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'Elecciones' 2018

A la caza del delegado de dos barrios pobres

'No para, anda siempre caminando la zona, dándole ánimo a la gente. Es la única cosa que puede dar', dicen sus vecinos.

La Habana

La circunscripción 71 del Consejo Popular 1 Santa Fe acoge en su territorio dos de los barrios más pobres de La Habana: el Bajo de Santa Ana y la Luz Brillante.

El Bajo es un asentamiento costero repleto de casuchas, proclive a las penetraciones del mar. La Luz Brillante, un despliegue sin orden ni control de habitáculos levantados con cartón, madera y zinc, erigidos sobre viejos humedales rellenados por orientales que llegaron a la capital en busca de un futuro.

En la Luz Brillante converso con Ernesta, de 65 años, jubilada de la Industria Ligera. Barre el patio aún con restos de lodo de la última lluvia. Cuenta cómo el agua penetra hasta 20 centímetros en las dos habitaciones que componen la vivienda.

"Incluso cuando no hay ciclón, cualquier aguacerito es un caos. Tengo a mi esposo en cama por una isquemia cerebral de un disgusto que cogió con las lluvias de mayo. También al vecino de enfrente el agua le jodió el televisor y le pudrió el colchón. Sufrió un colapso similar y está convaleciente".

Otro residente de la Luz Brillante es Carlos, desempleado de 35 años. "Antes venía la brigada de demolición de la Dirección de la Vivienda con buldócer y nos echaba las casas abajo, pero cuando se marchaban las hacíamos otra vez. Se cansaron y nos dejaron por incorregibles, en cambio a muchos nos niegan la Libreta de Abastecimiento (racionamiento) y el registro de dirección. Solo tras mucho esfuerzo conseguí electrificarme".

En el Bajo de Santa Ana fotografío los peores bajareques. El zinc y el guano parecen bullir bajo el candente sol y de pronto me asedian dos mujeres. Me piden explicaciones por las fotos. Muestro la identificación de periodista y entonces se ponen a mi orden para mostrarme "los sitios con mayores problemas de la zona: la casa de Elpidio, la de Verónica, la de los Aldanas y la de 'Los Muchos', que son como 20 en un rancho que da grima".

Les pregunto su opinión sobre el delegado: ¿Los visita? ¿Los atiende?

Responden que el delegado es Chacho, pero desconocen su nombre completo. "Jamás nos hemos preocupado por eso; es Chacho, a secas. ¿Que si nos atiende? Sí, siempre está dándole vueltas a la gente. Pero el pobre no puede hacer mucho.

¿Cómo vive él?, les pregunto.

"En una casita mala, de las peores".

Me llevan hasta su vivienda, parece deshabitada, en ruinas. Camino el barrio a ver si lo encuentro para entrevistarlo, pero resulta imposible. Un vecino dice que está en el agromercado, monitoreando "la feria del domingo". Cuando llego, acaba de irse.

"En la fábrica de pintura, que está en reparación", señala un anciano vestido con un viejo uniforme militar y lo describe: bajito, mulato, cara redonda… "porque puede que te pase por al lado como una flecha. Chacho no para. Siempre anda caminando el barrio, dándole ánimo a la gente. Es la única cosa que puede dar".

En la fábrica de pintura, un custodio me informa que Chacho se fue a una recogida de escombros en la calle 310. Voy hasta allá y encuentro a varios trabajadores de Servicios Comunales con un camión lleno, pero queda mucha basura. El jefe de la brigada dice que hacía falta otro camión y el delegado fue a llamar por teléfono "a casa de Wilson, el babalawo".

Wilson, sin camisa y con un gorro blanco, despluma un gallo mientras reza una oración a Changó. "No sé cómo no te lo topaste por el camino", hace una cruz sobre la tierra con el gallo y lo deja en el piso. "Hace un minuto colgó y se fue".

Vago por los vericuetos del barrio buscando a un mulato bajito con cara redonda. El cielo se pone negro y empieza a llover y a soplar el viento. El amontonamiento de casas de la Luz Brillante serían hojarasca si pasara una tormenta fuerte y me apuro. Un grupo que viene de la playa dice que Chacho estuvo allí por la mañana, pero acaban de verlo con unos hombres en la calle 320, tumbando un árbol.

Cuando a llego a 320 la mata está en el suelo. Varios hombres descansan en la vereda mojándose con la lluvia.

"Sí, estuvo hasta ahora mismo", me dice uno. "Nos ayudó a cortar el ocuje y se fue a la cantera".

De pronto me parece que la circunscripción 71 es un espectro, con un delegado imaginario que vive en una casa que es la representación del barrio. Regreso para tomarle una foto a la vivienda como prueba de que existe, de que allí reside un delegado del Poder Popular.

Por el camino se acerca una mujer con una sombrilla y una niña en brazos. Para confirmar una vez más el dato, le pregunto quién vive en esa casucha.

"El delegado", me contesta.

"¿Considera usted que es un buen delegado?"

"¿Que si es bueno? ¡El mejor! Lleva dos mandatos reeligiéndose y en las próximas elecciones votaremos por él otra vez. Está ya 'tallereado'".

Tras esta afirmación, doy por terminada mi faena. Me alejo del barrio marginal empapado y, mientras esquivo los charcos, miro hacia atrás y veo a la gente en los portales, rezando por que no llueva más fuerte. Cada hombre apurado bajo la lluvia con el que cruzo en mi camino podría ser el delgado, pero a estas alturas mis preguntas ya fueron contestadas.

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