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Política

Baraguá: ¿resistir a qué y para qué?

'Optar por la intransigencia en el escenario nacional e internacional actual, adolece de realismo y de perspectivas.'

La Habana
Barack Obama y Raúl Castro en un juego de pelota. La Habana, 2016.
Barack Obama y Raúl Castro en un juego de pelota. La Habana, 2016. AFP

En el 142 aniversario de la Protesta de Baraguá, el diario Granma, del lunes 16 de marzo, publicó en su primera página el siguiente fragmento —sin fecha— de un discurso de Fidel Castro: "Nosotros tuvimos nuestros reveses, duros; los tuvimos en el Moncada. ¡Ah!, pero nunca nos dimos por vencidos. Los combatientes del Moncada nunca se dieron por vencidos, nunca aceptaron la derrota. Era el espíritu de la protesta de Baraguá. En la cárcel jamás se humilló ningún combatiente, jamás aceptó la derrota. Era el espíritu de Baraguá. Después del desembarco del Granma los reveses fueron grandes, pero muy grandes, podrían parecer insuperables; pero nadie se dio por vencido. Los que sobrevivieron decidieron continuar la lucha. ¡Era el espíritu de Baraguá!".

La intención de las palabras es evidente: infundir la resistencia en condiciones totalmente diferentes. En aquella oportunidad, segunda mitad del siglo XIX, a las crecientes contradicciones entre colonia y metrópoli un abusivo aumento de los impuestos a los hacendados cubanos, saturó el ambiente que dio lugar al inicio de la Guerra de los Diez Años para independizarse de España. Ese  objetivo resultaba imposible de alcanzar sin la participación de los esclavos, cuya agenda era la abolición de la esclavitud, lo que explica por qué amos y esclavos combatieron juntos durante diez años.

Ramón Roa, coronel e historiador de la guerra, quien atribuyó el fracaso a las indisciplinas, motines y sublevaciones en las filas insurrectas, escribió: "acogimos el lema de Independencia o Muerte; pero sin soñar siquiera que tendríamos que luchar con nosotros mismos: no digo con la inmensa mayoría de los cubanos, que era indiferente, estaba con España, o no atinaba a socorrernos, sino con nosotros mismos".

El general Máximo Gómez planteó: "se ha tratado de buscar una víctima a quien hacer responsable, más no se ha procurado estudiar los hechos, conocer el estado del ejército y los recursos de que podía disponer, el más o menos auxilio... recibido de la emigración y el cómo ha respondido en general el pueblo de Cuba a la llamada de sus libertadores". Y por esas razones el Generalísimo exigía dividir la responsabilidad en lugar de culpar a la minoría heroica.

Mientras el coronel Fernando Figueredo Socarrás, en ese mismo sentido, sentenció: "El que hace la guerra es el que está facultado para la paz".

La guerra terminó en tres escenarios: el Pacto del Zanjón, en Camagüey; la Protesta de Baraguá, en Oriente; y la menos conocida, Protesta de Hornos de Cal, en Las Villas.

En El Zanjón, el 10 de febrero de 1878, la mayoría de las fuerzas aceptó el plan del general español Arsenio Martínez Campos. En Mangos de Baraguá, el 15 de marzo de 1878, el general Antonio Maceo protestó contra la manera de terminar la guerra sin lograr sus objetivos En Hornos de Cal, el entonces comandante José Ramón Leocadio Bonachea, también rechazó el Pacto del Zanjón y se mantuvo combatiendo durante 14 meses más.

Si la guerra, como la definió el general y teórico militar prusiano Carl von Clausewitz, "es la continuación de la política por los medios violentos"; la política, según pensadores como Aristóteles, Maquiavelo, Winston Churchill y Bismarck, "es el arte de solución de conflictos". Estas definiciones permiten una valoración diferente de los hechos.

La Protesta de Baraguá, gracias a la cual en los 15 días transcurridos entre el reinicio de la contienda, el 23 de marzo, y el cese de dichas acciones, el 7 de abril, las tropas cubanas atacaron a las fuerzas españolas, no condujo a la victoria. El resultado fue un nuevo rencuentro entre Martínez Campos y Maceo y la salida de este último  rumbo a Jamaica, lo que confirmó la ausencia de condiciones para continuar la guerra.

La Paz del Zanjón no fue una capitulación, sino lo posible. Fue un acto de verdadera política en tan desventajosa situación: continuar la guerra significaba más muertes y destrucciones. A cambio de la paz se otorgó la libertad a los colonos asiáticos y esclavos que lucharon en las filas insurrectas, lo que resultó un golpe de muerte para la esclavitud; y se implantaron la Ley de Imprenta, la Ley de Reuniones y la Ley de Asociaciones, de las cuales emergió una sociedad civil autónoma: órganos de prensa, asociaciones económicas, culturales, fraternales, educacionales, de socorros mutuos, de instrucción y recreo, sindicatos y los primeros partidos políticos de Cuba, que participaron en el reinicio de la lucha por la independencia en 1895.

Con esa enseñanza, optar por la intransigencia en el escenario nacional e internacional actual, adolece de realismo y de perspectivas. La crisis de la Cuba de hoy no radica en la independencia ni en la abolición de la esclavitud, sino en la incapacidad de un modelo totalitario, ajeno a la naturaleza humana e inviable, que ha conducido al estancamiento sostenido. La salida está en otra parte, en la eliminación del monopolio estatal sobre la propiedad y de la economía centralizada, y en la restitución de las libertades para que los cubanos recuperen la condición de ciudadanos.

Ante la secuencia de fracasos cosechados en Cuba por el modelo político-económico vigente, el llamado a la resistencia implica continuar desaprovechando oportunidades de cambiar, como la que ofreció el presidente Barack Obama durante sus dos mandatos: la renuncia a la política anterior hacia Cuba, acompañada de seis paquetes de medidas que flexibilizaron el embargo y crearon un clima propicio para continuar avanzando más allá del restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

La rememoración del pasado no puede ser sino, para extraer las experiencias positivas. La eficacia demostrada en el uso del diferendo con EEUU para inmovilizar a la sociedad, solapar las ineficiencias y eludir cualquier compromiso con los derechos humanos, ha sido imposible de transferirla a la economía. El fracaso conduce, quiérase o no, al esquema clásico de los conflictos que toman el camino de la guerra, para después de las pérdidas humanas y materiales, desembocar en la negociación.

Entonces, ¿resistir a qué?, al sostenimiento del modelo vigente. ¿Para qué?, para finalmente, agotado el capítulo de ganadores y perdedores, ¿cambiar fuera de tiempo y en peores condiciones?

Baraguá, El Zanjón y Hornos de Cal contienen enseñanzas del valor de la política como arte de lo posible, las cuales no deben seguir manipulándose en nombre de una ideología. La opción es cambiar y cambiar ya.

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2 comentarios

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Profile picture for user Henrí Poincare

“adolece de realismo y de perspectivas” Creo que debería ser: “adolece de falta de realismo y de perspectivas” Por lo demás, de acuerdo.
https://www.fundeu.es/recom…

Buen articulo, señor Dimas. Esa pregunta me la he hecho, y la he planteado en este forum. Resistir qué, vencer a quién?
Los que mandan en cuba son unos perdedores natos. Lo jodido es que no se dan cuenta de que perdieron.