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Política

Colombia, la hora de Duque

¿La llegada de Iván Duque a la presidencia representará un cambio en su relación con Alvaro Uribe?

Madrid

Los resultados de las elecciones presidenciales en Colombia dejan la impresión de una sociedad fuertemente polarizada. Encarnada por los candidatos del extremo del tablero que llegaron a la segunda vuelta –el vencedor Iván Duque y el izquierdista Gustavo Petro–, la escisión se plantearía en dos ejes: los acuerdos de paz con las FARC y los modelos de sociedad propuestos.

Sin embargo, un análisis minucioso de las fuerzas en presencia atenúa esta sensación.

No hay dudas de que la gran sorpresa de estos meses ha sido el ascenso fulgurante del antiguo guerrillero y exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quien, con sus ocho millones de sufragios del domingo pasado, ha logrado la mayor votación registrada por la izquierda en la historia reciente de Colombia. 

No obstante, si se atiende al proceso electoral en su conjunto –las elecciones legislativas de marzo y la primera vuelta de mayo–, se constata que la irrupción de la izquierda viene acompañada por el fuerte avance de un centro de corte progresista –Sergio Fajardo quedó a menos de 300.000 votos de Petro en la primera vuelta y sus partidos cuentan con representaciones similares en el Congreso–.

Bien puede decirse que ambos tienen a la derecha como rival común, pero que distan en cuánto a cómo derrotarla y a qué políticas poner en práctica. Prueba de ello es que Fajardo llamó a votar en blanco en la segunda vuelta.

Respecto a la derecha, si bien Iván Duque ha alcanzado una victoria holgada, esto no significa que tenga en manos un cheque en blanco. Hay dos factores clave en este sentido. El primero es que Duque representa el ala moderada del uribismo. Y es esta veta moderada lo que le ha permitido en cierta medida sortear los recelos que inspira su mentor, Álvaro Uribe, en buena parte de la sociedad colombiana –y esto pese a ser, paradójicamente, uno de los políticos con mayor popularidad en el país–.  

Además, la coalición que terminó aupándolo está lejos de ser monolítica. Por ejemplo, el Consejo Gremial Nacional de Colombia (CGN) y el Partido Liberal, que respaldaron a Duque en la segunda vuelta, apoyaron en su momento los acuerdos de paz.

La sospecha ideológica

Dada esta correlación de fuerzas, lo más probable es que en los votantes hayan incidido de manera determinante las sospechas que suscita Gustavo Petro. 

Pese a haberse granjeado el apoyo de los jóvenes y de las clases populares con un discurso contra la corrupción de la clase política tradicional, insistiendo en la urgencia de profundas reformas para paliar las carencias del país en materia de servicios públicos y equidad y aún en la necesidad de alejarse de la economía de extracción (petróleo, carbón), Petro no logró deshacerse del espectro del chavismo –al que apoyó en el pasado–.

Así, el distanciamiento explícito con los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela –criticó a Maduro por mantener "una dictadura insostenible"– no fue suficiente para barrer en las clases medias las dudas respecto a sus verdaderas intenciones. 

Por lo tanto, que Petro haya tocado techo o tenga aún margen de progresión, en la legislatura que se inaugura, dependerá de su capacidad para presentarse como representante de una izquierda genuinamente democrática. Y también de su habilidad para tejer alianzas con las fuerzas del centro.

¿Duelo entre Duque y Uribe? 

Es justamente la tenaza de una oposición pujante y de su baza sumamente heterogénea, lo que ha incitado a Duque, en su primer discurso después de la victoria, a hacer un llamado para pasar "la página de la polarización".

Tanto el caudal de votos recogido por su rival en las urnas el domingo como la flexibilidad de las alianzas en el Congreso constituyen unos límites con los que el nuevo mandatario tendrá que lidiar para gobernar con cierta estabilidad.

Por lo tanto, su anuncio de que hará modificaciones en los acuerdos de paz está también constreñido por esta dinámica. 

Consciente de ello, Duque ha insistido en que no hará trizas los acuerdos de paz. Y es que en lo adelante tendrá que lograr un equilibrio entre las reclamaciones del uribismo –los sectores más intransigentes exigen la anulación del pacto– y el cuidado de no forzar a las FARC a desatenderse de los acuerdos –lo cual sería nefasto para la implementación de la paz–.

Del contenido que Duque dé a estas modificaciones dependerá también su relación con Álvaro Uribe. Hasta ahora no habido ruido de fondo entre ambos. Pero la llegada del discípulo a la presidencia podría alterar la situación.

No sería de descartar que Duque se viese tentado por dibujar un perfil propio, como hizo su predecesor Juan Manuel Santos, y se alejase de la sombra de su tutor. La reforma constitucional de 2015, que impide la reelección presidencial, podría alentar esta vía, pues libera a Duque de los imperativos electoralistas.

No obstante, abrirse camino propio implicaría ciertamente enfrentamientos con su principal aval en el Congreso, el Centro Democrático, el partido fundado por Uribe y que lo ha alzado a la presidencia.

En adelante queda por ver cuán solida es la alianza entre Duque y Uribe. 

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