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Opinión

Eutanasia pasiva

Dadas la inflexibilidad de La Habana, y el 'dejar hacer' de la otra orilla, los próximos años serán muy duros para los cubanos.

Miami

El VII Congreso del PCC acaba de dar un frenazo en seco a todas las impostergables reformas que les hubieran garantizado a los comunistas un futuro en la Cuba democrática e inclusiva que por necesidad histórica deberá suceder. Las huellas dejadas en el pavimento nacional e internacional son muy visibles: "conceptualizar" un modelo económico que con más de medio siglo de práctica no se sabe qué cosa es; hacer proyecciones de desarrollo hasta el 2030, o sea, cuando la mayoría de los que leemos estas líneas o no estemos sobre sobre la tierra, o ya no podamos ni leer; y hacer cambios a la Constitución en los próximos años, tan cercanos como el próximo Congreso, si eso es posible. El freno y la marcha atrás internacional han tenido que ver con el efecto Obama; no se puede ser afroamericano, padre, esposo y yerno ejemplar, presidente de Estados Unidos dos veces y hablar tan bonito de paz y amistad en medio de La Habana.

La aplicación de la palanca de emergencia por parte del liderazgo histórico es comprensible. Buscan salvar el pellejo. O mirándolo desde una duda razonable: se responsabilizan hasta el final con el desastre. Pero no es una movida dadivosa, ni siquiera compasiva. Las llantas que les dejan a quienes deban conducir los destinos de la Isla en solo dos o tres años están a punto de reventar. A la escasez crónica de cosas materiales, como escribió un articulista en estas páginas, se le suma ahora la incapacidad de vender ilusiones. Y añadiría que ni seguridades presentes, esto último, muy grave.

Al no flexibilizarse el régimen lo suficiente para capear el temporal, habrá de suceder la parábola del viejo sauce y el roble; la tempestad arranca de cuajo al roble mientras el sauce se mueve al ritmo de los vientos y permanece. Es precisamente esa borrasca que ya se ve en el horizonte, la que muchos temen con razón; están dadas todas las condiciones para que se desate la tormenta perfecta.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, el deshielo norteamericano ha hecho visible como nunca el peligro de un final catastrófico dentro de Cuba. Al salirse del atrapamiento víctima-victimario, y dejar al contrario sin argumentos plausibles, la actual administración desbrozó el camino para derogar la Ley de Ajuste, el embargo y toda medida punitiva, "condenando" a los cubanos a la desobediencia y la insurrección interna. Quien ocupe la Casa Blanca, demócrata o republicano, tendrá que seguir los pasos ambiguos, y por eso mismo letales, que ha andado ya el presidente Obama.

"Esto es un problema de los cubanos", parecen decir los vecinos del Norte, y aunque parezca mendaz, egoísta, es una verdad en toda regla. Pertenece solo a los cubanos arreglar sus asuntos. Quienes hemos vivido por acá sabemos muy bien cómo desde niños los norteamericanos son criados en la autosuficiencia —en el sentido real del termino— y la responsabilidad individual; cada cual a lo suyo para que prevalezca el respeto y la madurez social. Como latinos, a veces nos puede chocar cierta falta de solidaridad, de protección a lo ajeno. El norteamericano medio, es bueno que se sepa de una vez, no hace nada por los otros que no sea capaz de hacer por él mismo. Deberíamos volver a leer a José Martí en sus Escenas norteamericanas para comprender cuán alejados estamos de la idiosincrasia anglo.

Dadas la inflexibilidades de un lado, y el "dejar hacer" de la otra orilla, los próximos años pueden ser muy duros para los cubanos. En la Isla la crisis económica y social irá in crescendo pues no hay soluciones ni a corto ni a mediano plazos. Los amigos del socialismo del siglo XXI sufren toda suerte de percances. Y del lado de acá, el gobierno norteamericano acaba de decretar el caso cubano listo para para hospicio, como le dicen por aquí a la situación en que colocan al incurable cuando ya la vida está a punto de terminar.

La metáfora de la eutanasia puede ser muy conveniente en este asunto. Llamamos eutanasia a ponerle fin a la vida para evitar sufrimientos excesivos, innecesarios. La eutanasia activa consiste en aplicar medicamentos o venenos que terminarían con la vida sufriente de manera abrupta. Como sabemos, es un proceder muy discutido desde el punto de vista legal, ético y religioso. Ese parece fue el camino que varias administraciones norteamericanas ensayaron durante más de medio siglo, y el moribundo, testarudo como Rasputín, de los venenos surgía con más fuerza.

La eutanasia pasiva consiste en retirar los soportes artificiales, activos, al enfermo irrecuperable. Solo darle lo esencial para que no sufra en exceso, como calmantes, agua, alguna comida frugal si la desea. De alguna manera, es un procedimiento que cabe dentro de lo legal, y no se enfrenta a dilemas éticos o religiosos pues la enfermedad terminal sigue su curso hacia la muerte. La eutanasia pasiva evita sufrimientos adicionales porque el moribundo deja de recibir pinchazos, operaciones y venenos que, como en la medicina homeopática, podrían ser vivificadores. Para los dolientes puede ser un proceso largo. Pero los exime de culpas. Para los facultativos es un alivio; nada pueden hacer ya por la vida, pero tampoco harán nada por la muerte. Al final, todos salen aliviados y sin culpas. La muerte, lo saben, es un proceso natural y hay que dejarla hacer.

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