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Venezuela

'Es mucha maldad' tratar la ayuda humanitaria como una invasión

DIARIO DE CUBA estuvo en el puente de Ureña este sábado y habló con los venezolanos reprimidos por intentar llevar alimentos y medicinas a su país.

Cúcuta

Con perdigones y gas lacrimógeno, la Policía de Nicolás Maduro y los llamados "Colectivos Bolivarianos" (paramilitares oficialistas) recibieron a los venezolanos que, con gritos de "¡libertad, libertad!", querían ingresar ayuda humanitaria a su país.

285 heridos, 30 de ellos hospitalizados, y dos camiones cargados con medicamentos incinerados es el saldo de lo sucedido el 23 de febrero en los puentes entre Colombia y Venezuela.

DIARIO DE CUBA estuvo con los voluntarios que intentaron llevar alimentos y medicinas a través del Puente Internacional Francisco de Paula Santander. Hombres, mujeres y niños sin armas.

Cerca de 6.000 venezolanos se congregaron desde 7:00 de la mañana en la entrada de las bodegas en las cuales se encontraban almacenadas las 600 toneladas de medicamentos y alimentos, en el puente internacional La Unidad.

Esos voluntarios, que solo portaban banderas venezolanas y llevaban camisas blancas, pasaron la noche a la intemperie cerca de los diez tractocamiones que iban a acompañar a Venezuela.

Para Maura Gómez, su pequeño hijo Alberto Martínez, y otros venezolanos que, por razones de seguridad de ellos y sus familias no quisieron revelar sus nombres, la esperanza de llevar medicamentos para los enfermos y calmar el hambre a sus compatriotas era más poderosa que el miedo.

Esas cajas con ayuda eran la mejor forma de combatir a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), a los cuales consideran símbolo de la corrupción en Venezuela, y solventar necesidades que, por años, los han acompañado.

Maura Gómez caminó siete días con su hijo desde Tucupita (Venezuela) para llegar a Colombia. "Era el camino más corto" para huir de la desgracia, dice. Ahora no para de llorar, no puede sacar de su mente la quema de las góndolas (tractocamiones con capacidad de 30 toneladas) que llevaban la ayuda.

"Yo venía feliz, muy feliz, y dándole gracias a los colombianos a gritos. Porqué habíamos pasado tres de las góndolas. Por fin íbamos llevarle medicamentos a los ancianos y comida a los niños malnutridos. Mire, hace dos años yo pesaba 56 kilos, hoy solo peso 36 y, mi hijo, de 13 años, pesa 27... Pero nos quemaron dos góndolas".

Ella, su hijo y otros venezolanos rompieron el primer cerco gritando "¡sí se puede, sí se puede!". Correr las vallas del segundo los ponía ya en suelo patrio; por ello, el grito cambió a "¡libertad, libertad!"; pero, al ver el tercero, sintió un miedo profundo, cargó a su hijo, saltó del camión y arrancó a correr.

"Cuando vi que, en vez de estar la Guardia Nacional Bolivariana, lo que había eran policías, sentí pánico", explica. "Claro, Diosdado Cabello los cambió, se dio cuenta de que la mayoría de los guardias no se iban a enfrentar al pueblo e iban a desertar".

De los 64 miembros de los organismos de seguridad de Venezuela que, al terminar este reporte, habían escapado a Colombia durante el sábado, la mayoría eran miembros de Guardia Nacional Bolivariana.

"Cuantas veces sea necesario, lo volveré a hacer", dice Maura, enfadada y vuelve a llorar.

"Es mucha maldad"

Alberto, su hijo, es un niño tímido. A pesar de su corta edad, la perdida temprana de su padre y el "hambre atrasada" lo movieron a convencer a su mamá de contribuir a pasar las ayudas .

Mientras las góndolas pasaban, Alberto era uno de los qué mas gritaba. "La felicidad de ver que lo íbamos a logar me puso muy contento. Pero no se pudo", lamenta.

"No sé qué fue más terrible, sentir que no lo logramos o escuchar explosiones, disparos y sentir ese gas que te quema los ojos. Nunca pensé que hubiera genta tan perversa. Quemar medicamentos para abuelitos enfermos y comida para niños que mueren de hambre, es mucha maldad".

Raúl (nombre ficticio a solicitud de la fuente) es un hombre delgado, de piel curtida por el sol y de manos callosas, producto de largas faenas arando la tierra. Él también estuvo entre esos miles de venezolanos que cruzaron la frontera hacia Colombia, el 21 de febrero, con el único propósito de escoltar la ayuda para su pueblo.

Fue uno de los que primero salieron del lugar de concentración de los voluntarios. El fin era servir de avanzada para romper los cercos. Integró la cadena humana que ayudó a dos mujeres policías venezolanas a cruzar la frontera cuando desertaron.

Relata la impotencia que sintió cuando un tercer policía venezolano intentó desertar, pero se lo impidieron sus compañeros: "Al verlo venir desde la lejanía, empezamos a hacer la cadena, pero apenas llegó a donde los otros policías, estos lo detuvieron. Pobre, lo juzgaran por delito de traición a la patria. Ese compatriota es una razón más para no desfallecer", dice Raúl.

Aunque sabía que el punto más difícil para el ingreso de las caravanas sería el puente Francisco de Paula Santander, que une la localidad de Escobar (Colombia) con Ureña (Venezuela), sintió "que ese era el mejor sitio para ayudar a acabar con el régimen de Nicolás Maduro".

El ruido de la sirena de una ambulancia lo hace callar por unos segundos. "Otro herido. Descansaré un rato para coger fuerzas y volver para a enfrentar a los 'jala bolas' de Maduro".

Ernesto y Esperanza (nombres ficticios a solicitud de las fuentes) son una joven pareja, de 17 y 18 años, respectivamente. Juntos huyeron de Venezuela con "el sueño de armar una familia".

Subsisten haciendo malabarismos en los semáforos de Cúcuta a cambio de unas monedas.

Ernesto es de esos millones de jóvenes a los que la falta de oportunidades y la represión los expulsó de su país, pero nunca pierde la esperanza de volver. "Estoy aquí porque veo, en esto que se está gestando, la mejor forma de cambiar mi país".

"Soy un joven como muchos que han crecido dentro del chavismo. Somos esa generación llamada a generar el cambio. Los viejos como Maduro acabaron con nuestra patria, nosotros la reconstruiremos. Tenga la seguridad que, de vivir en ese socialismo, prefiero morir luchando por acabarlo".

Ernesto asegura que iba en paz y nunca imaginó lo que sucedería. Pero al ver que la gente de Maduro y la Policía quemaba medicamentos para enfermos, la frustración se le mutó en determinación a cualquier costo.

Agradece a los colombianos y a la Policía de Colombia porque, sin su apoyo, no hubieran logrado rescatar el último camión de "las garras de esos buitres". Ernesto mantiene su rostro tapado con una bandera de Venezuela, pero se ven lágrimas salir sus ojos.

Esperanza es una joven delgada y de apariencia frágil. Su rostro está quemado y sus ojos rojos por culpa de la gran cantidad de vinagre con que los ha bañado para intentar contrarrestar el ardor de los gases lacrimógenos.

Ha estado al lado de Ernesto. "Siempre estaré con él, pase lo que pase, es mi compañero y nunca lo voy a dejar solo. Lucharemos juntos, hasta que el régimen caiga. Venezuela nos necesita".

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