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Opinión

La carta de un padre honrado

Los autores de la misiva abierta a Raúl Castro no aspiran a protagonismos porque no es ese el carisma de la Iglesia en los finales, en las agonías. Más bien, son profetas, anunciadores.

Madrid

Una carta abierta de tres sacerdotes católicos cubanos recorre la red. No es la primera vez que del clero, a título personal —ha aclarado la jerarquía—, alguien ejerce también su misión pastoral profética. El propio padre José Conrado hizo pública una misiva abierta al extinto máximo líder en los difíciles años 90, algo que repetiría al actual primer secretario en 2009.

Las razones de los autores ahora son las mismas de entonces, y serán los argumentos de siempre: la urgencia de una patria que fenece y pareciera a pocos importarle, atenazados como están muchos, entre el poder y el letargo.    

Conocí al padre José Conrado hace algunos años en un evento de comunicadores católicos en la Ermita de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba. Antes lo había visto desde el asiento de un feligrés más, cuando el sacerdote viajaba a La Habana por asuntos de trabajo o invitaciones de otras iglesias en el mundo. Debo decir, que como para muchos que leen estas líneas, el padre José Conrado era entonces y desde hacía bastante tiempo una suerte de "misterio" más allá de su propio ministerio, que quiere decir servicio.

Era una "voz que clamaba en el desierto", y tal vez quien más desafinaba en el concierto de lo "eclesialmente correcto". Se decía que lo habían "negociado" para la visita del papa Juan Pablo II a la Ciudad Héroe. Lo cierto es lo pusieron "fuera de circulación" un tiempo. Desde entonces ha recorrido las diócesis de Oriente a Occidente, como si reciclara las invasiones mambisas, esta vez evangelizando de un modo muy particular y sufriendo escarnio como en una vía dolorosa tropical.

De regreso a aquel retiro de comunicadores en El Cobre, donde el padre Conrado fue el último y el más importante de los ponentes, recuerdo a un amigo decir que en las palabras del padre Conrado había redescubierto a Cuba y a él mismo en esa "fiesta innombrable" que era nacer en esa tierra; descendiente de gente brava y al mismo tiempo sensible, como aquel sacerdote. 20 años después, se hace imprescindible recordar las enseñanzas del padre, inspiradas en el mensaje salvífico de Jesucristo y en lo mejor de nuestra cultura cubana de raíces y tronco fundacional judeocristiana y grecolatino.

El caso del padre Conrado es emblemático, no porque mueva la tranquilidad del estanque clerical o la monótona marea totalitaria, sino porque no hay separación entre el sacerdote y el patriota, entre quien escribe y habla desde la cubanía y la universalidad, de una experiencia terrenal y una espiritualidad elevada, desde la rebeldía ante la injusticia y al mismo tiempo, la misericordia hacia el pecador.

No es el único en el clero cubano, por cierto. Asombraría conocer la cantidad de ordenados y laicos inteligentes, compasivos y a la vez valientes que hubieran deseado firmar esa misma carta. Desgraciadamente, las voces de las personas de fe religiosa han sido excluidas en la Isla por casi 60 años.

El caso del padre José Conrado es un ejemplo de cuando los valores cristianos y patrióticos van de la mano. Heredero directo del arzobispo Pedro Meurice —quien no necesita presentación—, es discípulo en segunda generación de monseñor Perez-Serantes, el mismo gracias al cual salvó la vida Fidel Castro tras el Moncada —el teniente masón Pedro Sarría jamás hubiera podido hacerlo solo—; obispo santiaguero que criticó fuertemente la tiranía batistiana y después los fusilamientos y la infiltración comunista en los primeros años revolucionarios.

Los autores de la misiva abierta, y en especial el padre José Conrado, saben que jamás la carta será publicada en Cuba. Quizás no aspiran a protagonismos porque no es ese el carisma de la Iglesia en los finales, en las agonías. Más bien, son profetas, anunciadores. Están viendo desde la distancia que dan 2.000 años de historia lo que pudiera pasar si se sigue por ese camino de tozudez, inopia y fracasos anunciados.

Qué distinto sería todo si se hiciera un verdadero diálogo nacional, y se invitaran a todas las religiones, las organizaciones que habitan en las sombras, los líderes del exilio, y a quienes no tengan deudas con la justicia aquí y allá .¿Por qué no imaginar una Cuba que no sea propiedad de un partido, una cultura que esté más allá de una ideología, el ser humano más importante que su credo político?

Con esta carta los sacerdotes José Conrado, Castor José Álvarez de Devesa y Roque Nelvis Morales Fonseca también están parados frente al mismo abismo que el presidente Raúl Castro dijo bordeaba la Revolución cubana. Y nada ha pasado. Como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso, todavía el abismo está allí. O mejor: se va haciendo, irremediablemente, más profundo.

De ese modo, la carta de los ordenados no puede verse como una redención personal, ni siquiera exclusivamente cristiana. Es una reflexión y una propuesta para los cubanos, religiosos o no, que creen que hasta el último momento es posible una solución consensuada, un diálogo. Dice el Evangelio que el que tenga oídos para oír, que oiga. Y ya es hora de oír, han dicho.

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