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Política

Costa Rica no es tierra para mesías (por ahora)

El Gobierno de Carlos Alvarado tendrá que afrontar grandes retos en una relación de fuerzas desfavorable.

Madrid

"Yo creo en Dios profundamente y creo que muchas cosas suceden porque son su voluntad. Pero también creo en que las cosas suceden porque nosotros trazamos el camino", lanzó en una entrevista Fabricio Alvarado, el candidato a la presidencia de Costa Rica, por el Partido Restauración Nacional (PRN).

El mismo candidato que, apelando a la defensa de los "valores cristianos" en oposición al matrimonio igualitario, logró pasar a la segunda vuelta, siendo el pretendiente más votado en febrero.

Pero algo le falló a Fabricio Alvarado. O bien no trazó el camino adecuado o bien Dios prefirió brillar por su ausencia. Lo cierto es que recibió un contundente varapalo en los comicios celebrados este domingo, en los que se impuso el oficialista Carlos Alvarado —no hay parentesco entre ambos— del Partido Acción Ciudadana (PAC) con el 60% de los votos.

La enorme diferencia entre los contendientes causó cierta sorpresa, pues se esperaba un desenlace mucho más apretado.

Sin embargo, tal como señala el politólogo Jorge Vargas Cullell, director del Programa Estado de la Nación (un proyecto académico que analiza la realidad costarricense desde mediados de los 90) y contactado por DIARIO DE CUBA, la última encuesta del CIEP-UCR fue realizada prácticamente dos semanas antes de las elecciones.

"Reflejaba razonablemente bien la situación de ese entonces, pero obviamente no sirve (ni debe usarse) para tratar de predecir lo que sucedió dos semanas después. Mi impresión, que debe ser corroborada, es que hubo importantes desplazamientos en la intención de voto durante la última semana que ninguna encuesta podía prever."

En este sentido también abunda en declaraciones a este diario Carlos Denton, presidente de la Junta Directiva de la consultoría y encuestadora CID/Gallup. No solo coincide en que no hubo encuestas (o divulgación de las mismas) en las dos semanas previas a la votación, sino también destaca que "los encuestadores tienen muchos problemas en todos los países en calcular la "intención de voto" (quienes realmente ejercerán el sufragio) y ninguna encuesta estimó la presencia en las urnas por encima del 55% –la cual llegó al 68%, una cifra elevada para el país–".

Fuerte polarización

Dos elementos podrían explicar este aumento de la participación. En primer lugar, la fuerte polarización de la campaña respecto a los modelos de sociedad en pugna. Por un lado, el discurso confesional centrado en "la defensa de la vida y la familia" –Fabricio Alvarado llegó a hacer mención de la posibilidad de "restaurar a las personas homosexuales"– o en la mano dura contra la delincuencia.

Por el otro, la insistencia en la defensa del matrimonio igualitario o en la necesidad de luchar contra las desigualdades socio-económicas para frenar el engranaje de la violencia.

A la vez, el auge del partido religioso habría despertado no pocos recelos en la ciudadanía. Según Denton, "el PAC realizó una campaña brillante que proyectó una victoria de la oposición como un peligro para la democracia costarricense y fue tal el miedo finalmente que hubo más presencia en las urnas en esta segunda vuelta".

En efecto, Carlos Alvarado supo evidenciar las implicaciones (en palabras de este) de "un Gobierno fundamentalista" tanto en el plano político –donde ciertas libertades y derechos civiles podrían peligrar– como en el económico –riesgos de merma en el turismo y en las inversiones extranjeras–.

Arenas movedizas

Ahora bien, el triunfo del PAC no significa un cheque en blanco para el mandato presidencial. El partido solo cuenta con diez curules (de un total de 57) en el Congreso, mientras que el PRN, por ejemplo, posee 14. El oficialismo se verá obligado pues a transitar por arenas movedizas para sacar adelante sus leyes.

Así, asegura Carlos Denton, "el número de diputados que pudieran colaborar en los proyectos indispensables es difícil calcular".

El funcionamiento del Legislativo costarricense no se ciñe a una aritmética pura. Como bien precisa Vargas Cullell, "ningún partido es homogéneo", ya que hay "diversidad de posiciones dentro de sus bancadas".

Algo que supone un enfoque distinto y mucha "pericia del nuevo Ejecutivo: ¿cuántos diputados, de distintos partidos, puede atraer en relación con un tema particular? Esto cuenta más que sumar y restar bancadas".

Un juego de equilibrios en el que el Gobierno tendrá que mostrarse sumamente hábil para enfrentar los retos pendientes: una tasa de desempleo que afecta al 9% de la población, un déficit fiscal en continuo ascenso y la deuda pública rozando el 50% del PIB, además de unos índices de criminalidad inquietantes –el año pasado se registró la tasa de homicidios más alta de la historia reciente del país–.

Carlos Alvarado prometió que haría de la desigualdad uno de los ejes de su mandato. Sería sin dudas lo adecuado para combatir la pobreza (20% de la población) y, en parte, la inseguridad. Tendrá para ello que avanzar en la implementación de programas sociales, pero estos solo serán sostenibles si se basan en políticas económicas que aseguren ingresos sustanciales en las arcas del Estado.

Una ecuación de cuyo resultado depende que pierda en intensidad la tentación de meter a Dios en la política. 

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