre Fuerte de la Cuba del posmachadato, Fulgencio Batista, allá por 1938. Luego se hizo trotskista, y al final de sus días dirigente sindical auténtico. Toda una personalidad de su época en el mundo del trabajo cubano, a la que después de 1959 difícilmente se le haya dedicado una línea. Al menos para algo más que denigrarlo.

La razón de este premeditado olvido tiene que ver con su referida disidencia del comunismo oficial republicano, pero por sobre todo con las circunstancias de su muerte: Sandalio Junco fue asesinado a tiros por pistoleros comunistas en 1942, durante un acto público en memoria de Antonio Guiteras. Entonces era el alma del sindicalismo auténtico, y por ende una amenaza para el control monopólico que sobre la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) ejercían los comunistas encabezados por Lázaro Peña.

En la Historia que se enseña en las escuelas cubanas de hoy se hace en exceso referencia al pistolerismo político que caracterizó la vida de la nación durante el periodo democrático de los 40, al menos si se compara con la nula referencia a los incuestionables logros del mismo. Se habla también bastante de los atropellos que a manos de dicho pistolerismo sufrieron esas pobres y seráficas almas de Dios, los comunistas, el día en que el diabólico Gobierno auténtico decidió no continuar haciéndose de la vista gorda ante el control mafioso que sobre los sindicatos ejercía el PSP (Partido Socialista Popular, como por entonces decidió llamarse, a pesar de no ser ni socialista, ni popular), y pasó a apoyar a su propio sindicalismo.

Ocurrió este cambio en la actitud gubernamental en los últimos meses de 1946 y primera mitad de 1947, a casi tres años de la ascensión al poder de una coalición auténtico-republicana que históricamente había contado con la oposición comunista (ellos siempre prefirieron a Batista que a Grau), y a pesar de que por entonces no podía hablarse de macarthismo en los propios EEUU, la historiografía oficial sostiene que las razones para dicho viraje fueron no otras que el deseo del Gobierno auténtico de congraciarse con esa corriente política ultraconservadora americana.

Un macarthismo antes de McCarthy

Bajo esta denominación, macarthismo, se recoge en los actuales manuales de Historia dicho cambio en la política doméstica del autenticismo. Sin para nada detenerse a comprobar sus autores que Joseph McCarthy solo llegó al Senado de EEUU precisamente por esos mismos días iniciales de 1947, y no comenzó su cacería de brujas más que en febrero de 1950, con su famosa denuncia de una supuesta conspiración comunista en el Departamento de Estado.

En esencia, tras leer en sus manuales de Historia acerca de nuestro último periodo democrático de los 40, a los jóvenes cubanos solo puede quedarles la impresión de un Gobierno, el auténtico, integrado por ladrones y gansters carentes de cualquier límite, a los cuales se enfrentaban los comunistas y los ortodoxos, armados únicamente con su superioridad moral y su natural altruista. No obstante, la realidad es que estas no constituían sus únicas armas, al menos en el caso de los comunistas. (Es justo reconocer que el Partido Ortodoxo, si bien guiado por una de las más nefastas personalidades de nuestra historia, Eduardo Chibás, nunca echó mano a la violencia armada en tiempos de democracia).

La responsabilidad evidente que el comunismo cubano compartió en la promoción del pistolerismo político de los 40 se ha intentado ocultar en el discurso historiográfico oficial mediante el ocultamiento de datos, o hasta la cínica tergiversación de la verdad histórica. Por ejemplo, en el manual de Historia de Cuba de noveno grado en que estudió a mediados de los años 80 quien esto escribe, se hacía referencia a la muerte de dos obreros a consecuencia de la campaña que contra el control comunista de los sindicatos comenzó el Gobierno auténtico en 1946-47. Se los tomaba como mártires propios, asesinados por pistoleros al servicio del autenticismo, durante una supuesta ocupación violenta de las sedes de los sindicatos que hasta entonces dirigían los seráficos ñangaras, solo gracias a sus muy superiores virtudes.

La realidad de estas muertes fue muy otra, sin embargo. Como puede colegirse de lo escrito para su sección "En Cuba", de la revista Bohemia, por alguien tan poco sospechoso de intentar apoyar al bando gubernamental como Enrique de la Osa. No olvidemos que en las páginas de esta sección encontró fácil e incuestionada cabida cuanto disparate para desacreditar al gobierno auténtico se le ocurriera a aquel megalómano llamado Eduardo Chibás, o que De la Osa sería más tarde el director de Bohemia, durante las primeras décadas de la Revolución.

El 13 de abril de 1947, Enrique de la Osa escribió en Bohemia: "más de 100 delegados azucareros del PRC (el Partido Auténtico) iniciaron una marcha sobre el Sindicato para reclamar sus documentos. Enterarse de ello en la CTC y salir de allí en tres automóviles llenos de partidarios de Lázaro Peña fue un solo paso. Disputaron dentro del edificio y se produjo el incidente. Abundantes disparos partieron de ambos bandos. Balance: El obrero auténtico Félix B. Palú, muerto, y su compañero Roberto Ortiz, herido".

Lo ocurrido en verdad fue que en 1947, ya sin la protección de Fulgencio Batista y con Cuba gobernada por un partido al que los comunistas se habían opuesto siempre, correspondía la realización del V Congreso Obrero Nacional. Sin tantas libertades como durante el cuatrienio de Batista (1940-44) para ejercer libremente sus maneras gansteriles al interior de los colectivos laborales, los comunistas se encontraron con que un significativo sector obrero había elegido representantes no comunistas al Congreso. Centrales azucareros tan importantes como el Preston, el Delicias, el Chaparra o el Agramonte, les fueron arrebatados en esas elecciones, en que los auténticos eran ahora los beneficiados por el apoyo gubernamental. Amenazados de perder su absoluto monopolio sobre los sindicatos, o incluso de que Lázaro Peña permaneciera al frente de la CTC, los comunistas, que controlaban las comisiones de acreditación al Congreso, intentaron revocar muchas de las delegaciones auténticas o al menos entorpecer el proceso de su acreditación.

El clímax llegó cuando el sábado 5 de abril, cansados de esperar, un grupo de delegados electos no comunistas marcharon hacia el local del Sindicato de la Aguja, donde funcionaba la comisión de entrega de las credenciales, con el fin de obligar a destrabar el proceso. Fue allí donde se toparon con un nutrido grupo de pistoleros comunistas, encabezados por el Zar Rojo del Puerto de La Habana, Aracelio Iglesias, guapo de solar al que la historiografía oficial ha transformado de tal manera que muy bien podría conseguir la santificación incluso antes que el padre Félix Varela.

Por cierto, en el nuevo libro de Historia de Cuba de noveno grado, editado en 1991, se optó por no mencionar a los dos obreros auténticos muertos. La desaparición del campo socialista ponía en duda la hasta entonces generalizada creencia en el incontenible avance humano en la dirección de una sociedad comunista mundial, y por lo tanto también el que se pudiera de ahí en adelante, en un futuro no solo dominado por estudiosos comunistas, seguir sosteniendo mentiras tan evidentes. De este modo se hizo aparecer la decisión gubernamental de anular un V Congreso, que en realidad había sido tomado cruentamente por los pistoleros comunistas, de excesiva e injustificada. Solo debida, al parecer, a las turbias maquinaciones de un gobierno que de esa manera le pasó por encima a lo decidido pacíficamente por el movimiento obrero cubano.

Batista y Castro ocultan el gansterismo comunista

Aunque invisibilizado en la historiografía oficial, el pistolerismo comunista existió, y fue en muchos sentidos comparable al auténtico, con la distinción de que si este último imperó más que nada en los altos círculos políticos de La Habana, y en la Universidad de La Habana, el comunista se desarrolló por todo el país y tuvo a los colectivos laborales como su principal centro de interés.

Esta diferencia explica en parte por qué resultó menos visible en su momento, ya que su área de actuación se encontraba bastante menos en la picota pública de los grandes medios periodísticos del país. Sin descontar tampoco el hecho de que los medios que contribuyeron a fijar la interpretación del fenómeno del pistolerismo político estaban por sobre todo interesados en desacreditar al Gobierno auténtico a cualquier precio, y cayera quién cayera (como la democracia en definitiva, por ejemplo).

Pero no es esta sin embargo la única razón de su referida invisibilización intencionada posterior. Lo aparentemente paradójico del caso es que esa invisibilización no comenzó en 1959, sino desde 1952. Ya de nuevo en el poder, Batista justificó en buena medida su golpe de Estado en el pistolerismo auténtico, mas no habló nada del comunista que había prosperado bajo su gobierno legal, con su total complacencia, y que en no poca medida había contribuido a su victoria electoral de 1940. Por ahí anda la entrevista a uno de los generales del castrismo, publicada si mal no recuerdo en Granma allá por el 2008, en que el susodicho cuenta cómo en su juventud, ya simpatizante del Partido Comunista, organizó a una nutrida tropa de guajiros armados con la que en esa elección impuso a la fuerza la candidatura de Fulgencio Batista en la zona campesina al centro-oeste de la antigua provincia Las Villas; en territorios de los actuales municipios Santo Domingo y Cifuentes en lo fundamental.

Consecuentemente, el que Batista guardara conveniente silencio sobre la existencia de un pistolerismo comunista del que era también responsable, y que de darse a la luz pública habría desacreditado el discurso sobre el que justificaba el cuartelazo del 10 de marzo, resulta razonable. No lo es ya para nada, al menos desde una visión maniquea de la historia, el que muchos de los lugares comunes de la crítica al pistolerismo de los 40 fueran adoptados por la propaganda política posterior a 1959 directamente y casi sin reelaborar de la que siguió al 10 de marzo de 1952.

Y es que como a Batista, a Fidel Castro le importaba desacreditar por completo el periodo democrático de los años 40, ya que solo así podía comenzar a soñar con justificar su futuro gobierno autocrático. Pero además, para llevar lo soñado a la realidad necesitaba del apoyo de los jerarcas del comunismo, cambiacasacas y camajanes de altura nunca igualada en este país que habían conseguido desde muy temprano un privilegiado lugar en el nuevo Gobierno revolucionario. Así, por necesidad política castrista, se evitó desde muy temprano en tiempos de revolución sacarle sus trapitos sucios al comunismo nacional, y de paso se mantuvo sesgada la percepción del gansterismo político cubano de los 40.

Una revisión del fenómeno del pistolerismo político permitiría entender un poco mejor la suicida campaña que, para en esencia recuperar el prestigio comunista dentro de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA), emprendió algún tiempo después Jesús Menéndez por la provincia de Oriente. O por qué, tras perder su control gansteril sobre los sindicatos, el comunismo cubano retrocedió de la manera catastrófica en que lo hizo entre 1948 y 1951. Téngase en cuenta que pasó de obtener 142.972 votos en las elecciones presidenciales de 1948, a poco menos de 60.000 afiliaciones en la reorganización de partidos de noviembre de 1951.

Y es que como en Nido de ratas, la famosa película de Elia Kazán protagonizada por Marlon Brando, el comunismo cubano ejercía un control mafioso sobre el mundo del trabajo cubano, que en buena medida debía al apoyo de Fulgencio Batista (los tiros comunistas sonaron durante unos cuantos años en Cuba con la bendición de los mismos que en los cuarteles administraban abundantes raciones de palmacristi), y para cuyo mantenimiento el Partido no dudó nunca en echar mano de las armas y matar a quién hubiera que matar.

Quizás el mejor arquetipo del pistolero cubano que surgió para ejecutar estos lineamientos partidistas haya sido el ya mentado Aracelio Iglesias, a quien los pistoleros auténticos mataron en octubre de 1948 más que nada por su mala costumbre de vengar a sus muertos, en este caso las víctimas del Sindicato de la Aguja, y no por alguna específica política gubernamental de ejecuciones extrajudiciales.

Lo incuestionable es que la pugna entre auténticos y comunistas por los sindicatos cubanos en los días previos al V Congreso Obrero Nacional, aunque insertada en el contexto internacional previo al macarthismo y en los albores mismos de la Guerra Fría, tenía como causa única el pulso que ambas corrientes ideológicas cubanas mantenían desde mucho antes.

Si bien es cierto que el autenticismo atacó el monopolio comunista sobre los sindicatos, debe de tenerse en cuenta que ello ocurrió solo cuando, tras múltiples gestiones, no consiguió la alianza o al menos el apoyo comunista, un disciplinado grupo político que siempre les había ido en contra desde septiembre de 1933, y que contaba con muy buenos vínculos históricos con su archienemigo, Fulgencio Batista. (Durante la dictadura de Batista, los órganos represivos sabía muy bien dónde estaban "escondidos" Blas Roca o Carlos Rafael Rodríguez). No olvidemos que fue precisamente Batista quien terminó por barrer al autenticismo mediante su cuartelazo del 10 de marzo de 1952, y que en no escasa medida la política doméstica de Ramón Grau  San Martín iba dirigida contra quien consideraba una amenaza latente a la democracia en Cuba.

Una vez rotas las hostilidades, era muy poco probable que el autenticismo consiguiera contener a unos pistoleros que no le rendían cuentas directamente, y con cuyas armas contaba en todo caso para defenderse de cualquier conspiración dentro del ejército. Unos pistoleros a quienes su aval revolucionario en la lucha contra Machado y Batista, junto a las amplísimas libertades de que se disfrutaba en el periodo democrático de los 40, les permitía ejercer la llamada justicia revolucionaria (la venganza política) con bastante holgura, y que ahora buscaban vengar a más de uno de los suyos, muertos a manos del otro importante bando pistolero cubano de la época: el ñángara.

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