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Literatura

«Mi madre le daba café a Fidel Castro en vez de darle pasiflora»

Carlos Alberto Montaner habla para DDC sobre su nueva novela, el periodismo, la pornografía, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Madrid

Después de publicar miles de artículos en la prensa latinoamericana, libros tan controvertidos como Manual del perfecto idiota latinoamericano y El regreso del idiota (en colaboración con Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa), este hombre que es uno de los nombres más odiados por la izquierda latinoamericana y en especial por el castrismo, nos entrega su tercera novela: La mujer del coronel (Alfaguara, 2011).

La mujer de la que habla el título es una psicóloga cubana, Nuria, casada con el coronel Arturo Gómez. Nuria viaja a Roma a un congreso de su especialidad, conoce allí al profesor Martinelli, neurolingüista y erotómano, y descubre con él una sensualidad desconocida. Esa relación tendrá, dada la política sexual del ejército cubano, mayores consecuencias que cualquier otro adulterio.

¿Qué ha significado para ti el regreso a la narrativa?

Es una actividad que disfruto mucho. Cuando comencé a escribir, hace más de cuarenta años, mi propósito era dedicarme por entero a la ficción. Luego la vida me llevó en otras direcciones.

Pueden ser muy complicadas las relaciones entre narrativa y periodismo. ¿A ti la redacción de una novela te aleja del periodismo?

No, el periodismo es una actividad paralela que me resulta útil como narrador. Me mantiene al día y me recuerda que la prosa debe ser ágil e ir al grano. Las palabras y las oraciones son para comunicar ideas, sensaciones, historias. No para ocultarlas. A Hemingway el periodismo lo hizo un mejor novelista.

La mujer del coronel es una novela erótica. ¿Tú te consideras un lector de literatura erótica?

La literatura erótica siempre me ha interesado. Es muy difícil. Es un verdadero reto: el escritor se mueve en un terreno minado. De una parte queda la vulgaridad y de la otra, la cursilería.

Mi novela no es exactamente erótica, pero tiene fragmentos muy descriptivos que algunos lectores encuentran estimulantes. El amante de la protagonista, el profesor Martinelli, es un neurolingüista que estudia el efecto de las palabras eróticas sobre el cerebro y la conducta. A partir de esa circunstancia se teje parte de la trama. 

En Cuba la maquinaria oficial te acusado de todo: desde agente de la CIA hasta otros infundios innumerables. ¿Reaccionarán ahora llamándote, además, pornógrafo?

Sería una ironía. A mí no me gusta la pornografía. Pero son capaces de cualquier cosa, porque es una maquinaria dedicada tenazmente a la difamación.

Ellos saben que nada tengo que ver con la CIA, pero mienten sin recato. Sin embargo, no creo que se coloquen en la posición ridícula de acusarme de pornógrafo. Optarán por ignorar la obra, aunque me consta que algunos gerifaltes han pedido que les hagan llegar ejemplares. Sin embargo, las contradicciones de la dictadura en el tema de las relaciones sexuales son tremendas. La televisión cubana es de las más mojigatas del mundo, mientras tanto, posibilitan y alientan las relaciones sexuales entre los adolescente en las escuelas, toleran el turismo sexual masivo y los jefes tienen vidas íntimas escasamente ejemplares. 

El telón de fondo de tu novela es político: la guerra de Angola. Entonces fue muy frecuente el caso de tener que elegir entre la pareja infiel y el Partido. ¿Conociste de cerca alguno de estos casos?

Si hay un tema central en mi novela es la libertad. La libertad afectiva, que es una de las más importantes, y que también ha sido secuestrada por la dictadura.

El aspecto político de La mujer del coronel es que se trata de una exploración del machismo-leninismo, una variante lamentable de las sociedades patriarcales. Angola, en efecto, es uno de los escenarios, pero apenas tiene importancia. Sencillamente, es allí adonde le llevan al coronel de Tropas Especiales Arturo Gómez la información confidencial y las pruebas de que su mujer lo engaña.

Solían entregar estas pruebas en un sobre amarillo. En efecto, conocí algunos oficiales y funcionarios a los que les entregaron sobres amarillos. Conocí, incluso, a uno que, cuando lo supo, le introdujo una pistola en la vagina a la mujer infiel y la reventó a balazos. Después, lo retuvieron poco tiempo en la cárcel.

En un libro reciente —El otro paredón (Eriginal Books, 2011)— cuentas que conociste a Fidel Castro siendo un niño. Este es un dato desconocido que quiero que cuentes para nuestros lectores.

Fidel Castro era amigo de mi padre y pertenecía a la UIR, la Unión Insurreccional Revolucionaria, una organización de tira-tiros políticos en la que mi tío Pepe Jesús Ginjauma Montaner era uno de los jefes.

Por eso conozco muy bien la época gangsteril de Fidel. Me la contó Pepe Jesús con lujo de detalles. Mis recuerdos del Fidel de aquella época son muy vagos. Yo tenía 7 u 8 años cuando él visitaba mi casa de la calle Tejadillo. Creo recordar que alguna vez se quedó a dormir junto a Mirtha y su hijo recién nacido, Fidelito.

La imagen que guardo es la de un tipo que hablaba y fumaba mucho, al que mi madre le daba café constantemente, algo que hoy me parece un despropósito. A Fidel no había que darle café, sino pasiflorina. 

Cinco años más tarde, en 1955 0 56, volví a verlo en el Hotel Central, donde se quedaba en una habitación junto a la de mi padre, quien en esa época se había divorciado de mi madre. Creo que su hermano Raúl le servía de guardaespalda. Él acababa de salir de la cárcel y se preparaba para viajar a México.

El periodista canadiense radicado en Cuba Jean-Guy Allard se ha ensañado contigo difamándote desde que en 1990 creaste la Plataforma Democrática Cubana. ¿Cuál es actualmente la misión de la misma?

El pobre Allard es un obrero de la difamación. Su trabajo es ése. A él le dan un nombre y una ficha y le ordenan que ataque. Pero si no fuera él, sería otro. A veces utilizan a otro policía, un señor dotado del improbable nombre de Iroel.

Me dicen los que trabajaron con Allard que él no tiene ninguna pasión real, y que no es es una mala persona, pero está atrapado en Cuba y al servicio de una policía política que ni siquiera confía en él. Un periodista exiliado que lo conoce bien me cuenta que, cada cierto tiempo, el oficial que lo "atendía" venía a preguntarle por Allard.

Aparentemente se fue de Canadá, de Quebec, rumbo a Cuba por cuestiones de faldas, pero los canadienses no le perdonan que haga informes contra sus compatriotas. No les importa que sea un agente de propaganda al servicio de Cuba, pero sí que traicione a su país de origen.

Volvamos a la novela, ¿existe alguna relación entre ella y tus novelas anteriores, Perromundo y La trama?

Sí, hay temas recurrentes. Perromundo también es una novela sobre la libertad. En aquel caso sobre la libertad de elegir la muerte antes que claudicar.

La trama es otra cosa. Es más una novela de aventuras, pero coincide con La mujer del coronel en presentar una galería de personajes que considero interesantes.

En las tres novelas el personaje femenino es clave y tiene una honda complejidad psicológica.

Con este libro pisas un terreno particularmente peligroso —la sexualidad— dentro de la historia de la revolución cubana. Nos recuerdas las UMAP, esos campos de concentración para gays, religiosos e inadaptados, y la homofobia legendaria del Che Guevara que, sin embargo, sentía una fascinación enfermiza por Fidel Castro… ¿Te propusiste una denuncia del tema?

Nosé si una denuncia, pero al menos me propuse explorar la intolerancia, el talibanismo delos comunistas cubanos. La represión sexual en Cuba es un escándalo. El gobierno se esconde y miente afirmando que la persecución a los homosexuales fue un fenómeno breve de los años sesenta. Mentira: en los ochenta, cuando el Mariel, expulsaron de la Isla a miles de homosexuales tachándolos de escoria y humillándolos de mil maneras.

Toda la vida han vigilado el comportamiento de las mujeres de los dirigentes. Si hubieran podido les habrían colocado velos.  

Con Silvio Rodríguez tuviste un intercambio de cartas, ¿te sirvió de algo?

Creo que sí. Sirvió para que la clase dirigente, que siguió de cerca el debate, examinara otros puntos de vista. Sirvió para que comenzaran a adiestrarse en el arte de la tolerancia, aunque en este caso fuera muy leve.

Tal vez por lo anterior, todo el mundo esperaba tu reacción frente al concierto de Pablo Milanés en Miami. ¿Llegaste a ir?

No fui al concierto porque tenía otro compromiso, pero en un par de artículos apoyé el derecho de Pablo a cantar y el derecho del público a escucharlo, así como el de sus adversarios a protestar, siempre que lo hicieran dentro de la ley. Ese es el espíritu de la democracia republicana: un compromiso entre la cordialidad cívica y el rechazo, pero todos sometidos a la autoridad de la ley.

Antes del concierto, pasé por el hotel en el que se quedaba Milanés para saludarlo, y le dediqué un ejemplar de La mujer del coronel. Fue un encuentro breve, en el lobby, a la vista de todos, porque ninguno de los dos tenía nada que esconder. El símbolo estaba claro: dos cubanos que tienen opiniones muy diferentes pueden hablar civilizadamente.

No nos hagas esperar tanto por nuevas novelas.

Por supuesto que no, escribo otra novela. Lentamente, pero la escribo.  Espero terminarla en unos meses.

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