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Política

Ben Rhodes cuenta sus años asesorando a Obama

La política exterior del exmandatario estadounidense y el consiguiente acercamiento con Cuba habrían estado guiados por la voluntad de sacudir al sistema.

Madrid

"El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia." Esta cita de Martín Luther King se podía leer en el Despacho Oval en los años de la presidencia de Barack Obama, a quien probablemente le gustaría que su paso por la Casa Blanca fuese asociado a esa esperanza.

En todo caso, es ese idealismo el que parece haber impulsado a uno de sus más cercanos colaboradores, Ben Rhodes, quien, durante sus dos mandatos, fuera asesor en política exterior, director de comunicaciones y escritor de discursos del presidente.

Así lo plasma Rhodes en su libro de memorias The World as It is (Random House, 2018), publicado recientemente y cuya traducción sería El mundo tal como es

No es esta una lectura para quien busque revelaciones indiscretas sobre la vida entre bastidores en la Casa Blanca o para quien espere un ajuste de cuentas. Es más bien un acercamiento a lo que fue la iniciación de Rhodes a la realidad del poder y, en particular, de los mecanismos y consideraciones que terminan por determinar la política exterior de un país.

Según el autor, era justamente la voluntad de sacudir las inercias establecidas lo que guió la política exterior de Obama, buscando en un primer tiempo reparar las relaciones con los aliados de EEUU y con el mundo musulmán, maltrechas después de la intervención militar estadounidense en Irak en 2003.

Pero también intentando solucionar viejos contenciosos como el pacto nuclear con Irán o el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba.

En este empeño Obama contaba con un equipo que se decantaba por un enfoque más bien positivo, cuando no optimista, de las relaciones internacionales, en el que se agrupaban el propio Rhodes, la consejera de Seguridad Nacional Susan Rice y la embajadora ante la ONU Samantha Power.

La dura realidad

Sin embargo, el entusiasmo de Rhodes terminó chocando con la realidad y, por lo menos, en dos ocasiones se vio distanciado de las decisiones de Obama. 

La primera vez fue a raíz de la actitud conciliadora de EEUU con los militares egipcios en cuanto a la gestión de la Primavera Árabe y de sus consecuencias. 

"Nuestra prioridad tiene que ser la estabilidad", le explicó Obama a Rhodes. Unas palabras que sancionaban la victoria, en este caso, del ala realista de la Casa Blanca: el vicepresidente Joe Biden y la secretaria de Estado Hillary Clinton.

El otro desencuentro se dio cuando el régimen de Bachar el Asad empleó armas químicas, franqueando la línea roja que la Administración Obama le había fijado en el conflicto civil. 

Pese a correr el riesgo de pasar por débil, el mandatario estadounidense optó por la no intervención, concluyendo que actuar empeoraría aún más la situación en el país árabe.

La cautela a toda costa

Y es que el hilo conductor de la política exterior de Obama era, según Rhodes, no cometer estupideces. En este sentido, le servía de ejemplo el caos generado por las invasiones de Afganistán y de Irak a principios de siglo. 

De igual modo lo frenaba la desagregación en la que se había sumido Libia después que la intervención de la OTAN –con el beneplácito del propio Obama– puso fin a la dictadura de Muamar el Gadafi.

Sin embargo, la cautela también implica riesgos. En el caso de Cuba, por ejemplo, Rhodes –quien llevara las negociaciones que condujeron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas– reconoce que las promesas de reformas económicas y políticas, hechas por La Habana, quedaron en punto muerto.

Dos datos resultan llamativos en este recuento. El primero es que la mayoría de los analistas en Washington considerara a Alejandro Castro Espín –el hijo de Raúl Castro y encargado de las negociaciones por el lado cubano– el hombre más poderoso en la Isla después de los hermanos Castro.

El otro es que Alejandro Castro le haya propuesto a Rhodes que EEUU devolviera la base naval de Guantánamo, incluso con sus presos. "Cuba sabe muy bien cómo mantener la gente a resguardo", le habría dicho. Evidentemente la oferta fue rechazada.

Aun así, como suele suceder en el tablero geopolítico, la Administración Obama veía el acercamiento con Cuba como parte de un plan más amplio: reforzar la posición estadounidense en Latinoamérica después de casi dos décadas de repliegue en la región.

¿Correspondió pues la política exterior de Obama al idealismo que supuestamente lo impulsaba? ¿Logró dejar un mundo mucho más seguro y propicio a la colaboración entre Estados? Detractores y defensores del expresidente siguen enfrentados al respecto.

Probablemente estas memorias de Rhodes no ayuden a zanjar el debate. En cambio, propician una perspectiva nada despreciable sobre la complejidad de la toma de decisiones en la esfera internacional.

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