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Sociedad

Apocalipsis alcohólico

El múltiple envenenamiento con metanol ocurrido hace unas semanas en La Habana demuestra la evidencia: en Cuba, el alcoholismo es ya un fenómeno masivo.

La Habana

El desenlace final arrojó trece muertos por envenenamiento con metanol. A los fallecidos en La Lisa se le añadieron Yuniel González y Dámaso Cordero, dos residentes del municipio San Miguel del Padrón, cuyos decesos no fueron informados por la prensa oficial.

Vale aclarar que en cualquier parte del mundo se producen intoxicaciones con metanol o alcohol de madera, su ingestión ha cobrado víctimas en República Checa, Polonia, México, Estonia, Colombia, El Salvador, EEUU e India, por solo citar algunos países.

Cruzar la barrera del alcoholismo —según las estadísticas— es como introducirse en un campo de exterminio. En una investigación efectuada por un equipo multidisciplinario del hospital Carlos J. Finlay, que fuera publicado en la Revista Cubana de Medicina Militar, de cada diez suicidas nueve son alcohólicos, y la dipsomanía también causa muertes por riñas callejeras, envenenamientos, accidentes del tránsito, cáncer gástrico, cirrosis hepática, pancreatitis hemorrágica, etc.

Dicha publicación no mencionó el lugar ocupado por el alcoholismo entre las diez primeras causas de muerte en el país. Los padrones muestran que un 45% de la población mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas, para un índice de prevalencia que oscila entre el 7 y 10% —uno de los más bajos de América Latina—, sumario que contrasta con los numerosos borrachos que se ven en las calles.

Los investigadores reconocen que en los últimos 15 años el consumo ha aumentado, mientras el 40% de los ingresos por urgencia en los cuerpos de guardia de nuestro sistema nacional de salud, corre a costa de los alcohólicos.

Pero la dipsomanía no hace distingos. En su gremio pueden asociarse vecinos de los barrios residenciales de Nuevo Vedado, Miramar y Biltmore, tugurios marginales como los del Palo Cagao y Los Pocitos, así como multicondecorados generales e indigentes que pululan por las calles.

Desde el vodka Stolisnaya y el whisky Chivas Regal, hasta los aguardientes conocidos como "hueso de tigre" o "chispa'e tren", los dipsómanos tendrán que elegir el trago que les corresponde, acorde a la capacidad de sus bolsillos.

En nuestra Isla, que antiguamente fuera identificada como "la tierra del azúcar y el ron", existe una marcada diferencia entre "los que beben alcohol bueno y los que beben alcohol malo".

Desengañado de bares y cantinas

Raúl, de 52 años, se afeita, baña y cambia de ropa cuando le da la gana, deambula por el Vedado y bucea en los contenedores de basura para buscar latas de refresco y cerveza que luego vende en un almacén de materias primas, localizado en la calle 17, entre 8 y 10, en la propia barriada.

Raúl siempre tiene una botella plástica metida en un bolsillo para darse un trago de "alcolifán", solo compra el alcohol en un punto de confianza del que no ofrece detalles y no consume el ron a granel que expenden en los bares estatales (el "hueso de tigre"), alegando que: "Lo adulteran y me da cagaleras".

El Moro, de 58 años, oriundo del Cerro, rechaza igualmente estas bebidas. El Moro se dedica a la venta de aguacates para luego comprar alcohol. A la pregunta de por qué es alcohólico, responde que "en Cuba no hay más ná que hacer, ¿qué tú quieres?".

Asevera que los médicos de la familia nunca les han propuesto a los alcohólicos un programa de rehabilitación. Los policías son los únicos que se les acercan cuando los sorprenden registrando los contenedores de basura, para amenazarlos con la "ley de peligrosidad social".

Carlos Betancourt, un jubilado de 77 años, afirma que antes del año 1965 no había tanta prevalencia del alcoholismo. Tampoco recuerda tantos envenenamientos masivos con metanol.

Cuenta que "hace más de 50 años había bares por dondequiera y un trago doble de coñac Peralta o cualquier aguardiente, tan solo costaba tres centavos". Según su criterio, la calidad de aquellas baratijas era superior al hoy sublimado ron Havana Club.

"Nadie tomaba en las calles como sucede ahora, ni llevaba botellas para su casa, la gente bebía en bodegas y bares donde las victrolas amenizaban con la música de Vicentico Valdés, Contreras, Panchito Riset, Vallejo, Laserie y otros".

Betancourt dice que la ansiedad por el alcohol data de 1968, tras la nacionalización masiva conocida por Ofensiva Revolucionaria y la implantación de una Ley Seca, época en que el Estado racionó la bebida y solo vendía bimensualmente una botella por núcleo familiar.

Entonces la gente comenzó a producir clandestinamente "gualfarina", ron que se obtenía a partir de la destilación del azúcar crudo fermentado. "No había levadura —apunta Carlos—, y para sustituirla se empleaba excremento de niños recién nacidos. Tampoco faltaron inescrupulosos para bebérsela".

Igualmente comenzaron a distribuir en las pizzerías un vino argelino, bautizado popularmente como "Pancho el Bravo". Más tarde, "Pancho el Bravo" fue retirado de los expendios a consecuencia de que los borrachos amanecían tirados en las calles. "Figúrate —sentencia Carlos—, en aquellos tiempos, Castro idealizaba al inmaculado hombre nuevo".

Con el "periodo especial", regresaron las escaseces e irrumpieron el "azuquín" (nueva versión de la "guarfarina"), y la "chispa'e tren", que se obtenía purificando el alcohol de reverbero con carbón activado. Los consumidores de éste subproducto del petróleo recibieron el mote de "chisperos".

"Ahora, las shopping están repletas de licores de todo tipo, pero los precios son inalcanzables para los pobres —expone Carlos—. Las ofertas más baratas son las cervezas y "el planchao" (menos de ¼ de botella de ron), que cuestan un CUC, mientras el salario medio cubano sigue atascado en los 15 CUC o dólares mensuales.

"Por eso es que la gente busca alternativas más baratas y se expone a los envenenamientos masivos —considera finalmente Betancourt—. El hecho de que entre los intoxicados con metanol en el municipio La Lisa hubiera una mujer en estado de gestación y otra que amamantaba a su hijo de meses, demuestra el grado de frustración e irresponsabilidad que existe en el país".

Dame un traguito ahora que nadie mira

Desde la barriada de La Timba en el municipio Plaza de la Revolución y solicitando el anonimato, un alcohólico de 63 años señala con su dedo índice la cima del edificio MINFAR, y expresa: "Ahí sí hay borrachos".

Cuenta que fue camarero del bar-restaurante del piso 20, destinado a los generales de alto rango de las fuerzas armadas; en varios ocasiones fue testigo de cómo rompieron el record del escritor Ernest Hemingway, implantado en el bar Floridita.

Para comerse un "aeropuerto de ternera" (bistec de palomilla que ha de ser servido en una bandeja porque no cabe en un plato), los aperitivos de estos señores —de los que no quiere ni recordar sus nombres— consistían en tomarse una botella de vodka Stolisnaya, whiskies Chivas Regal, Johnny Walker, o ginebra Gordon, ron Matusalén o añejo Havana Club. "Ah y lo más significativo es que Liborio siempre pagaba la cuenta".

Mientras trabajó allí, a escondidas, este alcohólico se daba "cañangazos" de las buenas marcas, hasta que lo sorprendieron y lo echaron. En la actualidad tiene que tomar "alcolifán" o lo que venga. Tras el envenenamiento con metanol acontecido en La Lisa a principios de agosto, pasó varios días inquieto: "Compadre, no es fácil irse del aire o quedarse ciego", sentenció.

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