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Literatura

La cubanía, una vocación defectuosa

‘1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada’, del escritor Manuel Gayol Mecías, propone una revisión de las pautas que perfilan el carácter de los cubanos.

Miami

Siempre que los cubanos nos proponemos examinar nuestros defectos, terminamos elogiando nuestras virtudes. No debe ser porque éstas pesan más que los otros, sino porque entre nuestros principales defectos está el de valorarnos por encima de lo que somos.

Sin embargo, analizar nuestros defectos es el mejor favor que podemos hacernos a nosotros mismos. Así lo afirma el escritor cubano Manuel Gayol Mecías, en su excelente libro 1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, recién publicado por la editorial miamense Neo Club Ediciones. En suma, más de cuatrocientas páginas dedicadas al repaso de esos "malhechores de adentro" que son nuestros defectos como pueblo. Con la particularidad de que en este caso no hay lugar para la sobredimensión de las virtudes, que también aparecen escudriñadas en el libro, pero como natural correspondencia, nunca como justificación y mucho menos como atenuante para salir de apuros. 

Ocurre, por otro lado, que nuestros defectos, como nuestras virtudes (reales o no), han sido muy manoseados por la especulación sociológica, histórica, filosófica, política, poética…Lo suficiente para que muchos puedan pensar que ya todo está dicho sobre el tema. Aunque no es así. Tal como lo pone de manifiesto este libro, donde parece evidente que Manuel Gayol se planteó distanciarse de cierto viejo vicio de la intelectualidad nacional, tan dada a otorgarle al pueblo llano una manera de pensar y de actuar que más que a sus resortes comunes, responde a las propias elucubraciones de los autores. 

No en balde Gayol demuestra atenerse a muchos de los conceptos e interpretaciones defendidos por Fernando Ortiz, un intelectual que supo penetrar como pocos la idiosincrasia y los mecanismos que inciden, más y menos ocultos, en el comportamiento del cubano.

De ello se desprende que estamos ante un libro escrito para los cubanos, y no también para los cubanos, que es como suelen escribir hoy la mayoría de los autores que abordan estos asuntos, con la mira puesta, ante todo, en el público extranjero. Es una actitud comprensible, debido a los vacíos e incluso a las tergiversaciones que los historiadores y otros autores afines al régimen han echado a rodar por el mundo en las últimas décadas. Pero no por comprensible, la tendencia deja de ser triste, insana, y un tanto absurda. 

Lectura placentera donde las haya, 1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, propone una revisión de las pautas que perfilan el carácter de los cubanos. Y lo hace iluminando zonas oscuras de nuestra historia, justo en días en que para nosotros resulta cada vez más difícil establecer claras fronteras entre lo histórico y lo mítico. 

En cualquier caso, su autor demuestra estar lejos de buscar la mera proyección historiográfica. Se trata de un libro abarcador, que contempla además los componentes sociales, culturales, económicos, religiosos, filosóficos, sociológicos, psicológicos de nuestra identidad… También incluye la política, aunque no desde una rígida posición ideológica, sino epistemológica. A pesar de su vertical rechazo ante la dictadura castrista, el autor —exiliado en California— muestra tino y elegancia para evitar que su posición política nuble la objetividad del análisis. A ello obedece quizás la equilibrada dimensión poética que logra, confirmando aquello de que nada es más útil que la poesía para intentar nuevos enfoques en torno a viejos temas.

En cuanto a la pormenorización de los defectos que aborda Manuel Gayol en este estudio, sería imposible resumirlos en tan breve espacio. Me limito a recomendar 1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, como uno de esos libros que leemos con gran gusto.

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