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Venezuela

Un adolescente guerrero, una madre, un anciano y más vidas venezolanas atrapadas en Colombia

DIARIO DE CUBA habló con ellos en las calles de Cúcuta y en las trochas, donde esperan que los políticos terminen su tira y afloja.

Cúcuta

La solución a los problemas de millones de venezolanos se dilata en medio de las deliberaciones de los organismos internacionales, el tira y afloja de Estados Unidos, Rusia y China, y el enfrentamiento entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Son seres humanos que no entienden la incapacidad de los líderes para ponerse de acuerdo y devolver la dignidad al pueblo.

Entre esos perjudicados está un anciano de 78 años que, con resignación, espera la muerte lejos de su país; un adolescente de 15 que se levanta a las 4:00 de la mañana a vender café; un joven de 19 que se enfrenta a muerte con la Guardia Bolivariana y los "colectivos" en la frontera; una mujer que, con su bebé en brazos, vende caramelos por las calles de Cúcuta. Todos forman parte de los casi 1.175.000 venezolanos que han buscado refugio en Colombia, según datos oficiales.

"No estoy peleando por un presidente, estoy peleando por mi país"

Ante la frustración de no poder ingresar la ayuda humanitaria y sin una solución a la vista para el caos que vive Venezuela, desde el sábado 23 de febrero grupos de jóvenes venezolanos se enfrentan con piedras y cócteles molotov a la Guardia Bolivariana.

La piel del "Bebe" tiene el color rojo intenso, característico de las quemaduras producidas por químicos; su cuerpo expele un fuerte olor al vinagre con que alivia los efectos de los gases lacrimógenos. Lleva una semana enfrentándose a la Guardia Nacional Bolivariana y los grupos paramilitares en las cercanías del puente internacional Simón Bolívar.

En medio de un tumulto de cerca de 50 jóvenes encapuchados, en la entrada del paso ilegal conocido como "Los Mangos", y a escasos 300 metros de donde se encuentran atrincherados paramilitares de los llamados "colectivos bolivarianos", DIARIO DE CUBA pudo hablar con este líder de la resistencia venezolana en San Antonio de Táchira.

Segundos antes había terminado un enfrentamiento. Los jóvenes estaban invadidos por la adrenalina y la euforia, pero cuando el Bebe mandó a callar, todos lo obedecieron. Los cambios involuntarios de tonos graves y agudos en su voz denotan su juventud.

"Para todos esos panas que nos escuchan, aquí les habla la resistencia de San Antonio del Táchira, en el puente Simón Bolívar. Necesitamos apoyo, tenemos heridos, tenemos panas descoñetados. Estamos pendientes de seguir guerreando. A todos esos panas que están pendientes de ponerle la cara a la vida como lo estamos haciendo nosotros, me identifico, soy el Bebe, aquí son bien recibidos".

El Bebe llama a la sublevación: "Por favor, salgan a las calles, no se queden viendo la vaina desde la televisión. Nos quieran acabar, nos quieren matar, pero no van a poder. A ese pueblo del Táchira, de Barinas, Mérida, Portuguesa, Maracay, a toda Venezuela, apóyennos que no nos estamos echando agua y este beneficio es para todos ustedes que están de aquel lado".

En hermano de Bebe fue capturado. "Nos han disparado con balas de verdad", dice. Pero "así nos maten, así nos masacren, nos llenen de candela, nos pasen con una excavadora por encima, no van a poder y aquí vamos a estar".

"Estoy peleando por mi país, no estoy peleando por un presidente", aclara Bebe. "Aquí estamos peleando por que Venezuela sea libre, para que la ayuda humanitaria pase, para que dejen de morirse (los venezolanos) en los hospitales y de hambre".

Bebe se despide y vuelve a la maleza con sus compañeros. Van a intentar tomar el puente por la noche.

"Me queda esperar la muerte solo y en suelo extraño"

Luis Alberto Arias Rodríguez tiene 68 años, la barba blanca, la piel color ocre curtida por el sol y la mirada siempre en el suelo. Arrastra los pies al caminar.

En Venezuela vivía en Barinas, donde trabajó 50 años en la ganadería. Desde hace seis meses deambula día y noche por las calles de Cúcuta, reciclando cartón. "Pagan mejor el cobre y el hierro, pero ya no tengo fuerzas para cargarlos. Los años me pesan mucho", dice mientras se restriega los ojos con sus callosas manos.

Luis Alberto duerme en la esquina en la que lo venza el cansancio y sobre los cartones que ha acumulado. Nunca ha recibido más de dos dólares por su trabajo y con ese dinero debe subsistir dos días. El mejor bocado que ha pasado por su boca son cuatro cucharadas de arroz con pollo, que le cuestan 75 centavos de dólar.

"El peso del costal solo lo sabe el loco que lo carga". En su voz hay una mezcla de rabia, dolor y, sobre todo, desesperanza.

El sobrevivir se lleva toda su energía. Nada sabe de estrategias internacionales, ni de Guaidó; ni siquiera se enteró del concierto Venezuela Aid Live, al que asistieron 327.000 personas. "De saberlo habría ido al día siguiente. Seguro que en unos minutos habría recogido lo de una semana", lamenta.

Tiene una hija y nietos en Venezuela, pero no la esperanza de volver. "Me queda esperar la muerte solo y en suelo extraño. Mientras más pronto, mejor".

"No alcanza para tanto limosnero junto"

A pesar de los 32 grados centígrados de temperatura, Jesús Alejandro Ruiz, lleva un grueso saco de lana abrochado hasta el cuello. Es domingo. Sentado en un banco de cemento, en las afueras del Centro Comercial Victoria Plaza de Cúcuta, aprieta entre sus piernas un termo lleno de café para que no se lo roben. Son las 2:00PM y solo ha vendido 30 centavos de dólar.

Jesús Alejandro Ruiz dice tener 15 años, pero aparenta 13. Llegó hace tres meses del estado venezolano de Anzoátegui. Sueña con volver a la escuela, pero no puede, no tiene el carné de permanencia en Colombia. "Hay unos cupos para estudiar, pero no me quieren dar chance. A veces, cuando veo los niños pasar hacia sus colegios, los sigo para pedir cupo. La respuesta siempre es la misma: 'no hay'".

Al terminar su faena lo espera en su casa una arepa y dos huevos a dividir con su madre, su padre y su pequeña hermana.

Se levanta a las 4:00AM, desayuna una arepa y una taza de café, y sale a vender. "Camino una hora para llegar al paradero de los autobuses. Almuerzo un pastel de garbanzos y un vaso de avena, pero a veces paso el día sin nada", dice.

"Es que somos muchos vendiendo tinto (café). Como dice mi mamá, 'no alcanza para tanto limosnero junto'".

A Jesús no le interesa hablar de política, cree que es perder el tiempo. Los políticos no le dan comer, más bien le roban. "Lo único que importa es que la gente deje de sufrir" dice. Llama la atención la falta de esperanza en su mirada de adolescente.

Centenares de niños venezolanos como él salen a las calles de Colombia a diario a buscar al menos 30 centavos de dólar para poder alimentarse.

"Tenemos una bella Constitución, pero no sirve"

Alba (nombre ficticio a petición de la entrevistada) vende chupetas (caramelos) en los semáforos de Cúcuta con su bebé en brazos. Su débil voz se pierde entre el ruido de los automóviles y los gritos de otros cinco paisanos más que ofrecen café, pan o aguacates.

Salió hace 20 días por una de las trochas, cargada de temor, huyendo de los maltratos físicos del padre de su bebé. "Me cansé de los golpes. Denunciarlo hubiera sido peor, él pertenece a los colectivos bolivarianos. En Venezuela la justicia no existe. Tenemos una bella Constitución, pero no sirve", dice mientras amamanta a su hijo.

Esta muchacha delgada camina de sol a sol por las calles de Cúcuta para recolectar entre seis y ocho dólares, esquivando frases como "una mujer con ese cuerpo no necesita sufrir".

"La habitación me cuesta un dólar, siempre desayuno frutas para nutrir bien a mi hijo", comenta. "Muchos días algún colombiano me invita a un almuerzo. La solidaridad del pueblo colombiano es inmensa".

Los enfermos también pagan

A cerca de un centenar de pacientes con problemas renales que semanalmente reciben diálisis en Colombia, se les prohibió salir de Venezuela para el tratamiento. La orden fue dada por Freddy Alirio Bernal Rosales, director nacional de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) y coordinador de los paramilitares "colectivos" en los 2.219 kilómetros de frontera con Colombia.

El cierre de las fronteras obliga a enfermos, estudiantes y otros ciudadanos a aventurarse por las trochas o pasos ilegales, poniéndose así a merced de guerrillas, paramilitares y bandas criminales, o arriesgándose a verse en medio de uno de los enfrentamientos entre los colectivos y la resistencia venezolana.

Buscando una salida humanitaria para evitar que enfermos y niños venezolanos pongan en peligro su vida, Miguel Pérez, director de la Defensa Civil Colombiana, seccional Norte de Santander, cruzó el puente internacional Simón Bolívar con el fin de habilitar un corredor humanitario para personas vulnerables, pero la respuesta de la Guardia Nacional Bolivariana fue negativa.

"Dios es muy bueno conmigo"

Cerca de 50 periodistas venezolanos que cruzaron la frontera para cubrir los acontecimientos del 22 y 23 de febrero afrontan censura, agresiones y amenazas.

"Dios es muy bueno conmigo", escribió el 26 de febrero, en su cuenta en Twitter, Carola Briceño, quien estuvo en el puente Francisco de Paula Santander. "El perdigón de metal me dio en la nariz sin causar mayor daño. Los GNB (Guardia Nacional Bolivariana) disparan hacia la cara y cabeza", denunció.

El Consejo Nacional de Periodistas (CNP) de Venezuela advirtió el 27 febrero que "la violencia y el acoso contra medios y periodistas (…) seguirá en escalada".

En un comunicado, hizo un recuento de las acciones contra la libertad de prensa en Venezuela: entre el 22 y el 27 de febrero "hubo 14 detenciones de periodistas y 16 agresiones directas a periodistas, así como 286 violaciones a la libertad de expresión y 84 agresiones no directas, como insultos y amenazas a periodistas y trabajadores de los medios de comunicación".

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