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Artes Visuales

La incivilización que el socialismo construye

Dos artistas, Lester Álvarez y Ezequiel Suárez, presentan en una galería particular de La Habana sus miradas sobre la mediocridad constructiva en Cuba.

La Habana

La galería Aveces [sic], en la casa de los curadores Solveig Font y Julio Llópiz-Casal, en Nuevo Vedado, está siendo ocupada por Esperando al arquitecto, exposición conjunta de los artistas Lester Álvarez y Ezequiel Suárez.

En los bajos de un edificio de cuando La Habana participaba de las bondades del Movimiento Moderno, dos artistas nos proponen una mirada a las edificaciones que nos rodean en el socialismo. Ezequiel Suárez ha fotografiado, desde un ómnibus que debe usar día tras día para sobrevivir, las construcciones típicas de la mediocridad socialista que ve por la carretera: baratas, como para que haya que eliminarlas pronto y volver a gastar; horribles, pues el socialismo no puede admitir el glamour, so pena de incitar a la gente a entregarse al capitalismo; inhumanas, como cualquier diseño del espacio que elimina la posibilidad de belleza y bienestar.

Las fotos nos hacen ver lo que no vemos a fuerza de ser intolerable: la acumulación verdaderamente monstruosa de incivilización que el socialismo construye. El socialismo nos parece interminable y definitivo para los que lo padecemos: pero de hecho es un pestañazo en la historia, cuya imposible permanencia queda demostrada por su incapacidad para generar monumentos arquitectónicos.

No hubo civilización, por primitiva o cruel que fuera, que no los construyese: a lo más que llega el socialismo es a copiar los modelos capitalistas, siempre en forma disparatada o gris. Al testimonio fotográfico de Ezequiel, se suman los óleos sobre lienzo de Lester Álvarez: esas paradas de ómnibus que todos conocemos, con la gente habitual. El artista comenta irónicamente esa realidad: la gloriosa técnica de la pintura no logra salvar, ni siquiera por la presencia de una sonrisa condescendiente, la realidad enfrentada: ¿qué esperan esos personajes? ¿No sufren con la indiferencia que ostensiblemente practican? ¿Esperan el ómnibus de Ezequiel, o más bien un Arquitecto que los saque de esa envoltura aparentemente abierta de hormigón armado?

Parecen tranquilos, felices. Los que contemplamos los lienzos no nos sentimos autorizados a tanta placidez.

Así ha sido la voluntad de los artistas. Aprecio mucho esta decisión de no quedarse en el testimonio del mal, que es la limitación corriente en el arte contemporáneo, y que ha acabado por hacernos convivir con lo peor como si fuese lo más natural del mundo. No: estos artistas reaccionan, no con panfletos o provocaciones, sino con los medios propios de la soberanía intelectual del arte, que nada tiene que ver con declaraciones políticas ni escándalos, sino con la profundización, fina y eficiente, en esa realidad que necesariamente, por ser artistas, no puede gustarles.

A los lienzos sutiles y mordientes de Álvarez contesta Ezequiel Suárez con dos maquetas —instalaciones— de dimensiones variables: la primera, pequeña y no titulada, es una versión de la habitación en que se suicidó Kurt Cobain; y "La casa del artista que no engorda", metáfora de lo constructivo subhumano, que sin embargo, con el mínimo de forma grotesca y los detalles de poderosa significación que caracterizan a este artista, nos salvan de esa mediocridad: porque incluso asumiendo la pobreza, la fealdad, el gasto mínimo de recursos, el artista que no come es capaz de hacer expresión, sabiduría, habitabilidad.

El curador Llópiz, que se define solo como anfitrión, ha hecho bien en destacar esta obra situada centralmente sobre un pedestal en la pequeña sala.

Pero la obra que contiene la clave de esta exposición es el video Una hora sin inflar, de Lester Álvarez. Él la define como un documento: durante una hora veremos imágenes del interior de la minúscula casa de Ezequiel Suárez, filmada en varias sesiones durante dos años. No hay sonido, no hay presencia humana, excepto fugazmente las manos de Ezequiel manipulando sus cosas. Y cómo las manipula: ha convertido su entorno en un enviroment doméstico, una obra propia y única que equivale a su desempeño vital.

De ahí que este documento de Álvarez, filmado con inteligencia estética y sobre todo exegética, es la revelación de la obra de más alcance de Suárez, que no podrá ser atrapada jamás, puesto que cambia continuamente, y apenas vista sino por las personas que él admita en su casa. Es el caso opuesto a Mondrian, cuyo estudio, como obra mayor, estaba construido con los mismos rectángulos de colores planos de sus pinturas: Ezequiel no busca un orden trascendental, sino que denuncia el desorden universal.

Unos papeles arrugados, una frase hiriente colgada en una pared, la mesa de la cocina que tiene debajo un archivo como desafiando al incendio, el envidiable título Diario incendiario, nos proponen una estética de la desesperación, de la protesta muda: un disgusto esencial, no solo social o político, una rabia contra la imposibilidad de habitar humanamente el universo. Así, la denuncia asciende a una dimensión metafísica que no la anula, sino que la amplía y la coloca en un marco de ideas mucho más prometedor que el de la política.

Ellos dicen esperar al Arquitecto de Cuba o del Universo: ambos vestían en la inauguración pulóveres grises, diseñados por Llópiz, con la frase "ârqui tectö", en noruego, dividida entre ambos. Sí, al menos en la dimensión terrenal de la vida no hay que esperar al Arquitecto Único, que nos dará cielo nuevo y tierra nueva.

Detrás de las fachadas, en donde ahora triunfa la cultura democrática en Cuba, están los arquitectos del hoy, en comunión posible. Esta exposición, de tanta riqueza de significados con una economía absoluta de espacio y de medios, nos prueba cuánta arquitectura poseemos los cubanos en el alma, en el pensamiento, en la voluntad; y cómo podemos unirnos, sin coacción ni intereses espurios, por afinidad de esas facultades, para sacarla afuera.

La concurrida inauguración, a ritmo de los reguetones dispensados por el dj Llópiz-Casal, demostró que no están solos en la barbarie. El nombre mayor del Movimiento Moderno en Cuba, el gran Mario Romañach, poeta de la cubanía espacial, les diría confiado: construyan, artistas. Noruega es de ustedes.

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