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Política

Juegos de guerra: ¿Por qué se empecinan nuestros gobernantes en seguir perdiendo el tiempo?

Al fin terminaron las maniobras militares Bastión 2016. Una semana de exhibición de musculatura bélica inútil, de halterofilia llevada a la paranoia política. Quizás ningún Gobierno del mundo televise el desarrollo de sus ejercicios militares. Aquí los cubanos hemos soportado día a día la respuesta del régimen a la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos.

La Habana

Al fin terminaron las maniobras militares Bastión 2016. Una semana de exhibición de musculatura bélica inútil, de halterofilia llevada a la paranoia política. Quizás ningún Gobierno del mundo televise el desarrollo de sus ejercicios militares. Aquí los cubanos hemos soportado día a día la respuesta del régimen a la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos.

En realidad Cuba no esta amenazada por invasores extranjeros ni nacionales. Las maniobras han sido un gasto de recursos dirigido a levantar la alicaída moral de las tropas y de los propios dirigentes del Gobierno y el Partido Comunista. Aun no se recuperan de lo que significó la visita de Obama a la Isla.

Desde esa fecha, el discurso oficial va de la necesidad de aumentar la producción a la defensa del socialismo frente a las "nuevas tácticas subversivas empleadas por el imperio". En las filas castristas hay desespero y frustración. Los amigos ya no están, y el país no solo es una isla, sino que está aislado, rodeado de capitalistas ambiciosos venidos hasta de China y Vietnam.

El problema de Cuba no tiene solución militar, porque es económico. Los inversores que no se sienten estimulados a correr riesgos con la supuesta nueva política económica de Raúl Castro, no son enemigos del pueblo cubano. Son los amigos que el arcaico sistema de la empresa estatal socialista mantiene alejados; los mismos que cuando ven que un Gobierno arruinado gasta lo que no tiene en la realización de una gigantesca maniobra militar, más desalentados se sienten a poner su capital en la ruleta del derroche, la corrupción y la irresponsabilidad del imperecedero socialismo cubano.

Hacia adentro, el efecto de las maniobras fue variado: alarde, soberbia, gastos, producción de discursos chovinistas… Hacia fuera: percepción de locura, ruptura con la realidad, encasillamiento, miedo a aceptar cualquier cambio.

Los resultados no tardarán en verse; fuga de posibles inversores, disminución de la productividad, más empobrecimiento, más jóvenes emigrantes, más frustración y desidia. El sálvese quien pueda imponiéndose como norma moral de la sociedad que los comunistas cubanos andan construyendo.

En política, como en economía, un discurso, una mala inversión, un gesto inamistoso o una maniobra militar pueden traer consecuencias no calculadas. Y los gobernantes cubanos están demasiado acostumbrados a la bravuconería, los discursos altisonantes, las posturas de gran potencia en taparrabos y a la utilización del pueblo como rehén para inspirar misericordia.

Podría decirse que a lo largo de casi 60 años el cubano no ha sido un Gobierno de políticos. Ni siquiera de tecnócratas. Sino de iluminados, una pandilla de fanáticos guiados por voces que les susurran que son infalibles, que deforesten el país y lo siembren de caña de azúcar, que carguen contra los cruceros de turistas, que construyan un aeropuerto en la minúscula isla de Granada o que creen una nueva raza de ganado autóctona y multifacética, que fomenten guerrillas en Latinoamérica, que envíen tropas a África, o que realicen juegos deportivos panamericanos para a continuación declarar un "periodo especial para tiempo de paz".

Es muy probable que esas voces que despiertan la inspiración mística en los gobernantes cubanos provengan de los espíritus de Marx, Lenin, Stalin, Hitler y Mussolini.

De otra forma no puede entenderse que nuestros gobernantes no se hayan percatado de que el método ensayo-error se basa en desechar lo que causa el resultado indeseado. Y en el caso de Cuba, las guerras no han sido la razón de la pobreza endémica, por lo que prepararse para una que nunca va a ocurrir es una pérdida de tiempo y de recursos.

En lugar de entretenerse con un montón de hierros viejos, nuestros gobernantes deberían probar con la abolición de la economía estatal centralizada. Quizás eso traería resultados económicos semejantes a los de China, Vietnam, las ex repúblicas soviéticas y los ex países socialistas europeos, que aunque también realizan maniobras militares, no las pasan por televisión.

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