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Política

Guaidó y Maduro: fallos y retos

Tanto para Guaidó como para Maduro el margen de error disminuye cada vez más.

Madrid

 

Tras semanas de impasse en el enfrentamiento entre el régimen de Caracas y la oposición, el intento de alzamiento militar promovido este martes por el presidente interino Juan Guaidó ha vuelto a sacudir el escenario político venezolano.

Paradójicamente, los vítores lanzados desde el oficialismo parecen celebrar una victoria pírrica. En efecto, la tentativa de rebelión ha dejado por primera vez en evidencia las grietas en el bando oficialista.

Ante todo la liberación del preso político más importante del país, Leopoldo López, supone un duro golpe simbólico para el Gobierno chavista. Y esto después de que Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente y número dos del régimen, retara a Guaidó a liberar a López.

Las fisuras del régimen

A falta de más elementos, hay que tomar con cautela las declaraciones del asesor de Seguridad Nacional de EEUU, John Bolton, según las cuales prominentes figuras del Estado como el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno, y el comandante de la Guardia de Honor Presidencial, Iván Rafael Hernández, habrían negociado con Guaidó la salida de Nicolás Maduro

No obstante, la intentona de asonada trasluce que algo se cocinaba entre la oposición y altos estamentos del régimen.

Queda por confirmarse, por ejemplo, si el director del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), el general de División, Manuel Ricardo Christopher Figuera, fue destituido por haber participado en la tentativa de alzamiento o por no haberla detectado.

En cualquier caso, pese a reafirmar su lealtad al Gobierno de Maduro, en una carta abierta publicada este martes, el ahora exjefe del SEBIN criticó duramente la corrupción desproporcionada que afectaba al país y el desorden en todos los niveles de la sociedad venezolana, descartando que solo se pudiera culpar de ello al "imperio norteamericano". Un cuestionamiento público que contrasta con el habitual mutismo y asentimiento de los altos cargos del régimen. 

En la carta también se alude a que personas de confianza de Maduro, sin identificarlas, estarían negociando a sus espaldas.

Además, la desaparición de Maduro durante prácticamente toda la jornada del martes, más allá de los rumores de una huida frenada a instancias de Moscú, apunta a que la sensación de peligro fue real en la cúpula del régimen y que el presidente probablemente fuera puesto a resguardo.

De hecho, Diosdado Cabello hizo un llamado a la población para que acudiera al palacio presidencial en defensa de Nicolás Maduro. Una convocatoria que apenas congregó a cientos de personas, dejando de manifiesto la merma de la capacidad de movilización de las autoridades. 

No menos relevante es que, pese a la escalada en su desafío al régimen, Juan Guaidó siga sin ser detenido. La presión internacional influye ciertamente en este sentido. Pero también señala que el Gobierno teme que el encarcelamiento del líder opositor reavive las marchas en su contra.

En lo adelante Maduro tiene el reto de aplacar las disensiones en sus propias filas en un contexto de profunda crisis económica y de apatía en los sectores populares que tradicionalmente han servido de baluarte al chavismo.

¿Un alzamiento contraproducente?

A todas luces el llamado al alzamiento militar realizado por Guaidó resultó ser un fracaso. El presidente interino venezolano se quedó sin el apoyo de las unidades militares cuyo levantamiento había anunciado al proclamar el comienzo del "cese definitivo de la usurpación".

No hubo pues toma de aeropuertos ni de edificios gubernamentales o de emisoras de radio y televisión. Las tropas siguieron acuarteladas y altos mandos del Ejército reafirmaron su lealtad al Gobierno de Nicolás Maduro.

Desde entonces no han cesado las especulaciones sobre esta asonada fallida. Al parecer el levantamiento estaba previsto para el dos de mayo, un día después de las grandes marchas que debían marcar el primero de mayo. Pero Guaidó y su equipo, puesto al tanto de las intenciones del régimen de detenerlo durante el Día del Trabajo, se habría visto obligado a adelantar la operación.

Otra hipótesis sería que los altos mandos comprometidos con el derrocamiento de Maduro habrían decidido finalmente no arriesgarse en la intentona, ya sea porque no contaban con las fuerzas suficientes o bien porque la lealtad al régimen les seguía siendo más redituable que las incertidumbres del cambio.

Tampoco hay que descartar que el presidente interino haya sobrevalorado tanto las posibles divisiones en el seno de las Fuerzas Armadas como el impacto que podía suscitar la sola liberación de Leopoldo López, sobre todo cuando no contaba a su lado con oficiales con mando de tropa o con poder de fuego y que hubiesen podido inducir a un efecto de contagio entre los militares.

Este episodio podría representar un serio contratiempo para la resistencia encarnada por Juan Guaidó. Después del juramento como presidente interino y el ingreso abortado de ayuda internacional, sería la tercera acción de envergadura lanzada por la oposición que no logra revertir las relaciones de fuerza con el régimen.

A partir de ahora Guaidó tendrá que convertir el alzamiento fallido en un catalizador de las protestas antigubernamentales, que desemboque, tal como lo ha anunciado, en una huelga general ampliamente seguida por la población.

De lo contrario, la resistencia al régimen corre el riesgo de experimentar otra fase de letargo.

Visto así, Guaidó debe conseguir con sus acciones un vuelco de la situación, mientras que Maduro, sumido últimamente en una especie de inercia, está obligado a retomar la iniciativa si no quiere condenarse a una inacción suicida. Para ambas partes el margen de error disminuye cada vez más.

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